Cine y series

Furia

Félix Sabroso

2025



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Toda estructura social prolongada tiende a fracturarse por sus costuras más frágiles. Algunas fisuras emiten un crujido apenas perceptible; otras revientan con estruendo. El cuerpo —primero en sufrirlas— se convierte en campo de resonancia de esos desajustes. La serie ‘Furia’ nace de ese desgaste acumulado, de ese magma subterráneo que de pronto encuentra salida por una rendija inesperada.

En una época saturada de promesas incumplidas y órdenes disfrazados de opciones, Félix Sabroso construye una narrativa que arranca en el agotamiento y avanza a través del exceso. Las mujeres que protagonizan esta historia ya han cruzado la línea de lo tolerable y transitan un presente donde lo grotesco supera al juicio. Aquí se grita, se golpea, se incendia, pero también se cocina, se maquilla, se sonríe. La fisura y la máscara se alternan sin jerarquía.

La estructura de la serie responde a una lógica fragmentada. Cada episodio gira en torno a una de estas mujeres, sin aislarlas del conjunto. Las conexiones entre ellas trazan una red de vínculos difusos que refuerzan el carácter coral del relato. La artista esnob, la dependienta agotada, la chef en caída libre, la madre precarizada, la actriz al borde de la caricatura: todas ellas construyen un retrato colectivo que se deshace y se recompone en un mismo gesto.

El reparto funciona como eje motor de esta maquinaria. Carmen Machi imprime a su personaje una mezcla de rigidez estética y pulsión vengativa. Candela Peña convierte la desesperación cotidiana en movimiento, sin forzar el trazo. Nathalie Poza impone contención sin perder intensidad. Pilar Castro maneja la ironía con precisión, mientras Cecilia Roth encarna la decadencia con una lucidez sin artificio. Cada una aporta una capa de disonancia que evita cualquier forma de complacencia.

La puesta en escena opta por un barroquismo visual que amplifica el carácter excesivo de la propuesta. El color irrumpe como un elemento de tensión más que de ornamento. Los encuadres se ajustan a una lógica coreográfica, al servicio de un universo donde lo escénico y lo doméstico colisionan. Todo aparece calibrado para que el estallido conserve su carga sin desbordarse.

El guion rehúye las soluciones conciliadoras. Cada giro dramático se construye desde la fricción, sin necesidad de reparar. La rabia surge como forma de expresión, como idioma alternativo cuando el lenguaje habitual ya no articula sentido. Las acciones extremas de las protagonistas no se justifican ni se condenan; se presentan como consecuencia de una acumulación sostenida.

El humor se instala desde el inicio como estrategia narrativa. No busca alivio ni redención, sino tensión. En cada escena late una ironía que no suaviza, que corta. Los momentos de comedia conviven con la violencia sin producir disonancia. En ese choque encuentra la serie su tono: ácido, irregular, preciso.

La estructura episódica impone una cadencia desigual. Algunos capítulos poseen una intensidad narrativa mayor, otros optan por la digresión o el detalle. Esa variabilidad en el ritmo forma parte del mecanismo. Lejos de plantear una unidad homogénea, ‘Furia’ apuesta por el desequilibrio como forma de relato. Cada episodio se comporta como una unidad frágil conectada a un cuerpo más inestable aún.

Félix Sabroso construye sus personajes desde el desgarro, sin diluirlos en arquetipos. Las mujeres que habitan ‘Furia’ no esperan comprensión. Actúan desde la urgencia, desde una precariedad emocional que las arrastra. Su entorno refuerza esa condición: maridos condescendientes, jefas indolentes, hijas que sostienen el mundo con una cuerda floja. El paisaje que habitan es tan artificial como reconocible, tan estético como cruel.

En lugar de apuntar hacia la redención, la narrativa se aferra a la espiral. Los conflictos no se resuelven ni se cierran. Se acumulan, se contaminan entre ellos, se tensan hasta el límite. Así, la serie construye una forma narrativa basada en el deterioro progresivo. La estética acompaña este descenso: cada episodio incorpora matices más cargados, atmósferas más densas, composiciones más recargadas.

La música interviene con medida, sin adornos. Funciona como extensión del gesto, no como subrayado. Los silencios, en cambio, marcan una pausa que nunca relaja: son espacios donde la tensión se sostiene sin palabras, donde los cuerpos continúan hablando.

El último tramo de la serie ajusta ciertas piezas con una lógica más visible. Algunas escenas tienden hacia una conclusión que reorganiza los elementos previos, sin anular el carácter caótico del conjunto. La serie se permite resolver sin alisar. No hay epifanías ni cambios de rumbo drásticos. Solo desplazamientos mínimos que reconfiguran el tablero con los mismos fragmentos.

‘Furia’ funciona como reflejo deformado de un presente saturado de discursos fallidos. Sus protagonistas actúan desde una fisura que ya no intenta disimularse. Lo grotesco se vuelve lenguaje. Lo absurdo deja de ser parodia. La violencia actúa como catalizador cuando el orden simbólico ha dejado de operar. La serie encuentra su lugar en esa grieta, donde lo narrativo y lo corporal confluyen sin cerrar ninguna herida.

Sabroso apuesta por una ficción incómoda, desbordada, hecha de retales desiguales y gestos radicales. Lo que propone no pretende agradar, sino habitar el hartazgo con una forma que se aleja de lo predecible. Así, ‘Furia’ se instala como una comedia coral que dinamita desde dentro los códigos que finge seguir.

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