Cine y series

Sin medida (Too Much)

Lena Dunham

2025



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Las ciudades no curan, pero esconden. Las grandes urbes con sus calles inabarcables, sus estaciones impersonales y sus silencios codificados, permiten habitar el dolor sin nombrarlo. Londres, en ‘Sin medida’, no sirve como decorado, sino como refugio y espejo. Allí aterriza Jessica, con el corazón aún entumecido, buscando quizás no tanto rehacerse como dejar de sentirse visible. La ficción creada por Lena Dunham no despliega un itinerario de redención sino un recorrido hacia el desorden genuino, ese que sobreviene cuando se comienza a hablar con otra voz en un lugar donde nadie sabe todavía quién eres.

El relato no arranca desde el entusiasmo sino desde el desgaste. Jessica no huye del amor sino del eco persistente de un afecto malogrado. La cámara la acompaña en su tránsito sin glamour, en su exposición constante, en su forma de desbordar porque no sabe qué hacer con lo que aún no se ha disuelto. Lena Dunham no plantea una búsqueda, sino una convivencia: la de alguien que se encuentra a sí misma mientras construye con otro un espacio donde sostenerse sin saber por cuánto tiempo.

El encuentro con Felix no obedece a los mecanismos de la ficción romántica sino a una casualidad no festiva. Se cruzan, se incomodan, se atraen, se entienden apenas. Will Sharpe interpreta al músico con una contención milimétrica que evita cualquier dramatismo impostado. Lo suyo es una fragilidad sin gestos explícitos, que se filtra en los silencios y en los titubeos. Sus escenas con Megan Stalter se sostienen en la extraña tensión entre lo improvisado y lo inevitable. Hay algo disonante en ellos que funciona: como si sus códigos no coincidieran del todo, pero el esfuerzo por interpretarse mutuamente se convirtiera en la forma más íntima de acercamiento.

En esta serie, el afecto no se anuncia: se insinúa, se tropieza, se corrige. La convivencia entre Jessica y Felix no construye un relato de éxito ni de ruina, sino uno de adaptación mutua. La desnudez no se limita al cuerpo, se extiende a la manera en que se hablan, en que se observan, en que deciden compartir lo que duele sin necesidad de volverlo épico. La escena del desayuno después de una noche compartida, con sus diálogos tambaleantes y sus silencios cálidos, condensa esa forma de ternura que sólo aparece cuando dos personas se permiten existir sin deber nada.

Dunham evita los énfasis. Su dirección recorta los momentos justos y deja en el aire lo que no puede resolverse con una frase. Hay episodios que se alejan de la linealidad para sumergirse en los pliegues emocionales del pasado. El capítulo que recupera la relación de Jessica con su expareja, Zev, revela con precisión cómo se construyen las decepciones desde lo cotidiano, desde los pequeños comentarios, desde los gestos que no buscan herir pero van vaciando de sentido lo compartido. Ese retrato de un vínculo que se marchita sin estallido alguno, con un desgaste que se impone como rutina, es uno de los logros más contundentes de la serie.

La familia de Jessica aporta una textura adicional que no interrumpe el flujo principal del relato. Lejos de ser anecdóticos, los personajes que la rodean –interpretados por Rhea Perlman, Rita Wilson y la propia Dunham– sostienen una estructura de vínculos donde la afectividad no siempre se dice, pero se intuye en las formas torpes del cuidado. En ese espacio de lo familiar residen tanto el juicio como el consuelo. La serie sabe habitar esa ambivalencia sin resolverla.

Lo que sorprende en ‘Sin medida’ es su capacidad para equilibrar lo confesional y lo colectivo. Aunque nace de una biografía indirecta, no se vuelve autorreferencial. Dunham convierte la memoria en materia ficcional sin plegarse al exhibicionismo. Su escritura afina una sensibilidad que observa, pero no juzga. Hay algo profundamente contemporáneo en su manera de retratar el afecto: no hay enseñanzas, ni lecciones, ni epifanías. Solo una disposición constante a aprender cómo ser con otro sin destruirse en el intento.

Megan Stalter, hasta ahora más conocida por su trabajo en registros cómicos, consigue aquí una composición más matizada. Su Jessica no es un personaje coherente sino contradictorio, como lo suelen ser quienes aún no logran distanciarse del daño. Lo mismo puede resultar luminosa que exasperante, y esa oscilación es justamente lo que la vuelve creíble. En las escenas más contenidas, la actriz revela un manejo de la vulnerabilidad que no necesita subrayados.

El final de la temporada escapa del cierre definitivo. La relación entre Jessica y Felix queda suspendida en un punto donde el vínculo ha ganado espesor, pero no certeza. Y eso es lo más valioso que la serie propone: un reconocimiento del otro como territorio que se recorre con cuidado, con errores, con entusiasmo, sin garantías. ‘Sin medida’ no ofrece respuestas ni finales redondos, pero sí una forma de estar en el mundo que incluye la duda como parte del trayecto.

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