Cine y series

Pecados inconfesables

Leticia López Margalli

2025



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Un silencio denso recorre cada escena de ‘Pecados inconfesables’. Leticia López Margalli, con larga trayectoria en el universo de las telenovelas mexicanas, se adentra aquí en un territorio familiar, aunque revestido de una oscuridad menos artificiosa. Lejos de cualquier grandilocuencia, la serie toma forma como una narración contenida, donde el ritmo no busca acelerar sino sostener una tensión que no se diluye con el paso de los capítulos.

Ambientada en un entorno donde lo privado se observa con lupa, la historia se mueve entre habitaciones cerradas, pasillos que parecen alargar los silencios y cámaras de seguridad que sustituyen la confianza por el control. Este punto de partida desplaza la serie de lo meramente romántico para situarla en una coordenada donde el deseo convive con la vigilancia y el afecto con la desconfianza.

La premisa se articula alrededor de una relación conyugal marcada por la asimetría. Él, empresario obsesionado con el orden, ella, profesora con un mundo interior cada vez más ajeno a lo doméstico. López Margalli no fuerza el conflicto, lo deja desplegarse. La sospecha surge sin sobresaltos y, en lugar de un estallido repentino, el argumento avanza como si arrastrara un lastre invisible. En esa cadencia lenta se gesta la incomodidad.

Los personajes nunca aparecen del todo definidos. La protagonista oscila entre la resignación y un deseo de fuga que no termina de concretarse. Su esposo, más allá de sus conductas invasivas, mantiene una fachada que lo vincula al arquetipo del proveedor incuestionable. Este contraste dota a la trama de un doble fondo que se activa cuando los personajes secundarios comienzan a influir en el devenir de la historia. Ninguno de ellos actúa como simple decorado. Cada aparición desencadena un desplazamiento en la narrativa.

Uno de los puntos más relevantes de la serie reside en cómo convierte la intimidad en escenario político. El hogar deja de ser refugio y se transforma en campo de batalla simbólico, donde el control adquiere múltiples formas, desde el monitoreo digital hasta las dinámicas de dependencia emocional. La puesta en escena respalda este enfoque. Las luces frías y los encuadres cerrados refuerzan una atmósfera donde todo parece vigilado, incluso lo que no se muestra.

Lejos de la pirotecnia argumental habitual en el género, ‘Pecados inconfesables’ trabaja desde la repetición y la sugerencia. Las situaciones se estiran, se retuercen, vuelven con variaciones casi imperceptibles. El suspense no se construye con giros abruptos, sino con una tensión que se acumula por saturación. Hay algo deliberadamente opresivo en esta forma de narrar, como si el tiempo se plegara sobre sí mismo.

En el plano formal, la serie no pretende desmarcarse del estilo al que el público de las telenovelas está acostumbrado. Más bien lo desplaza. Mantiene ciertos códigos, la importancia del deseo, el conflicto sentimental como eje, pero los encierra en un formato menos complaciente. Esa fricción entre lo reconocible y lo contenido la aleja tanto de lo folletinesco como de cualquier aspiración elitista.

Las actuaciones se ajustan a ese tono contenido. El elenco evita la exageración típica del melodrama sin caer en un minimalismo forzado. La protagonista sostiene gran parte de la tensión con una interpretación que evita marcar una dirección única. Su ambigüedad resulta más eficaz que cualquier énfasis.

Conviene evitar esperar una serie que busque epatar o provocar. Tampoco se lanza a comentar la actualidad de forma evidente. Sin embargo, ‘Pecados inconfesables’ queda atravesada por una preocupación de fondo que remite a ciertas estructuras de poder presentes en muchas relaciones íntimas. Desde esa mirada, el relato se inscribe en una larga tradición de ficciones que entienden el vínculo amoroso como una forma de pugna más que de armonía.

El guion elige dosificar la información. No reparte culpables ni inocentes con claridad. Las motivaciones de los personajes se intuyen más que se explican, lo que permite al espectador mantenerse en una posición incómoda. La serie se construye así como una narración en tensión permanente, sostenida por silencios largos, repeticiones sutiles y acciones contenidas que no buscan reafirmarse en cada plano.

La dirección se mantiene coherente en su propósito: reducir el exceso. Incluso cuando el relato se acerca al drama más intenso, la cámara rehúye el golpe de efecto. No hay lugar para la exaltación, tampoco para el sentimentalismo. Todo se mantiene en un registro moderado que evita levantar la voz. Esa decisión otorga a la serie un tono que la distingue dentro del catálogo habitual de Netflix.

‘Pecados inconfesables’ no intenta reconstruir el género ni generar provocaciones evidentes. Su valor reside en la forma en que maneja las tensiones interiores sin amplificarlas innecesariamente. La frialdad con la que observa los vínculos y la distancia que impone sobre sus propios personajes permiten que cada espectador decida desde dónde mirar.

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