Cine y series

Los Últimos Románticos

David P. Sañudo

2024



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¿Cuánta realidad cabe en una vida rutinaria? En el desvaído panorama de ‘Los Últimos Románticos’, el tejido de lo cotidiano se vuelve una pesada losa, casi una prisión. David P. Sañudo nos invita a sumergirnos en la vida de Irune, una mujer cuya existencia se ha convertido en un juego de equilibrios entre la resignación y la nostalgia. Esta película no solo propone una mirada introspectiva a la crisis individual de su protagonista, sino que sugiere algo más amplio, un reflejo de una comunidad que lentamente se ve empujada al abismo de la indiferencia y el olvido.

El contexto de Irune, atrapada en un pueblo industrial vasco, es como una herida abierta que no cierra, una realidad que, a cada minuto, parece consumirla. Trabaja en una fábrica de papel en crisis y enfrenta problemas de salud que reflejan la fragilidad de su existencia. La fábrica, el papel, el engranaje roto de una vida monótona y un anhelo constante de evasión se conjugan en un simbolismo inquietante. Sañudo crea un espacio donde la modernidad y el desamparo coexisten, como en esas ciudades periféricas que, en medio de un paisaje desolador, tratan de adaptarse a un tiempo que las ha superado.

La película nos coloca frente a una protagonista que parece aferrarse a su historia, a ese “romanticismo” que resiste ante una vida que ya no ofrece ni abrigo ni consuelo. Irune, interpretada con precisión por Miren Gaztañaga, encarna una soledad casi existencial. Sus breves contactos, como las llamadas a un operador de Renfe que le ofrece billetes que nunca tomará, dan cuenta de una conexión fantasmal con el mundo, que parece disolverse cada vez que el sonido de la fábrica o la indiferencia de sus vecinos le recuerdan que es una figura al margen, sin aliados ni refugios. Cada interacción es un hilo frágil que apenas sostiene su vida en un equilibrio inestable.

Sañudo utiliza una estética cruda y austera, donde la melancolía de la cinematografía subraya las líneas de un paisaje despojado de vida y color. Al retratar los desafíos de una trabajadora atrapada en un lugar que parece desmoronarse, consigue articular una denuncia social sutil pero contundente sobre la precariedad laboral y la deshumanización del individuo en un contexto de crisis. A través de Irune, se expone la dificultad de la clase trabajadora para sostener su identidad en un entorno que apenas les ofrece un espacio propio, y mucho menos esperanza. La ironía de su empleo en una fábrica de papel parece subrayar la transitoriedad de las personas y de sus historias, desechadas al ritmo de la producción y la demanda.

Esta película es también una crítica al vínculo perdido entre los miembros de una comunidad. Las vecinas de Irune, los compañeros de trabajo, todos parecen ser figuras aisladas, reducidos a interacciones frías o convenientes. La fábrica como microcosmos social evoca una era en la que la lucha obrera y el sentido de pertenencia eran valores esenciales, mientras que en el presente parecen haber desaparecido por completo. El individualismo, la apatía y el retraimiento colectivo reflejan una sociedad que ha optado por la indiferencia.

David P. Sañudo, al igual que en su aclamada Ane, demuestra su habilidad para profundizar en los pliegues de la realidad de la clase trabajadora. Con un guion coescrito con Marina Parés, la película mantiene un pulso constante entre la introspección y el drama social, logrando, sin estridencias, dar voz a la experiencia de muchas personas que, como Irune, viven atrapadas en espacios grises y sin alternativas visibles.

‘Los Últimos Románticos’ exige del espectador una inmersión en una narrativa donde el simbolismo y los matices se despliegan con lentitud. Las historias no resueltas, los personajes que aparecen y desaparecen como sombras, todo contribuye a crear un aire de incertidumbre que refuerza el carácter introspectivo de la cinta. Sin caer en lo evidente ni en discursos moralizantes, Sañudo construye un relato de ausencias y fragilidades, donde la falta de comunicación parece ser el idioma común.

La dirección de Sañudo y la interpretación de Gaztañaga logran captar la esencia de una vida marginal y desgastada, y aunque en algunos momentos el ritmo pueda parecer lento o la trama circular, este aparente agotamiento en la narrativa se alinea con el estado de ánimo de Irune. El trabajo de fotografía, con tonos apagados y encuadres cerrados, fortalece la percepción de una vida sin respiro, atrapada en un entorno que nunca deja espacio para la esperanza.

‘Los Últimos Románticos’ no busca respuestas ni consuelo. Como espectador, uno queda con la sensación de haber presenciado una historia cuyo impacto reside en su naturalismo y honestidad. Esta película es, en última instancia, un retrato de los vínculos que se pierden en una realidad que no admite refugios ni aspiraciones. Irune representa una lucha sutil pero poderosa, un último intento por ser algo más que una pieza desechable en un sistema que no ve individuos, sino engranajes que pueden ser reemplazados. Esta es la historia de una mujer, de una fábrica, y de un mundo que poco a poco deja de pertenecer a quienes lo habitan.

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