Cine y series

Paddington: Aventura en la selva

Dougal Wilson

2024



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En el cine, el concepto de hogar rara vez se presenta como algo estático. Se desplaza, se reinventa, se estira hasta los confines de la memoria y la pertenencia. Paddington, el osito que encontró su sitio en la brumosa Londres, es testigo de esa transformación. Su historia, que comenzó con un billete de tren y una etiqueta con una petición de cuidado, ahora lo arrastra hacia el corazón de la selva, donde sus orígenes laten entre lianas y ríos caudalosos. Pero el regreso no siempre es lo que uno espera.

El director Dougal Wilson asume la difícil tarea de continuar la saga tras la salida de Paul King, el artífice del tono y la cadencia de las entregas previas. En este tercer acto, el escenario se amplía más allá de la familiaridad londinense para sumergirse en un relato de aventuras que busca equilibrar la calidez de su protagonista con la vastedad de la selva peruana. La premisa, aparentemente sencilla, se tuerce hacia una trama que entrelaza desapariciones, tesoros ocultos y personajes con intereses opacos.

Ben Whishaw regresa como la voz de Paddington, impregnando al personaje de su ya habitual mezcla de candidez y educación británica. La historia se pone en marcha con la noticia de que la entrañable Tía Lucy se ha esfumado del hogar para osos jubilados, lo que motiva el viaje de Paddington y los Brown a Sudamérica. Sin embargo, la expedición se torna en una búsqueda plagada de peligros controlados, con un capitán de barco (Antonio Banderas) que oculta sus propias ambiciones y una monja (Olivia Colman) que despliega una simpatía que delata más de lo que oculta.

El filme, a pesar de su atractivo visual, pierde parte de la chispa que hizo de sus predecesoras un fenómeno intergeneracional. Las travesuras de Paddington, que antes desarmaban con su torpeza en un mundo de normas y rigideces, ahora se diluyen en un entorno que ya de por sí es caótico. La comedia física se mantiene, pero sin la precisión de su máxima expresión en ‘Paddington 2’. El cambio de escenario, si bien aporta novedad, también priva a la historia de un elemento fundamental: la interacción entre Paddington y el engranaje social británico.

A pesar de esto, la película encuentra momentos de solidez en sus interpretaciones. Olivia Colman se apodera de cada escena con un registro que bascula entre lo excéntrico y lo maquiavélico. Banderas, por su parte, se desliza en su rol con la naturalidad de quien sabe que su presencia ya es un punto de interés en sí misma. Los Brown, con una Emily Mortimer que sustituye a Sally Hawkins, cumplen con su función sin destacar en exceso.

A nivel temático, la película no evade su insistencia en valores como la familia, la identidad y la pertenencia. Paddington, que ya ha encontrado un hogar adoptivo, se enfrenta ahora al eco de sus orígenes, aunque la narración no explora a fondo las implicaciones emocionales de este viaje. Hay momentos de emotividad calculada, pero sin alcanzar la naturalidad de entregas anteriores.

La dirección de Wilson, eficaz en su cometido, no logra imprimir la misma frescura que King supo inyectar en sus encuadres y transiciones. La película avanza con ritmo, pero sin el destello de creatividad visual que convertía los episodios anteriores en algo más que un ejercicio de entretenimiento familiar. Se siente contenida, fiel a una fórmula que funciona, pero sin asumir riesgos que la eleven por encima de la comodidad del espectador.

 

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