En ocasiones, la memoria parece habitar en las grietas de un casete olvidado, en un eco distante que resuena entre acordes perdidos y palabras grabadas a mano. Con ‘Itoiz Udako Sesioak’, el relato se adentra en esas fisuras, reconstruyendo un pasado que nunca estuvo completo. La película de Larraitz Zuazo, Zuri Goikoetxea y Ainhoa Andraka emerge como un ejercicio deliberado de exploración de lo incompleto, donde el archivo, la ficción y el testimonio se entrelazan en un discurso tan emocional como difícil de categorizar.
‘Itoiz Udako Sesioak’ es, al mismo tiempo, una reconstrucción y un replanteamiento de lo que significa rememorar. Desde sus primeras imágenes, el documental nos sitúa frente a Juan Carlos Pérez, quien, con una mezcla de distancia y vulnerabilidad, se convierte en la voz narrativa y emocional del filme. Es también un proyecto que se niega a ofrecer un camino lógico y cronológico, prefiriendo navegar entre lo subjetivo y lo fragmentado, como si cada escena buscara evocar la naturaleza difícilmente tangible de los recuerdos.
La estructura del documental es un punto central. Conjugando tres capas narrativas—documental, ficción y archivo—, la película logra construir un retrato multifacético del grupo y su contexto. La ficción, en particular, aporta frescura al capturar la energía juvenil de los inicios de Itoiz. Las recreaciones, donde los jóvenes actores interpretan al grupo en sus primeros pasos en Mutriku, consiguen transmitir tanto la ingenuidad como la determinación de aquellos días. Estas escenas no solo complementan la narrativa documental, sino que también la desafían, abriendo espacio para la interpretación y el simbolismo.
El centro gravitacional de ‘Itoiz Udako Sesioak’ recae sobre la figura de Juan Carlos Pérez. Su relato no es solo una crónica del nacimiento y evolución del grupo; es también una medición de su impacto emocional y creativo. Sus reflexiones, desde la incertidumbre de grabar ‘Lau teilatu’ hasta su renuncia a perpetuar el éxito del grupo, revelan a un creador marcado por una visión casi ascética de la música. En su voz, el documental encuentra una profundidad que permite articular las tensiones entre la fama, la creación y el inevitable desgaste.
El componente visual del filme también merece atención. La integración de imágenes de archivo y fotografías inéditas—recuperadas tras un minucioso proceso de investigación—se combina con la dirección artística para crear una atmósfera que alterna entre la nostalgia y la inmersividad. A esto se suma un tratamiento sonoro destacado, que resalta tanto las actuaciones de Itoiz como las composiciones originales creadas para el filme.
En su esencia, la película no busca glorificar al grupo, sino desmitificarlo. Itoiz, con su mezcla de rock progresivo y un enfoque poco ortodoxo para su tiempo, aparece como un fenómeno cultural más que como una banda convencional. Este enfoque permite reflexionar sobre la singularidad de su música en un contexto histórico y cultural donde lo político dominaba lo artístico. Las entrevistas con antiguos miembros del grupo revelan tensiones y afinidades que construyen una imagen más completa de su dinámica interna.
Al llegar al desenlace, el documental ofrece un cierre que evita el sentimentalismo fácil. El reencuentro de los músicos para interpretar ‘Lanbrora’, lejos de ser un simple acto de nostalgia, funciona como una afirmación del valor atemporal de su legado. Más que un homenaje, es un recordatorio de que la música tiene el poder de resistir el paso del tiempo, transformándose en un puente entre generaciones.
‘Itoiz Udako Sesioak’ es un documento cinematográfico que, sin buscar respuestas definitivas, articula con destreza un mosaico de emociones, recuerdos y música. Es una exploración del pasado que se atreve a mirar hacia adelante, invitando al espectador a reflexionar sobre cómo lo colectivo y lo individual se entrelazan en cada nota, cada palabra y cada silencio.
