La historia se repite, dicen, primero como tragedia y luego como farsa. En el caso del fallido golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 en España, Guillermo Rojas ha optado por mostrarnos ambas caras de la moneda en su segundo largometraje, 'Solos en la noche'. La película nos sumerge en una noche que marcó un antes y un después en la joven democracia española, vista a través de los ojos de un grupo de abogados laboralistas que, como tantos otros ciudadanos, se vieron atrapados entre el miedo y la incertidumbre.
El filme nos transporta a una España en plena transición, donde las heridas del pasado aún no han cicatrizado y el futuro se presenta como un lienzo en blanco lleno de posibilidades. Rojas utiliza el recurso del encierro voluntario de sus protagonistas para crear un microcosmos que refleja las tensiones, esperanzas y contradicciones de toda una sociedad. La casa donde se refugian estos jóvenes abogados se convierte en un escenario donde se debaten no solo las acciones a tomar ante la amenaza golpista, sino también las propias convicciones y relaciones personales de cada uno de ellos.
El director cordobés ha optado por un tono de comedia dramática para abordar este episodio histórico, una decisión arriesgada que en general consigue equilibrar. La película oscila entre momentos de tensión derivados de la incertidumbre política y situaciones cómicas que surgen de las interacciones entre los personajes. Este enfoque permite a Rojas explorar la dimensión humana del evento histórico, mostrando cómo el miedo y la confusión pueden dar lugar a comportamientos inesperados y, a veces, hilarantes.
El reparto coral, encabezado por Pablo Gómez-Pando en el papel de Paco, logra transmitir la diversidad de reacciones ante la crisis. Gómez-Pando interpreta con convicción a un hombre apocado que se ve obligado a enfrentarse a sus miedos y a su incapacidad para expresar sus sentimientos. Su evolución a lo largo de la noche sirve como hilo conductor de la narrativa, aunque por momentos su transformación puede parecer algo forzada.
Andrea Carballo, como Adriana, aporta una perspectiva internacional al conflicto, recordándonos que la lucha por la democracia trasciende fronteras. Su personaje, una exiliada argentina, sirve como contrapunto a la inexperiencia democrática de sus compañeros españoles, añadiendo capas de complejidad al debate sobre cómo enfrentar la amenaza golpista.
Alfonso Sánchez, en el papel de Manolo, encarna el arquetipo del líder carismático con pies de barro. Su interpretación logra transmitir tanto la fuerza de las convicciones políticas como las contradicciones personales que a menudo las acompañan. La dinámica entre su personaje y el de Beatriz Arjona, quien interpreta a su esposa Carmen, añade una dimensión de drama doméstico que enriquece la trama.
El personaje de Paula Usero merece una mención especial. Su Marisol, la recién llegada al grupo, aporta un aire fresco y desenfadado que contrasta con la gravedad de la situación. Usero logra transmitir la ingenuidad y el optimismo de una generación que, habiendo crecido en los últimos años del franquismo, abraza con entusiasmo las nuevas libertades.
La dirección de Rojas demuestra madurez en su manejo del espacio y el tiempo. El confinamiento voluntario de los personajes en la casa podría haber resultado claustrofóbico, pero el director logra mantener el dinamismo visual a través de una cuidadosa coreografía de movimientos y encuadres. Las escenas de grupo están bien orquestadas, permitiendo que cada personaje tenga su momento sin perder el ritmo general de la narración.
La ambientación y la fotografía de Alejandro Espadero contribuyen a crear una atmósfera creíble de los años 80, evitando caer en la nostalgia fácil o el exceso de referencias de época. Los espacios interiores, en particular, están bien aprovechados para reflejar tanto la tensión como la intimidad de los momentos compartidos por los personajes.
La banda sonora, a cargo de Miguel Rivera, complementa acertadamente la narrativa, utilizando temas emblemáticos de la época para subrayar los momentos clave sin resultar intrusiva. La inclusión de 'Grândola, Vila Morena', el himno de la Revolución de los Claveles portuguesa, funciona como un potente recordatorio de las aspiraciones democráticas que estaban en juego aquella noche.
Sin embargo, 'Solos en la noche' no está exenta de tropiezos. En ocasiones, el guion cae en diálogos expositivos que rompen el ritmo natural de las conversaciones. Algunos giros argumentales, especialmente en lo que respecta a las relaciones románticas entre los personajes, pueden parecer algo forzados o predecibles.
La película también corre el riesgo de simplificar en exceso las complejidades políticas del momento. Aunque es comprensible dado el enfoque íntimo y personal de la historia, se echa en falta una mayor profundidad en el tratamiento de las implicaciones más amplias del golpe de Estado.
A pesar de estas limitaciones, 'Solos en la noche' logra su objetivo principal: humanizar un momento histórico crucial a través de personajes reconocibles y situaciones que oscilan entre lo dramático y lo cómico. Rojas consigue que el espectador se identifique con los miedos y esperanzas de estos jóvenes abogados, recordándonos que la historia no solo se hace en los grandes escenarios, sino también en las decisiones cotidianas de personas comunes.
La película invita a reflexionar sobre cómo reaccionaríamos nosotros mismos ante una situación similar. ¿Seríamos capaces de defender nuestros ideales cuando el peligro acecha? ¿O nos paralizaría el miedo? Estas preguntas, tan relevantes hoy como lo eran en 1981, confieren a 'Solos en la noche' una resonancia que trasciende su contexto histórico específico.
El filme de Rojas es un recordatorio de la fragilidad de las conquistas democráticas y de la necesidad de defenderlas activamente. A través de las vivencias de sus personajes, nos muestra que la libertad no es un estado permanente, sino un proceso continuo que requiere compromiso y valentía.
'Solos en la noche' se perfila como una adición valiosa al cine español que aborda la Transición, ofreciendo una perspectiva fresca y personal sobre un evento que sigue definiendo la identidad democrática del país. Aunque no alcanza la agudeza satírica de los grandes maestros del cine español, Rojas demuestra un talento prometedor para combinar el humor con la reflexión histórica, creando una obra que entretiene a la vez que invita a la reflexión.
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