Cine y series

Muy lejos

Gerard Oms

2025



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Pocas veces el desplazamiento es solo geográfico. Hay huidas que se gestan en silencio mucho antes de hacerse visibles, con el cuerpo aún presente pero la voluntad ya distante. Así arranca ‘Muy lejos’, en el paréntesis indefinido que sigue a un ataque de pánico y que desata una ruptura con todo: el país, la familia, el idioma, el nombre propio. En ese intervalo se instala Sergio, un hombre sin mapa ni brújula, sostenido por inercias que, al cesar, lo dejan suspendido en la periferia del mundo. Gerard Oms se asoma a ese lugar con una película que no busca levantar monumentos ni extraer redenciones, sino fijar una mirada sostenida en lo ordinario. Y allí, justo allí, encuentra su fuerza.

La historia tiene como detonante una acción mínima: perder una cartera, o más bien fingir su pérdida, para evitar subirse a un avión de regreso. Lo que sigue no es una épica del migrante ni una crónica de la superación personal. Es un retrato más desordenado, con pulsaciones más bajas, de un hombre que vive dentro de una contradicción persistente. Sergio, interpretado por un Mario Casas que trabaja desde la sombra de los gestos y las pausas, encarna a un individuo que se sostiene apenas con lo puesto, atrapado en un cuerpo educado para ocultar y una ciudad que no lo espera ni lo rechaza del todo.

Oms sitúa la acción en Utrecht, lejos de cualquier postal amable. La elección no es casual: es en la grisura de los espacios impersonales, una cocina de restaurante, un piso compartido, un parque cualquiera, donde el protagonista empieza a percibir una fractura entre lo que ha sido y lo que podría ser. El director recurre a una puesta en escena austera, cámara al hombro, escasos primeros planos, y una luz que tiende a lo desvaído. No hay concesiones dramáticas, solo la insistencia de una cámara que observa sin intervenir. Y en ese rigor casi documental, la película va articulando un discurso sobre el desgaste del personaje, sobre lo que supone vivir a medio camino entre el rechazo al pasado y el temor a construirse otra cosa.

Sergio se aleja de los estereotipos del inmigrante ejemplar o del héroe en formación. Es racista, es homófobo, y al mismo tiempo, es frágil, afectuoso, inconsciente de su propia herida. Oms no busca corregir al personaje ni lo utiliza como vehículo para grandes moralejas. Lo sitúa, más bien, en un estado de constante roce con otros cuerpos y otras historias, algunas de ellas marginales, otras simplemente desplazadas como él. En esa red de vínculos precarios, con un compañero de trabajo, con su casera, con un poeta improvisado, la película ensaya otra manera de hablar de pertenencia y de afecto.

Hay algo deliberadamente opaco en Sergio, como si toda su construcción se diera a partir de lo que calla. La película no se empeña en desentrañar su biografía, ni en justificar su deriva. Solo sugiere, con trazos sobrios, que ha sido moldeado por una educación sentimental que le impuso un disfraz que ahora se resquebraja. El fútbol, con su carga tribal, funciona como marco inicial para esa identidad performativa. Pero la afición no desaparece: sobrevive en pequeños partidos callejeros, como un vestigio de lo que une y también de lo que reprime.

Mario Casas se despoja de toda afectación y encarna a su personaje desde una fisicidad contenida. Su interpretación no se apoya en el discurso, sino en la forma en que ocupa el espacio, en cómo baja la mirada o en la rigidez con la que atraviesa una cocina llena de desconocidos. Rodeado por secundarios que no están diseñados para complementar su viaje sino para desafiarlo, destaca David Verdaguer en un rol punzante y ambiguo, Casas encuentra el tono de una masculinidad que se tambalea y que empieza a fracturarse sin estridencias.

El guion no organiza sus momentos según una estructura de redención o de iluminación. Al contrario: se deja llevar por la rutina, por la repetición de los gestos, por los trabajos mal pagados y las habitaciones compartidas. Es en esa lentitud donde aparece una forma de cine que no aspira a conmover de forma explícita, sino a invitar al espectador a una contemplación incómoda. Oms no estetiza la precariedad ni se complace en la dureza del entorno, pero tampoco lo suaviza. El relato avanza con una lógica interna que privilegia lo no dicho, lo postergado, lo implícito.

‘Muy lejos’ habla, sin proclamas, de lo que implica sobrevivir fuera de los márgenes del grupo. De lo que ocurre cuando uno deja de ser el amigo, el hermano, el hijo, y empieza a definirse en relación con lo desconocido. Oms no busca una transformación heroica. Le basta con mostrar cómo Sergio se va deshaciendo de sus capas, de sus armaduras, sin prometer que del otro lado encontrará algo más sólido. Y en esa renuncia a la certidumbre, en esa negativa a ofrecer un arco redondo, reside una parte sustancial de su propuesta.

En su debut como director, Gerard Oms evita tanto la nostalgia como el dramatismo excesivo. En su lugar, construye una película que se pregunta qué queda cuando se pierde el marco de referencia, y cómo se reorganiza una identidad cuando ya no se puede fingir. No hay redención ni castigo, solo un tránsito lento y desigual hacia una forma más habitable de estar en el mundo. ‘Muy lejos’ no pide comprensión ni simpatía, pero ofrece una mirada precisa sobre una historia que, sin ser ejemplar, encuentra su sentido en el fuera de campo de las grandes narrativas.

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