Cine y series

La Viajera

Hong Sang-soo

2024



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Desandar lo conocido para mirar de nuevo lo que ya fue mirado. Caminar sin urgencia por los intersticios de una vida que no encuentra encuadre, como si cada paso fuese menos un desplazamiento que una suspensión. En ‘La Viajera’, todo parece moverse con la lentitud del recuerdo y la fragilidad de una excusa. La película se despliega como una nota escrita con la mano temblorosa, dirigida a nadie, firmada por una autora sin dirección fija.

En la superficie, se trata de un viaje. Un trayecto breve, casi anecdótico, apenas un esbozo. Pero en la estructura que impone Hong Sang-soo, ese desplazamiento nunca se da del todo en el espacio. Se convierte en un tránsito interior apenas sugerido, delineado por la repetición de gestos, la acumulación de silencios y las variaciones ínfimas entre conversaciones. El cineasta surcoreano sigue desmontando la narrativa hasta reducirla a lo indispensable, al punto en que cualquier atisbo de progresión dramática parece un accidente más que una intención.

Jeong-soo, la protagonista, se desplaza sin avanzar. Sus movimientos no están marcados por la voluntad, sino por la necesidad de ocupar un tiempo que no le pertenece. No se presenta ni como turista ni como anfitriona, sino como una figura intermedia, alguien que asiste a escenas ajenas con una extraña mezcla de distancia e involucramiento. No busca intervenir, pero tampoco desaparece del todo. Se sienta, observa, bebe, asiente. Habla poco. Su presencia se impone más por lo que calla que por lo que dice.

Los personajes secundarios, como en la mayoría de las obras de Hong, se configuran como espejos distorsionados entre sí. No existe aquí un reparto coral ni un protagonista en sentido convencional. Cada figura encarna una posible versión de una misma deriva emocional, un compás que desafina en intervalos similares. Las conversaciones, sostenidas en una lengua que no siempre es compartida entre los interlocutores, son más un intento de contacto que un verdadero intercambio. Se repiten estructuras, se reformulan frases, se vuelve una y otra vez a los mismos temas, como si el tiempo fuese una cuerda que solo puede tensarse hasta cierto punto antes de romperse.

El encuadre, característicamente estático o apenas oscilante, no se preocupa por subrayar emociones. Se queda quieto incluso cuando los cuerpos se tambalean, cuando los rostros se descomponen en gestos apenas perceptibles. La cámara de Hong no acompaña: deja estar. No juzga ni enfatiza. Solo registra. En esta contención se filtra la melancolía, en ese modo desapegado de observar lo que podría haber sido, sin necesidad de dramatizar su ausencia.

La música, cuando aparece, no busca engalanar ni guiar. Actúa como interrupción, como intrusión casi incómoda. Un breve piano que irrumpe y se esfuma. No hay clímax, ni intención de construir uno. Todo parece detenido en un umbral que no se cruza. Así se configura la lógica interna del film: escenas que podrían ser el comienzo de algo, pero que se resuelven en la inacción. O más bien, en una acción imperceptible, cuya fuerza se mide no por su intensidad sino por su repetición.

En ‘La Viajera’, los espacios son casi intercambiables. Habitaciones anónimas, cafés impersonales, playas sin nombre. Ninguno de estos lugares parece importar por sí mismo, solo en la medida en que ofrecen un refugio momentáneo para los encuentros. Pero incluso esos intercambios están marcados por una especie de desajuste crónico: lo que se dice no coincide con lo que se quiere decir, y lo que se desea nunca se nombra con claridad. La película se sostiene en ese terreno ambiguo donde nada termina de consolidarse, donde todo queda suspendido.

El cine de Hong Sang-soo ha hecho de esta estética de lo inacabado una firma reconocible. Pero en ‘La Viajera’ esa indeterminación alcanza una cadencia más áspera. Hay menos ironía, menos guiños. Todo parece más seco, más desprovisto de artificio. Y sin embargo, no hay cinismo en esta austeridad. Más bien, una obstinación por registrar lo que sobrevive al desinterés, a la rutina, a la decepción.

No hay aprendizaje, ni reconciliación, ni epifanías. Solo cuerpos que continúan sentándose frente a otros cuerpos, buscando en la conversación algún tipo de alivio. La película no simula grandes aspiraciones. Apenas sugiere una forma de estar en el mundo cuando todo lo demás se ha desdibujado. Una forma incómoda, en ocasiones torpe, pero sin impostaciones. Esa es la medida que parece interesarle a Hong: lo que queda cuando se ha eliminado casi todo.

‘La Viajera’ no busca completar un trayecto, sino hacer visible su imposibilidad. En su insistencia por no construir un relato que cierre, abre otra posibilidad: la de asumir la precariedad de los vínculos, la repetición como forma de resistencia, el gesto mínimo como acto de permanencia.

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