Cine y series

Karate Kid: Legends

Jonathan Entwistle

2025



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Un enfrentamiento no siempre parte del combate. En ‘Karate Kid: Legends’, Jonathan Entwistle enmarca el choque entre generaciones dentro de una estructura que evita subrayados. Lejos de recrear el eco brillante de las entregas originales, el director orienta el relato hacia territorios de herencia y ruptura, donde el pasado se insinúa más que se impone. La película se construye sobre una tensión contenida entre reverencia y desapego, sin que esa dualidad condicione su avance.

El entorno urbano se representa desde cierta grisura que sugiere distanciamiento. La estética del filme renuncia al artificio, dejando que los escenarios proyecten su propio deterioro sin necesidad de acentuarlo. La cámara sigue a los personajes desde la distancia, permitiendo que sus movimientos hablen más que sus palabras. Entwistle emplea esta lejanía para remarcar un desapego emocional que no se resuelve, pero tampoco se dramatiza. La violencia, física o simbólica, se contiene en gestos que no buscan impresionar, sino marcar la rutina con una carga que nunca llega a explotar del todo.

El guion evita glorificar a sus protagonistas. Las figuras que ocupan el centro del relato se alejan de todo molde heroico, desplazando cualquier signo de épica hacia lo anecdótico. Las decisiones que toman rara vez derivan en certezas, y su trayectoria se percibe más como un tránsito que como una meta. Este enfoque genera una sensación de espera constante, donde los enfrentamientos parecen demorarse a propósito para dar lugar a tensiones menos visibles.

Las relaciones entre los personajes se articulan desde la contradicción. No hay vínculo que fluya sin obstáculos, y los diálogos se interrumpen con frecuencia por silencios que pesan más que las palabras. La mentoría, uno de los ejes clásicos de la franquicia, se representa aquí con escepticismo. La transmisión de saber carece de solemnidad y se presenta desprovista de ceremonia. Las técnicas se enseñan casi por inercia, como si fueran parte de un residuo cultural que ya nadie se esfuerza por preservar activamente.

Las secuencias de entrenamiento huyen del espectáculo. La cámara evita la espectacularización del cuerpo y relega la destreza técnica a un segundo plano. En lugar de exaltar el esfuerzo, la película enfatiza el desgaste cotidiano, la repetición sin consuelo, los intentos fallidos de dotar de sentido a una práctica cada vez más marginal. Este desvío respecto a los códigos habituales del género dota al relato de un tempo moroso, donde cada avance resulta provisional.

La actuación se sostiene sobre una contención precisa. Los intérpretes esquivan la sobreactuación, refugiándose en miradas y pausas que delimitan mejor que cualquier monólogo el estado emocional de sus personajes. Las tensiones internas se resuelven mediante ligeras inflexiones, pequeños gestos que insinúan más de lo que muestran. El trabajo actoral refuerza esa atmósfera de suspensión en la que todo parece a punto de empezar, sin que llegue nunca a eclosionar.

El legado de ‘Karate Kid’ se aborda sin nostalgia. Entwistle no propone una celebración ni una parodia de sus referentes. El pasado funciona como una sombra, una presencia intermitente que atraviesa la película sin anclarla. Este tratamiento permite que ‘Legends’ respire por sí misma, desligándose tanto de la mitología como de cualquier intención de renovación entusiasta. La obra avanza sin prisas ni excesos, consciente de sus límites, sin necesidad de enunciar grandes proclamas.

A lo largo del metraje se percibe una renuncia consciente a construir un clímax. La estructura narrativa diluye el conflicto principal en pequeñas derivas, como si el trayecto se construyera a partir de desvíos más que de giros. Este planteamiento evita el efectismo y privilegia una línea más difusa, donde el sentido se desprende de lo que no se muestra tanto como de lo que se expone. La acción aparece medida, contenida, con escasa ornamentación.

Jonathan Entwistle se aproxima a ‘Karate Kid: Legends’ con una mirada distante, casi clínica. El resultado remite más a una observación que a una reconstrucción. La película se sostiene sobre la idea de relevo, aunque sus personajes jamás terminan de abrazar ese papel. En este tránsito, se impone una sensación de inercia que domina la puesta en escena y atenúa cualquier impulso épico. Lo que queda, al final, es un desplazamiento lento y sin atajos, donde cada personaje parece cargar con una herencia que ya no reconoce como propia.

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