Existen relatos que, bajo la apariencia de confesión íntima, se presentan como un escaparate de silencios blanqueados. Como vitrinas adornadas con palabras que buscan consuelo en la estética de lo confesional, ciertas narraciones intentan maquillar el origen de su conflicto sin alterar su estructura interna. Algo de eso ocurre con ‘Las Berrocal’, el docureality producido por Movistar Plus+, que coloca frente a la cámara a una familia encabezada por Vicky Martín Berrocal y la rodea de una puesta en escena cuidadosamente construida para dar una impresión de apertura emocional. Sin embargo, lo que se muestra, más que abrir heridas, las disfraza. En ese intento de acercarse a lo íntimo, el documental termina escenificando una liturgia mediática en la que lo realmente perturbador se convierte en espectáculo ornamental.
No se puede descartar que detrás de cada encuadre exista una intención comercial, una estrategia de visibilidad diseñada para reposicionar figuras públicas en una industria audiovisual saturada de formatos que compiten por autenticidad. En ‘Las Berrocal’, el relato avanza sobre un terreno delicado: una relación conyugal marcada por la infidelidad, la omisión y la subordinación emocional es tratada como si fuese parte de una historia entrañable, de aquellas que se recuerdan en tono familiar, entre lágrimas de nostalgia y anécdotas que el montaje insiste en hacer entrañables. Victoria Martín Serrano, madre del clan, rememora su vínculo con José Luis Martín Berrocal —ausente pero omnipresente— mientras una estatua del difunto preside el relato como tótem inexpugnable. Allí, en ese pedestal, lo cuestionable se convierte en símbolo, y lo que debería someterse a análisis es elevado a categoría de legado.
El enfoque del documental desdibuja los márgenes de la crítica emocional. El patriarca, cuya doble vida y reiteradas traiciones dejaron una huella manifiesta en la vida de sus hijas y nieta, aparece envuelto en una narrativa indulgente, sostenida por la complicidad involuntaria —o no— de sus descendientes. Esta indulgencia se transmite al espectador sin filtros, como si la cámara se colocara al servicio de una épica condescendiente. La romantización de dinámicas afectivas desequilibradas impregna los cuatro episodios y alimenta la confusión sobre qué es afecto y qué es apego disfrazado.
La serie abunda en referencias a la fuerza del vínculo femenino, pero ese núcleo afectivo nunca se confronta con el impacto que tuvo crecer bajo un modelo de relación tóxica. La repetición de palabras como valentía, transformación o reconciliación familiar ocupa el lugar del análisis. La cámara se detiene en lo decorativo, en los gestos, en las declaraciones que buscan enfatizar un crecimiento personal, aunque ese crecimiento se plantee como una consecuencia estética, más que ética. Se habla de terapia, de catarsis, pero los conflictos no se abordan con el rigor que merecen, sino con el desparpajo que exige un producto televisivo que debe mantener el ritmo emocional alto sin adentrarse demasiado en lo incómodo.
El relato de Rocío, la hermana menos conocida, se construye como una revelación. Sin embargo, su papel queda limitado a ser una voz que acompaña el guion principal, sin llegar a alterar el rumbo emocional general del documental. La hija, Alba, emerge como el rostro que se intenta proyectar hacia el futuro, pero lo hace sostenida por una narrativa que poco cuestiona las estructuras heredadas. El foco no se posa sobre las secuelas de haber crecido en un entorno donde la sumisión se interpretó como prueba de amor, sino que las presenta como anécdotas que fortalecen, como si el sufrimiento heredado se resolviera mediante la repetición del afecto entre generaciones.
La dirección del documental opta por una estética que mezcla la grandilocuencia visual con la ternura contenida. Vestidos, decorados y escenas coreografiadas contribuyen a construir una atmósfera de falsa transparencia, en la que todo parece ser mostrado mientras lo esencial queda fuera del encuadre. Los silencios, lejos de sugerir complejidad, indican omisión. La elección de los encuadres, la música emocionalmente dirigida y la reiteración de escenas familiares buscan generar una empatía inmediata, que más que interpelar al espectador, lo adormece.
Uno de los elementos más críticos del proyecto radica en su función pedagógica indirecta. Al presentarse como una crónica íntima de superación y afecto intergeneracional, ‘Las Berrocal’ introduce de forma sutil un modelo de amor edulcorado que, en realidad, encubre prácticas relacionales disfuncionales. La construcción del amor como sacrificio, de la fidelidad como tolerancia extrema y del legado como perdón automático, se disemina entre los fragmentos emocionales sin ser cuestionada. Esa narrativa es la que puede terminar sedimentando en el imaginario colectivo, especialmente entre espectadores jóvenes que consumen estos relatos con la expectativa de reconocimiento.
Lejos de proponer una revisión crítica del pasado familiar, ‘Las Berrocal’ se entrega a una celebración embellecida del linaje. El sufrimiento aparece, pero se transfigura en narrativa reconciliadora, sin una verdadera confrontación con lo que significó vivir bajo una estructura patriarcal disimulada. Es esa incapacidad de señalar con claridad los mecanismos de poder afectivo lo que convierte el documental en un producto arriesgado. El montaje no confronta, embellece; la palabra no denuncia, endulza; el conflicto no se analiza, se empaqueta.
La intención de dar voz a las protagonistas queda eclipsada por la forma en que esa voz se encauza. Las Berrocal hablan, sí, pero desde un guion que les exige redención y espectáculo más que verdad. Lo que en otros contextos sería una oportunidad para deconstruir relatos heredados, aquí se convierte en una escenificación decorada de un pasado problemático. Lo íntimo se vuelve mercancía, y la herida, reclamo publicitario.
‘Las Berrocal’ no consigue disociarse de su forma. Está atrapado en la necesidad de agradar y justificar, más que de narrar con lucidez. Su retrato de lo familiar se desliza entre el artificio emocional y la fidelidad a una estética de escaparate, sin llegar a enfrentarse a las sombras que dice mostrar. La cámara, en lugar de desvelar, protege. Y lo que se ofrece al espectador, envuelto en celofán sentimental, termina siendo más una fábula complaciente que una crónica veraz.
El documental ya está disponible en Movistar Plus+
