Cine y series

Los pecadores

Ryan Coogler

2025



Por -

El barro cruje como un viejo vinilo en cada paso. Entre el calor pegajoso de un Mississippi preñado de muerte, brota una música que atraviesa los huesos: el blues no suena, gime. Hay algo podrido en el aire, pero no es sólo el sudor de los cuerpos o el licor barato; es la memoria fermentada de siglos de abuso, encarnada ahora en forma de vampiros de traje blanco y alma hueca. En este paisaje olvidado por Dios, donde los juke joints se erigen como catedrales efímeras, una guitarra rota puede abrir portales que ni el diablo quiere cruzar sin permiso.

Todo parece conjurado para que el caos sea ley y el pecado, ritual. Aquí, los pecadores bailan por necesidad, no por gozo. La carne importa, pero lo que late detrás es otra cosa: un duelo entre el hambre de libertad y el precio de ceder la voz. Cada personaje se arrastra con una herida que no supura sangre, sino ritmo. Coogler moldea este universo con furia y sentido de urgencia, como si tuviera que salvar una historia que alguien está intentando borrar a mordiscos.

‘Los pecadores’ se construye como un canto, sí, pero también como una maldición. Sammie, hijo del predicador y poseído por el fuego de la guitarra, escapa de la redención que su padre predica. Él no busca una salvación en la luz: se lanza hacia el abismo eléctrico de lo profano. A su alrededor, dos hermanos regresan de Chicago con la arrogancia del dinero y la nostalgia de un origen que no deja de sangrar. Todo vibra con tensión: la de un pasado que golpea a través de los acordes y de un presente que se derrumba bajo colmillos blancos como lápidas.

Las dinámicas entre personajes son una coreografía de secretos no dichos, heridas abiertas y pactos de humo. La política y el cuerpo se abrazan como amantes sucios en una noche sin final. La cámara de Autumn Durald no sólo encuadra, encierra. El encierro se convierte en ley narrativa: ya sea en el club, en la iglesia o en la plantación, nadie escapa. La libertad aparece como un espejismo que remite a lo ancestral, lo ritual, lo salvaje. Annie, la curandera, es más peligrosa que los monstruos; porque ella sabe lo que duele pertenecer.

En lo formal, Coogler alcanza un vértigo casi insostenible. La secuencia donde la música une tiempos y geografías es un exorcismo colectivo, una sacudida que atraviesa el relato y la pantalla. El cine se desborda, y con él, el mito. El resultado es imperfecto, enloquecido, pero necesario. Porque aquí la ficción no ilustra: convoca.

‘Los pecadores’ ya está disponible en HBO Max

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