Las historias que consumimos están construidas a partir de decisiones sobre qué omitir y qué revelar. Ningún relato es puro, porque toda narrativa es una traición al caos de la realidad. 'Sebastian', la nueva película de Mikko Mäkelä, se desliza en esta intersección, abordando las fisuras entre el escritor y su obra, entre la identidad que se vive y la que se fabrica para ser consumida. En un mundo donde el artificio es una moneda de cambio, su protagonista enfrenta la descomposición de su propio reflejo.
Max (Ruaridh Mollica) es un escritor joven que, incapaz de separarse de su impulso de convertir en literatura lo que experimenta, decide sumergirse en el mundo del trabajo sexual para dotar de "autenticidad" a su primera novela. Lo hace bajo el seudónimo de Sebastian, en un doble juego que oculta tanto a su entorno profesional como a sus clientes. El deseo de prestigio literario lo empuja a un terreno donde los límites entre la realidad y la ficción empiezan a desdibujarse, atrapándolo en un ciclo de observador y objeto de su propio relato.
Mäkelä opta por una puesta en escena austera, donde la frialdad de las habitaciones y la luz de neón de la ciudad subrayan la distancia entre el personaje y su entorno. No hay un juicio moral sobre la prostitución ni una narrativa de redención, sino una atenta observación de la tensión que emerge cuando la vida se instrumentaliza con fines creativos. El personaje de Max no es un cínico absoluto ni una víctima ingenua; se mueve entre la manipulación y la búsqueda de sentido, consciente del precio que paga por cada experiencia que convierte en material de escritura.
El filme encuentra su máxima fuerza en la relación entre Max y Nicholas (Jonathan Hyde), un cliente mayor con quien establece una conexión que trasciende la transacción económica. Hyde ofrece una interpretación contenida, dotando a su personaje de una vulnerabilidad que contrasta con la rigidez de Max. Su diálogo revela una de las preguntas latentes en la película: ¿en qué momento la escritura deja de ser un ejercicio de observación para convertirse en un acto de expropiación?
El guion evita la trampa de construir a Max como un antihéroe convencional. No hay castigo ni redención, sino una progresiva erosión de su propio sentido de identidad. Cuando su novela comienza a generar interés en la industria editorial, el precio de su "autenticidad" se vuelve tangible: es éxito y alienación a partes iguales. La película acierta al exponer la contradicción en el corazón del personaje: su deseo de contar la verdad choca con el hecho de que su historia está construida sobre capas de ficción.
Visualmente, 'Sebastian' se aferra a la contención, evitando la grandilocuencia. El director de fotografía Iikka Salminen maneja una paleta de colores frías y encuadres cerrados, encapsulando al protagonista en un entorno que se vuelve cada vez más claustrofóbico. Las escenas de sexo, lejos de la estetización vacía, son directas y mecánicas, enfatizando la transacción por encima del erotismo.
El filme también aborda con acierto la relación entre el arte y el mercado. Max no es un escritor marginado por la sociedad, sino alguien que aspira a ser publicado en un circuito que premia la "experiencia vivida" como un valor de mercado. La presión por ofrecer un relato vendible lo empuja a su doble vida, exponiendo el modo en que la autenticidad puede convertirse en una mercadería más.
Mäkelä no ofrece una resolución clara, sino que deja a su protagonista flotando en una ambigüedad que es, en sí misma, una declaración. 'Sebastian' es una película que no se complace en su discurso, sino que lo deja abierto, incómodo, como un reflejo deformado de la relación entre quien escribe y lo que escribe.
