Cine y series

Por todo lo alto

Emmanuel Courcol

2024



Por -

Lo que no se hereda en la sangre puede llegar en forma de melodía. Hay vínculos que nacen sin anunciarse, ajenos a cualquier linaje, y que solo encuentran cauce cuando el azar los empuja. En tiempos donde la identidad se defiende como consigna y no como huella, ‘Por todo lo alto’ transita un camino más silencioso: el de dos trayectorias separadas que, sin pretenderlo, vibran en la misma escala. No es una historia de reencuentros, sino de descubrimientos a destiempo, donde la música actúa como corriente subterránea capaz de revelar todo lo que no se nombra.

La película avanza como una partitura escrita sobre las ruinas de lo que no fue. No busca redención, tampoco justicia retrospectiva, sino una reorganización posible del presente a partir de los escombros emocionales del pasado. Un prestigioso director de orquesta y un trombonista amateur se descubren hermanos gracias a un diagnóstico médico. A partir de ese hallazgo biológico, todo lo demás: la clase social, el estilo de vida, el tono con el que se habla, las reglas de convivencia, son pequeñas guerras en las que ambos se ven obligados a negociar sus posiciones. Lo que parecía una comedia amable entre opuestos se convierte, sin aspavientos, en una disección social que observa con atención cómo se construye la desigualdad desde lo íntimo.

Thibaut (Benjamin Lavernhe) no sólo representa el virtuosismo: es también la encarnación de un mundo estructurado desde la exigencia, el prestigio y la distancia. Su forma de hablar, de moverse, incluso de enfermar, está determinada por la rigidez de su formación. Jimmy (Pierre Lottin), en cambio, responde con una informalidad que no busca provocar, pero que incomoda por lo que desvela: que el talento no siempre encuentra los mismos cauces, ni las mismas oportunidades. La tensión entre ambos no se disuelve en una fraternidad inmediata, sino que se trabaja en cada escena, como si la película se negara a caer en la facilidad de lo reconfortante.

La dirección de Courcol sostiene ese equilibrio sin esfuerzo aparente. El guion, coescrito junto a Irène Muscari, evita caer en el trazo grueso, permitiendo que cada interacción entre los protagonistas esté cargada de matices. Hay algo en la manera en que la música atraviesa la narración que impide que las emociones se impongan al razonamiento. La música no es sólo atmósfera, tampoco metáfora, sino estructura narrativa. Sirve como conexión, sí, pero también como frontera: el mundo de la fanfarria local y el de la gran orquesta no responden a las mismas reglas, ni aspiran a los mismos objetivos.

Uno de los logros del film está en cómo se construye el retrato de la comunidad que rodea a Jimmy. No hay paternalismo ni exotismo en el tratamiento del entorno obrero. Las calles de Lille, los ensayos de la banda, los conflictos laborales que sobrevolan la historia, aportan una densidad que impide que la cinta se quede en lo meramente anecdótico. Courcol no oculta la precariedad ni la resignación, pero tampoco la reduce a fondo de plano. Lo mismo ocurre con los secundarios: figuras como Sabrina (Sarah Suco) o Claudine (Clémence Massart) son algo más que satélites del relato principal. Tienen consistencia, vida, memoria.

Las actuaciones de Lavernhe y Lottin consiguen sortear el sentimentalismo. La contención con la que transitan los altibajos del vínculo fraternal permite que las emociones emerjan desde lo físico: una mirada que se esquiva, un ademán torpe, una réplica que llega tarde. La complicidad que se va gestando entre ellos no pretende ser ejemplar. De hecho, hay en su evolución una incómoda verdad: que algunos lazos, aunque necesarios, no reparan lo dañado, apenas lo hacen más soportable.

Visualmente, la película marca sus contrastes sin subrayarlos. Los auditorios impecables de Thibaut dialogan con los locales comunitarios de Jimmy sin que uno se imponga sobre el otro. La luz cambia, sí, pero no para establecer jerarquías, sino para reflejar estados de ánimo. En ese aspecto, el trabajo del director de fotografía Maxence Lemonnier contribuye a reforzar esa impresión de transición constante: no hay un clímax donde todo se resuelve, sino un trayecto donde lo emocional y lo social se intercalan sin prioridad.

Resulta revelador que la cinta no insista en reconciliaciones triunfales. Lo que ocurre entre los hermanos no es una redención, sino un proceso de reconocimiento mutuo en medio de una realidad que no ofrece concesiones. Si hay ternura, no es gratuita; si hay humor, no es evasivo. Emmanuel Courcol logra que ‘Por todo lo alto’ evite las trampas del subrayado y que, en lugar de plantear soluciones, se limite a dejar al espectador en un lugar de escucha. Como si entendiera que hay melodías que no buscan finales armónicos, sino una forma de seguir sonando.

La película ha sido proyectada en la X Muestra de Cine Francófono de Madrid.

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