La nueva película del aclamado director español Isaki Lacuesta, codirigida junto a Pol Rodríguez, se sumerge en los entresijos de la mítica banda de rock independiente Los Planetas durante la turbulenta etapa de grabación de uno de sus discos más emblemáticos, 'Una semana en el motor de un autobús'. No obstante, lejos de adoptar un enfoque convencional de biopic musical, 'Segundo Premio' trasciende las fronteras de lo estrictamente biográfico para entregar una exploración lírica y onírica sobre la amistad, la creatividad y los sueños compartidos de toda una generación.
Ambientada en la Granada de finales de los años 90, la cinta se centra en un cuarteto de músicos que, tras el éxito de su segundo álbum, se ven sumidos en una profunda crisis interna. La bajista (Stéphanie Magnin) decide abandonar la formación, agobiada por las presiones de la fama incipiente. El guitarrista (un cautivador Cristalino) se hunde en una espiral autodestructiva de adicciones. Mientras, el cantante (Daniel Ibáñez), obsesionado con grabar en Nueva York, lucha por reconectar con su inspiración.
Este punto de inflexión, que bien pudo haber significado la disolución definitiva de la banda, es el detonante narrativo que Lacuesta y Rodríguez emplean para sumergirse en las complejidades humanas que subyacen tras el mito de Los Planetas. A través de una estructura fragmentada y caleidoscópica, la película entrelaza múltiples hilos temporales y puntos de vista subjetivos, revelando las versiones a menudo contradictorias que cada miembro del grupo tiene sobre los mismos hechos.
Esta aproximación polifónica, acompañada de una puesta en escena onírica y surrealista, confiere a 'Segundo Premio' una textura misteriosa y etérea que trasciende la mera reconstrucción de eventos. Cada plano parece imbuido de una atmósfera lisérgica, a medio camino entre el delirio de las drogas y la magia del proceso creativo. Las escenas se deslizan con un ritmo hipnótico, acentuado por las interpretaciones en crudo de los temas que compondrían el futuro álbum seminal.
En este sentido, 'Segundo Premio' logra capturar de manera sutil e íntima la paradoja inherente al rock: la coexistencia de la ambición artística con la autodestrucción más visceral. En un momento, los músicos son retratados en plena catarsis creativa, componiendo letras que se convertirían en himnos generacionales. En el siguiente, se sumergen en una espiral de excesos y toxicidad que amenaza con sepultarlos.
Sin embargo, más allá de los devenires de la trama, lo que realmente destaca es la forma en que Lacuesta y Rodríguez evocan el espíritu de una época y un movimiento cultural determinado. 'Segundo Premio' no solo decodifica los códigos estéticos del rock independiente español de los 90, sino que también se convierte en un vehículo para explorar las inquietudes existenciales de toda una generación. Las dudas sobre el futuro, la búsqueda de identidad, el anhelo de trascender las limitaciones impuestas; todo ello queda magistralmente plasmado en las interpretaciones cargadas de verdad de los actores principales.
En este sentido, resulta fundamental el aporte de Cristalino, cuya interpretación del guitarrista adicto rezuma una mezcla letal de carisma y melancolía. Su química con Ibáñez, en el rol del cantante, es especialmente cautivadora, trascendiendo lo puramente musical para retratar una amistad profunda pero tremendamente tóxica.Esa tensión indisoluble entre música y autodestrucción es quizás el mayor logro de 'Segundo Premio'.
No obstante, la cinta tampoco está exenta de ciertos desbalances estructurales. En algunos momentos, la vorágine onírica dificulta conectarse emocionalmente con los personajes o comprender plenamente las motivaciones que los impulsan. Asimismo, el ritmo pausado y contemplativo puede resultar ajeno a los espectadores que esperan un biopic más convencional.
Pese a ello, 'Segundo Premio' se alza como una propuesta audaz y sugestiva que conjuga sabiamente sustancia musical con hondura emocional y relevancia generacional. Lejos de ser un mero recordatorio nostálgico, la película de Lacuesta y Rodríguez logra perfilar los contornos de una época que, si bien ya ha quedado atrás en el calendario, permanece viva en el corazón y las canciones de quienes crecieron al compás de esa particular revolución independiente. Una crónica sugerente, evocativa y cautivadora, aunque no exenta de desigualdades.

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