El vapor se levanta lento, como si el aire tuviera memoria. Dentro de ‘Sauna’, de Mathias Broe, ese vapor se convierte en el paisaje emocional de dos cuerpos que intentan encontrarse, aunque uno de ellos parezca incapaz de mirar más allá de sí mismo. La película, presentada en el Queercinemad 2025, se mueve entre el retrato íntimo y el análisis de un entorno donde la apariencia sustituye con frecuencia a la empatía. Broe parte de una tradición nórdica que prefiere la contención, pero se adentra en un territorio más físico y directo. La historia sigue a Johan y William, dos jóvenes que cruzan sus caminos en un club gay de Copenhague llamado Adonis, espacio de encuentros efímeros y soledades prolongadas. En ese ambiente cargado de deseo, Broe sitúa una mirada que desnuda la falta de sensibilidad y la pasividad moral de Johan, convertido en observador apático de su propio vacío.
El relato comienza con Johan en la recepción del club, vigilante sin convicción de un entorno que lo supera. Entre luces apagadas y murmullos, el joven se mueve con desgana, atrapado en una rutina que confunde control con indiferencia. Vive entre cuerpos que buscan afecto mientras él se aferra a su propia inmovilidad emocional. Su desinterés no tiene que ver con la timidez, sino con una arrogancia silenciosa que se disfraza de introspección. Cuando William entra en el local, Johan reacciona con una mezcla de curiosidad y superioridad mal contenida, incapaz de comprender la experiencia del otro sin mirarlo desde su prejuicio. Broe filma esa torpeza sin indulgencia, revelando en cada plano la distancia que separa a un hombre que cree entender el deseo de otro que lo habita con convicción.
Johan representa la fragilidad mal entendida, la de quien confunde el miedo con excusa. Intenta acercarse a William sin desmontar su propio narcisismo, sin preguntarse qué hay más allá de su deseo. Mientras William avanza con serenidad y conciencia, Johan se queda atrapado en la inseguridad de quien busca admiración antes que vínculo. Broe lo retrata con dureza: su mirada apenas sostiene la de los demás, su gesto siempre a medio camino entre la culpa y la vanidad. En esa dinámica desigual, la película expone el desequilibrio entre la honestidad de William y la cobardía emocional de Johan, quien se mueve entre excusas y silencios calculados. El guion, escrito junto a William Lippert, se detiene en esa tensión constante, dejando claro que la fragilidad no siempre implica bondad.
La película muestra con claridad cómo Johan intenta construir una relación sin asumir sus propias limitaciones. Su vida compartida con el dueño del club (una figura que simboliza el control y la comodidad) revela su incapacidad para enfrentarse a la independencia afectiva. William, en cambio, encarna la lucidez de quien comprende su identidad y la defiende sin dramatismo. Cuando ambos acuden juntos al Adonis, la reacción hostil del entorno pone en evidencia las jerarquías que Johan había decidido ignorar. En lugar de enfrentarlas, opta por la pasividad, permitiendo que el rechazo se imponga. Broe retrata esa escena como un espejo moral donde Johan se delata: su miedo a perder aceptación lo convierte en cómplice del desprecio que William sufre. Esa cobardía, filmada con precisión, marca el punto de quiebre del relato.
La evolución del vínculo entre ambos se convierte en un estudio sobre la incapacidad de cambio. Johan interpreta la cercanía como redención, pero su manera de cuidar parte del ego y no de la comprensión. En la escena donde aplica una crema hormonal sobre la piel de William, la cámara muestra más que ternura: deja ver la apropiación silenciosa de un hombre que actúa movido por la culpa. El gesto, lejos de redimirlo, evidencia su deseo de controlar incluso aquello que no comprende. Broe construye en torno a esa tensión una atmósfera de incomodidad que define la película. El cuerpo, en ese instante, ya no es símbolo de unión, sino el lugar donde Johan intenta imponer su idea de afecto sin entender la del otro.
La segunda mitad de ‘Sauna’ muestra a Johan enfrentado a las consecuencias de su egoísmo. Su falta de empatía se convierte en aislamiento, su cobardía en caída. La cámara lo sigue por una Copenhague gris, donde cada rincón parece devolverle su propio reflejo. La ciudad se convierte en el escenario de su naufragio interior. El montaje de Linda Man refuerza esa sensación de deriva, alternando silencios con cortes bruscos que dejan al espectador frente a la soledad que él mismo ha provocado. La música de Emil Davidsen acompaña con un pulso constante, casi clínico, el descenso de un personaje que confunde arrepentimiento con desahogo.
Frente a él, William mantiene la dignidad de quien ha aprendido a avanzar sin esperar comprensión. Su presencia sirve como contraste moral en una historia donde Broe sitúa al espectador del lado de la lucidez y no de la pena. A diferencia de Johan, William no necesita justificar su existencia ni pedir perdón por ella. Broe muestra ese contraste con una claridad que transforma la película en una radiografía de las distintas formas del deseo: una que se construye desde la empatía y otra que se consume en la vanidad. El film comparte con Lukas Dhont o Ira Sachs cierta serenidad en la observación, aunque aquí el interés se centra en la responsabilidad afectiva más que en la búsqueda de identidad.
La dirección de Broe utiliza el vapor, el agua y la humedad como reflejo de la confusión moral de su protagonista. La sauna se convierte en el escenario donde Johan queda expuesto, sin refugio posible. Cada plano lo revela un poco más: su ego, su inseguridad, su manera de refugiarse en el deseo para no pensar. Frente a él, William actúa como espejo y como límite, recordándole que el afecto exige más que intención. Broe maneja esa tensión sin artificios, confiando en el peso de la mirada y en la incomodidad del silencio. Su estilo recuerda al rigor de Joachim Trier, aunque aquí la calma sirve para desnudar la falta de empatía del protagonista.
‘Sauna’ retrata con precisión la caída de un hombre atrapado en su propio ego y el esfuerzo de otro por mantenerse fiel a sí mismo. Mathias Broe construye una película que se adentra en la vulnerabilidad del deseo para mostrar la diferencia entre la conexión y la apropiación. Johan termina convertido en el reflejo de una generación que confunde la visibilidad con la comprensión y el contacto con el afecto real. Entre el vapor y el silencio, la historia deja la sensación de que la verdadera soledad surge cuando uno elige no mirar al otro.
