Cine y series

Misericordia

Alain Guiraudie

2024



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El hogar al que se regresa no es el mismo que se dejó atrás. En el trayecto de vuelta, los recuerdos tiñen el paisaje con una pátina de irrealidad: las curvas de la carretera parecen menos pronunciadas, las casas más pequeñas, las caras más ajenas. Pero es en la distancia entre lo que se espera encontrar y lo que realmente aguarda donde Alain Guiraudie halla el conflicto de 'Misericordia'. El viaje de su protagonista no es solo el regreso a un espacio físico, sino la confrontación con todo aquello que quedó pendiente: el deseo reprimido, las relaciones truncas, las heridas que nunca cicatrizaron del todo.

El director ubica su historia en Saint-Martial, un enclave rural tan apacible en apariencia como intrincado en su realidad cotidiana. Ahí llega Jérémie (Félix Kysyl) para asistir al funeral de su antiguo jefe. Martine (Catherine Frot), la viuda, lo recibe con una hospitalidad que contrasta con la hostilidad velada de su hijo Vincent (Jean-Baptiste Durand). Lo que parece un reencuentro de cortés formalidad se va transformando en una telaraña de resentimientos y atracciones larvadas, mientras el pasado se infiltra en cada interacción con la fuerza de un espectro que nadie puede exorcizar del todo.

Guiraudie no se conforma con retratar la tensión latente; la deja expandirse, contaminando cada diálogo, cada mirada. La violencia que se gesta en ese microcosmos se desata de la manera más brutal: en el enfrentamiento entre Jérémie y Vincent, un combate que se balancea entre el juego y la hostilidad antes de inclinarse de forma definitiva hacia la tragedia. El asesinato no es un punto de giro, sino la culminación de un proceso que se venía gestando desde el primer minuto. Y, a partir de ahí, 'Misericordia' deja de ser un drama sobre el deseo reprimido para convertirse en un estudio sobre el autoengaño y la supervivencia moral.

El desconcierto que genera la historia no proviene de su nudo criminal, sino de la respuesta de los personajes ante él. La desaparición de Vincent genera inquietud, pero nadie parece particularmente sorprendido, como si la tragedia fuera un desenlace lógico en una comunidad donde los vínculos siempre han estado marcados por el silencioso forcejeo entre el querer y el poder. Incluso la figura del sacerdote, Abbot Philippe (Jacques Develay), se inscribe en este juego de encubrimientos y cómplices omisiones, no desde la ortodoxia moral, sino desde un cálculo de conveniencia que se mueve entre el afecto y la necesidad.

El tono de Guiraudie es a ratos soterradamente cómico, otras veces decididamente cruel. Su puesta en escena enfatiza la aridez emocional de sus personajes: la cámara de Claire Mathon recorre el pueblo como si fuese un organismo que apenas respira, inmerso en una calma que no es tranquilidad, sino la falta de una alternativa clara. No hay subrayados ni grandes momentos de catarsis, solo un deslizamiento progresivo hacia la certeza de que la culpa no siempre necesita un castigo para seguir corroyendo desde dentro.

A pesar de sus logros formales, 'Misericordia' se tambalea en su tramo final. A medida que la historia se acerca a su desenlace, las decisiones de Guiraudie empiezan a parecer erráticas, acumulando situaciones que desafían la credibilidad del relato sin aportar demasiado a su compleja red de relaciones. La policía, en particular, se introduce como un elemento que parece prometer un desenlace más incisivo de lo que finalmente se entrega. En lugar de elevar la tensión, su presencia diluye el conflicto, haciendo que la resolución se sienta menos impactante de lo que la película venía sugiriendo.

Aun así, 'Misericordia' se sostiene como una exploración incisiva de las tensiones que laten bajo la superficie de lo cotidiano. Guiraudie plantea un universo donde el deseo es una fuerza que no distingue entre lo permitido y lo prohibido, donde el crimen no es solo un hecho puntual, sino la consecuencia inevitable de un tejido social hilado con resentimientos, anhelos insatisfechos y pactos tácitos. En su mundo, la culpa no es un detonante de expiación, sino una presencia silenciosa que se instala en el fondo de la conciencia y nunca termina de desaparecer.

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