Los antiguos sabían que los dioses caían con estruendo. Hoy, lo hacen en silencio, fundidos entre píxeles y scrolls infinitos, ocultos bajo la ironía compartida de una historia en bucle. Hay algo profundamente turbio en la belleza de ciertos rituales modernos: mirar, juzgar, consumir, olvidar. 'Olympo' no retrata esta mecánica con distancia crítica, sino que se zambulle en ella como quien se entrega al ácido que disuelve la identidad. Juan Carlos Fresnadillo convierte la pantalla en un oráculo pervertido. Aquí no se adora al dios sol, sino a la luz artificial de una cámara.
Todo parece ritual en ‘Olympo’: el posicionamiento de la cámara, el tono de voz controlado, la performatividad de la culpa. Como si cada personaje supiera que está siendo observado, incluso cuando finge lo contrario. La serie no se pronuncia, no sermonea. Se contorsiona. Su forma narrativa se retuerce como los cuerpos que se exhiben en nombre de una redención jamás otorgada. Las reglas morales están ahí, visibles como señales de tráfico rotas en una carretera desierta: se ven, pero nadie reduce la velocidad.
En esta primera temporada, la tensión se cocina sin piedad. Los vínculos entre personajes jamás se presentan como puentes; son trampas de caza emocional. Cada escena parece bordeada de una duda silenciosa: ¿dónde termina el deseo y empieza la manipulación? Fresnadillo encuentra en la manipulación una herramienta estética, casi ética. El montaje se convierte en un lenguaje cruel. No busca coherencia. Tampoco evolución. Sólo exposición. Y esa exposición, como sucede con las viejas leyendas, tiene un precio.
La actuación coral se mueve con precisión dentro del desequilibrio general. Destacan momentos donde el gesto importa más que la palabra, donde una mirada esquiva dice más que diez líneas de diálogo. No hay espacio para lo tibio. Cada emoción se arrastra por el suelo, sucia y viva. El guion no permite redenciones limpias, ni tragedias puras. La suciedad es el terreno elegido. Y es ahí donde la serie respira con más potencia.
'Olympo' capta algo incómodo del presente: la idea de que todo está documentado, pero nada comprendido. Que la culpa puede rentabilizarse. Que el sufrimiento funciona como contenido. Que las ruinas del mito siguen generando likes.
La primera temporada de 'Olympo' ya está disponible en Netflix