Cine y series

Misterioso asesinato en la montaña

Franck Dubosc

2024



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Los caminos más estrechos tienden a torcerse en el momento menos oportuno. Basta un giro mal calculado en mitad de la montaña para que el accidente desemboque en geometrías morales donde cada vértice resulta más cortante que el anterior. En esa inclinación gélida, lo cotidiano se resquebraja como el hielo bajo los neumáticos: todo lo que parecía firme se vuelve repentinamente inestable. No se trata de un derrumbe, sino de una caída discreta, pequeña, doméstica, que encuentra su forma de tragedia entre coníferas, silencio y dinero sucio.

Franck Dubosc elige el territorio áspero de las decisiones en cadena. No alza la voz ni dramatiza en exceso; deja que el frío lo haga por él. Su película arranca con una sacudida, aunque lo verdaderamente corrosivo se encuentra en la lentitud con que los personajes, atrapados por deudas y frustraciones larvadas, ven cómo una suma imprevista de dinero se convierte en detonador de todo lo que no han sabido o querido ver antes. No hay épica, sino grisura, y eso, aquí, es virtud.

‘Misterioso asesinato en la montaña’ toma como punto de partida un choque fortuito, pero avanza con la lógica de una avalancha que arrastra tanto a inocentes como a culpables. El guion, coescrito con Sarah Kaminsky, no se complace en giros llamativos: prefiere tensar con lentitud, permitiendo que la comicidad amarga se filtre sin aligerar el peso de las elecciones. La comedia no suaviza nada, sino que revela la torpeza y la mezquindad con que el matrimonio protagonista intenta justificar lo injustificable. Cada escena opera como una soga más que se tensa en el cuello de quienes se obstinan en hacer lo conveniente antes que lo correcto.

La interpretación de Dubosc es contenida, funcional. Ni carisma sobreactuado ni dramatismo redundante. Su Michel es un hombre vencido antes de empezar, que al cruzar la línea hacia el crimen, parece más resignado que impulsivo. A su lado, Cathy, encarnada por Laure Calamy, sostiene con equilibrio un personaje que no quiere mirar demasiado y al mismo tiempo exige complicidad. El conflicto entre ambos se cuece sin estallidos, como si el verdadero desgarro viniera del desgaste acumulado durante años, y no del hecho criminal en sí.

Poelvoorde, por su parte, aparece sin cargar el papel de excesos: su presencia funciona como detonador sutil que altera el equilibrio de un relato ya inestable. Dubosc, en su faceta de director, le permite habitar los silencios sin adornarlos, otorgándole un espacio contenido donde el gesto mínimo puede alterar el rumbo de una escena. La elección de mantener el registro seco, casi desapasionado, permite que el espectador no se distraiga con fuegos artificiales narrativos: el centro es el deterioro moral, nunca la peripecia.

La nieve, omnipresente, no adorna, sino que encierra. Lejos de servir como telón lírico, actúa como sepultura lenta para todo lo que los personajes desean esconder. El paisaje invernal se comporta como un personaje más, cómplice de la estrategia de ocultamiento, envolviendo los cuerpos, el dinero y las decisiones mal digeridas en una blancura donde nada queda limpio. La montaña no purifica, simplemente cubre.

El montaje evita cualquier forma de complacencia. No se busca dinamismo, sino una forma de arrastre lento, como si cada plano supiese que no hay escapatoria posible. La música —mínima, precisa— aparece solo cuando el vacío se vuelve demasiado denso. La atmósfera se nutre de esa elección estilística: permitir que el peso del silencio y la rutina empapen la tensión sin forzarla.

El thriller que construye Dubosc no se define por su premisa, sino por el modo en que el relato va desgastando los vínculos, hasta que los personajes no solo traicionan a otros, sino también lo que alguna vez fueron. La obra esquiva cualquier moralina, pero sí muestra cómo los márgenes de la supervivencia económica pueden erosionar la percepción de lo aceptable. No hay redención en el horizonte, ni siquiera la posibilidad de algún alivio. Solo quedan rastros mal disimulados sobre la nieve, y un eco sordo de todo lo que se decidió callar demasiado tiempo.

‘Misterioso asesinato en la montaña’ se construye desde esa lógica: la de la suma de elecciones pequeñas que, una vez puestas en marcha, generan una pendiente imposible de revertir. No hay catarsis ni liberación, sino una ceguera progresiva que se disfraza de necesidad. La película ofrece un retrato contenido del derrumbe moral sin buscar culpables grandilocuentes, tan solo individuos pequeños, encerrados en un paisaje que refleja exactamente eso: lo que se va perdiendo cuando ya no se espera recuperar nada.

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