Un faro solitario perfora la oscuridad, proyectando destellos sobre una costa abrupta que parece guardar secretos antiguos. ‘Favàritx’ se instala en ese paisaje de contrastes, donde las fronteras entre lo natural y lo humano se tensan hasta rasgarse. La serie de Rafa Montesinos y Adán Aliaga, coproducción hispano-lusa, alinea sus crímenes y su corrupción con las texturas del entorno, no como mero decorado, sino como eco de las grietas sociales que atraviesan el relato.
El guion, firmado por Luis E. Pérez, Pilar Paredes, Lluis Illescas y Violeta Barca-Fontana, despliega una narrativa coral que acompaña a Marta Serra (Paz García) y Álex Crespo (Abdelatif Hwidar) en la investigación de una desaparición que pronto se amplía hacia una trama de asesinatos y narcotráfico. La isla de Menorca se convierte así en una encrucijada de intereses, un punto donde convergen tensiones locales e internacionales.
Cada episodio administra con precisión los detalles que tensan la historia. Las miradas sostenidas entre personajes, los silencios que punzan más que las palabras, las pausas prolongadas en escenas clave: todos estos elementos construyen una atmósfera que esquiva el exceso y apuesta por lo contenido. La dirección aprovecha los recursos visuales y sonoros del entorno, haciendo del viento menorquín y de las sombras nocturnas una capa narrativa que amplía el impacto de la historia.
El reparto internacional, que combina talentos españoles y portugueses como Pêpê Rapazote, Benedita Pereira, Carolina Carvalho y Nacho Fresneda, aporta al thriller una densidad que refuerza las dimensiones transnacionales del conflicto. El guion no reduce a sus personajes secundarios a meros acompañantes; les asigna papeles que dialogan con las tramas principales, enriqueciendo el tejido dramático.
Favàritx utiliza con inteligencia sus limitaciones de presupuesto. La producción, liderada por TV ON Producciones, Empatic Films y Volf Entertainment, no recurre a adornos innecesarios. En su lugar, saca partido del montaje cuidado de Vicente Ibáñez y Ernesto Arnal, de la fotografía precisa de Gabo Guerra y de la música inquietante de Vincent Barrière. Cada elemento técnico trabaja para sostener la tensión, sin imponerse como protagonista.
La serie ofrece un recorrido sin concesiones por los mecanismos del poder local, dejando que cada avance de la investigación revele no solo los crímenes visibles, sino las estructuras subterráneas que los sostienen. Marta y Álex no son héroes románticos ni detectives idealizados: aparecen como profesionales enfrentados a un tablero marcado por intereses que los superan. Su persistencia es la de quienes se mueven entre líneas, conscientes de que cada paso puede ser usado en su contra.
La dirección no entrega grandes estallidos ni golpes de efecto. Prefiere la acumulación de pequeñas tensiones, las escenas donde una palabra queda suspendida, donde un gesto mínimo quiebra la confianza entre personajes. Esa acumulación resulta más efectiva que un catálogo de sorpresas: permite que los episodios respiren y que el espectador permanezca dentro del flujo narrativo, atento a los matices.
Favàritx plantea un escenario donde el paisaje no redime, sino que multiplica las contradicciones. Las playas, los faros, los acantilados: cada uno de estos elementos se asocia al deterioro, a la frontera quebradiza entre lo visible y lo oculto. La narrativa entrelaza las dimensiones criminal, institucional y psicológica sin proclamas, sin discursos grandilocuentes, permitiendo que sean los propios personajes quienes traduzcan esas tensiones en acciones y omisiones.
Rafa Montesinos y Adán Aliaga construyen un thriller que no busca elevarse como estandarte de género. La serie avanza con la solidez de quien conoce sus recursos, confiando en un equipo actoral y técnico que sabe contener los excesos y apostar por el detalle. Favàritx se posiciona así como una pieza donde cada engranaje contribuye al funcionamiento general, sin desbordes ni adornos innecesarios.
