Cine y series

¡Gloria!

Margherita Vicario

2024



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El amanecer sobre Sant’Ignazio no es solo un juego de luces; es un reflejo del silencio impuesto a generaciones de mujeres cuya creatividad quedó sepultada bajo el peso de la historia. ¿Qué sucede cuando ese silencio encuentra un piano abandonado, un eco resonante en manos inesperadas? Esta es la pregunta que, aunque nunca formulada, guía la narrativa de ‘¡Gloria!’, la ópera prima de Margherita Vicario, que combina la nostalgia por un pasado ficticio con una reivindicación de las voces olvidadas.

La película se sitúa en un convento-conservatorio cerca de Venecia a principios del siglo XIX, un escenario que se convierte en microcosmos de un mundo que, a pesar de estar en transformación, persiste en sus estructuras de poder. El marco histórico, aunque evocado con precisión en la dirección artística y los vestuarios, no pretende ser un documento fiel, sino un espacio para reimaginar lo posible. Vicario no busca desenterrar hechos; se lanza a explorar los huecos del relato oficial, sugiriendo que en ellos se encuentran las historias más humanas.

En el corazón de la trama está Teresa (Galatea Bellugi), una joven sirvienta relegada al margen de la comunidad musical del convento, apodada despectivamente "La Muda". Sin embargo, su aparente silencio esconde un talento que se manifiesta cuando descubre un pianoforte relegado al sótano. Este instrumento, tachado de diabólico por los prejuicios de la época, se convierte en su aliado para transformar no solo su vida, sino también la de las jóvenes músicas que inicialmente la desprecian.

El relato avanza con la tensión entre tradición y novedad, encarnada en la rivalidad entre Teresa y Lucia (Carlotta Gamba), la ambiciosa primera violinista. Sus interacciones, inicialmente marcadas por el desprecio y la desconfianza, evolucionan hacia una alianza creativa que subraya uno de los temas centrales de la película: la solidaridad como motor de cambio en un mundo que insiste en enfrentarlas. Sin embargo, esta evolución no está exenta de fisuras. Aunque se presenta como una celebración del trabajo colectivo, el guion ocasionalmente cae en clichés, simplificando los conflictos en favor de un ritmo narrativo predecible.

La dirección de Vicario brilla en las secuencias musicales, donde la composición original se mezcla con el Barroco de Vivaldi en un experimento anacrónico que, aunque arriesgado, logra capturar la esencia rebelde de la historia. Es en estos momentos cuando la película alcanza su clímax emocional, llevando a la audiencia a un estado de exaltación que compensa las debilidades narrativas.

El retrato de Perlina (Paolo Rossi), el rígido maestro de capilla, sirve como contraste al espíritu libre de Teresa. Su personaje, aunque construido de manera unidimensional, funciona como símbolo del patriarcado que sofoca a las jóvenes. A medida que la historia avanza, el enfrentamiento entre Perlina y Teresa adquiere tintes simbólicos, culminando en un concierto frente al Papa que, aunque profundamente inverosímil, logra ser un acto catártico.

El diseño de producción merece mención aparte: el convento, con su mezcla de austeridad y belleza desgastada, no solo contextualiza la historia, sino que refuerza el aislamiento y las restricciones que enfrentan las protagonistas. Los tonos apagados del entorno contrastan con los momentos de explosión musical, un recurso visual que refuerza la idea de que el arte puede ser una vía de escape incluso en las circunstancias más adversas.

A pesar de sus méritos, ‘¡Gloria!’ no escapa a las limitaciones de su propia propuesta. La película se esfuerza por equilibrar el tono ligero de un musical con el peso de sus implicaciones históricas, y en ocasiones, este equilibrio se siente forzado. Además, el guion simplifica ciertos conflictos, evitando explorar más a fondo las complejidades de sus personajes. No obstante, estas carencias no disminuyen la fuerza del mensaje: la creatividad, incluso en los contextos más opresivos, es un acto de resistencia.

'¡Gloria!’ no pretende reescribir la historia, sino ofrecer una visión alternativa, un qué-pasaría-si que resuena no por su veracidad, sino por su capacidad de imaginar un pasado donde las mujeres no fueron meras notas al pie. Margherita Vicario entrega una obra que, aunque imperfecta, invita a reflexionar sobre el poder transformador del arte y la importancia de recuperar las historias perdidas.

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