El arte tiene una capacidad singular para revelarnos aquello que preferimos ignorar. No solo refleja lo que somos, sino también lo que podríamos ser, lo que nos resistimos a mirar de frente. En ‘La mitad de Ana’, Marta Nieto nos invita a contemplar no un espejo perfecto, sino una superficie quebrada, donde la identidad y la maternidad se entrelazan en un juego de fragmentos que buscan sentido. ¿Cuánto de nosotros mismos estamos dispuestos a abandonar por los demás? Esa es la pregunta que la protagonista, Ana, parece responder no con palabras, sino con sus vacíos, sus silencios y los espejos que la rodean.
La cinta transcurre entre los pasillos de un museo y la cotidianidad de una casa modesta. Estos espacios, a la vez delimitados y abiertos, nos hablan de un encierro emocional, donde el tiempo transcurre entre la rutina y la incomodidad de enfrentarse a lo desconocido. Es en este contexto donde Ana, interpretada por la propia Marta Nieto, comienza su viaje. Un viaje que no se mide en distancias, sino en la capacidad de cuestionar lo establecido.
‘La mitad de Ana’ narra la historia de una madre que enfrenta la transición de su hija Sonia, quien decide ser llamada Son. Aunque el eje parece girar en torno a esta exploración de género, la verdadera transformación recae en Ana. El filme plantea un interesante intercambio de roles: mientras la niña busca definir su identidad, la madre se ve forzada a confrontar sus propios miedos, prejuicios y la vida que ha dejado de lado.
El guion, coescrito por Nieto y Beatriz Herzog, opta por un minimalismo que refleja el desconcierto de sus personajes. El conflicto está más sugerido que expuesto, dejando al espectador la tarea de completar las ausencias. Sin embargo, esta apuesta puede resultar frustrante. Hay momentos en los que la narrativa parece demasiado contenida, como si temiera profundizar en sus propias heridas. Las escenas oníricas, aunque conceptualmente interesantes, carecen de la cohesión necesaria para integrarse plenamente en el relato.
La película encuentra uno de sus recursos más potentes en el cuadro ‘Un mundo’, de Ángeles Santos, que aparece de manera recurrente. Este lienzo cubista, con sus caras ocultas, sirve como una metáfora visual del conflicto interno de Ana. La mujer que observa el cuadro es también un fragmento, una sombra de lo que fue, atrapada entre su pasado y el presente que intenta redefinir.
El director de fotografía, Julián Elizalde, contribuye a esta sensación de introspección con planos cuidadosamente compuestos, llenos de reflejos y desenfoques. La paleta de colores, dominada por tonos apagados, refuerza la idea de una vida en suspensión, de una protagonista que parece estar siempre al borde de algo, pero sin llegar a cruzarlo.
Marta Nieto ofrece una actuación medida, casi austera, que captura el desasosiego de Ana sin necesidad de grandes gestos. Es en su expresión corporal y en sus pausas donde encontramos el eco de sus luchas internas. Noa Álvarez, en el papel de Son, aporta frescura y autenticidad a un rol que podría haber caído en el estereotipo. Sin embargo, el resto del elenco, aunque correcto, queda relegado a un segundo plano, lo que debilita algunas de las tramas secundarias.
A pesar de sus virtudes, ‘La mitad de Ana’ no está exenta de problemas. El principal es su falta de cohesión. La película intenta abarcar demasiados temas—maternidad, identidad, precariedad laboral, el papel del arte—sin desarrollarlos plenamente. El resultado es una obra que a veces se siente dispersa, incapaz de mantener un hilo conductor que conecte sus distintas propuestas.
Asimismo, el ritmo puede resultar desigual. Algunos momentos, como las escenas en la discoteca, parecen desconectados del tono general del filme, mientras que otros, como las interacciones entre madre e hija, carecen de la profundidad emocional que podría esperarse. Esta falta de equilibrio hace que la película pierda intensidad y que el espectador se distancie de los personajes.
Como primera incursión en la dirección, ‘La mitad de Ana’ muestra que Marta Nieto tiene una visión clara y un gran potencial. Su capacidad para captar las complejidades de la maternidad y la identidad es indiscutible, aunque su narrativa no siempre logra estar a la altura de sus ambiciones. Es una obra que plantea más preguntas que respuestas, pero en su esencia radica una voluntad de explorar el cambio y el reencuentro.
Con todo, queda por ver cómo evolucionará Nieto como cineasta en futuros proyectos. Por ahora, ‘La mitad de Ana’ es un debut digno de atención, que invita a reflexionar sobre las muchas mitades que conforman nuestra identidad.
