En las profundidades de la ciudad, donde la luz del sol apenas penetra, se esconden historias que el bullicio cotidiano ahoga. Bajo el asfalto, en los túneles que conectan la vida urbana, late un pulso oscuro que pocos se atreven a escuchar. 'Estación Rocafort' nos sumerge en ese submundo, donde las leyendas urbanas cobran vida y los miedos más primitivos afloran en el lugar menos esperado: una estación de metro.
Luis Prieto, en su regreso al cine español tras su periplo internacional, nos presenta una propuesta que juega con los límites entre la realidad y la ficción, entre lo tangible y lo sobrenatural. La película se desarrolla en torno a Laura, interpretada por Natalia Azahara, una joven que comienza a trabajar en la estación de metro de Rocafort en Barcelona. Lo que inicialmente parece un empleo rutinario se convierte rápidamente en una pesadilla cuando Laura se enfrenta a una serie de acontecimientos inexplicables que la sumergen en una espiral de terror.
El guion, coescrito por Prieto junto a Iván Ledesma y Ángel Agudo, se nutre de las leyendas urbanas que rodean a la estación real de Rocafort, creando un telón de fondo rico en historia y misterio. La narrativa se construye sobre una base de sucesos trágicos reales, como el derrumbe durante la construcción del metro que costó la vida a varios trabajadores, y una serie de suicidios que tuvieron lugar en la estación durante los años setenta. Esta mezcla de hechos históricos y ficción aporta una capa adicional de inquietud a la trama.
La película se estructura en torno a dos líneas narrativas principales que se entrelazan a medida que avanza la historia. Por un lado, seguimos el descenso de Laura hacia lo desconocido, mientras que por otro, se nos presenta a Román, un ex policía interpretado por Javier Gutiérrez, que arrastra sus propios demonios relacionados con unos crímenes ocurridos en la estación en 1999. La convergencia de estas dos historias crea un ritmo narrativo que mantiene al espectador en tensión, aunque en ocasiones la trama puede resultar predecible para los aficionados al género.
Visualmente, 'Estación Rocafort' destaca por su atmósfera opresiva y claustrofóbica. El director de fotografía, Marc Miró, hace un uso magistral de la luz y la sombra para crear un ambiente de constante amenaza. Los túneles del metro se convierten en laberintos siniestros donde lo sobrenatural acecha en cada esquina. El diseño de producción aprovecha al máximo la estética industrial y decadente de las infraestructuras subterráneas, convirtiendo la estación en un personaje más de la historia.
En cuanto a las actuaciones, Natalia Azahara ofrece una interpretación sólida como Laura, transmitiendo de manera creíble la evolución de su personaje desde la inocencia inicial hasta el terror absoluto. Sin embargo, es Javier Gutiérrez quien brilla con luz propia en su papel de Román. Su interpretación del ex policía atormentado por el pasado añade profundidad y complejidad a la trama, elevando la calidad general del filme.
La banda sonora, compuesta por Nami Melumad, contribuye eficazmente a la creación de tensión, utilizando sonidos ambientales y composiciones inquietantes que se funden con el paisaje sonoro del metro. Este aspecto, junto con un diseño de sonido cuidadosamente elaborado, potencia la sensación de inmersión en el mundo subterráneo que la película pretende crear.
A medida que la trama se desarrolla, 'Estación Rocafort' introduce elementos sobrenaturales que pueden resultar familiares para los seguidores del género. La película bebe de diversas influencias, desde el cine de terror japonés hasta las leyendas urbanas españolas, creando un cóctel de horror que, si bien no resulta completamente original, logra mantener el interés del espectador.
Uno de los aspectos más interesantes de la película es cómo juega con la percepción de la realidad. A través de las experiencias de Laura, el espectador se ve obligado a cuestionar qué es real y qué es producto de la imaginación o de fuerzas más allá de nuestra comprensión. Este juego psicológico añade una capa adicional de complejidad a la narrativa, aunque en ocasiones la línea entre lo sobrenatural y lo psicológico se desdibuja de manera poco clara.
La película también aborda temas más profundos, como la soledad en la gran ciudad, la precariedad laboral de la juventud y el peso del pasado en nuestras acciones presentes. Estos elementos añaden cierta profundidad al relato, aunque no siempre se exploran con la profundidad que merecerían.
En su tramo final, 'Estación Rocafort' opta por un giro argumental que, si bien pretende sorprender al espectador, puede resultar algo forzado. La introducción de elementos mitológicos precolombinos, aunque interesante en teoría, no termina de encajar de manera orgánica con el resto de la narración, dando la sensación de ser un recurso añadido para justificar los eventos sobrenaturales.
En conclusión, 'Estación Rocafort' se presenta como un esfuerzo ambicioso por parte de Luis Prieto para revitalizar el cine de terror español. La película logra crear una atmósfera inquietante y mantener la tensión durante gran parte de su metraje, apoyándose en unas interpretaciones sólidas y una realización técnica competente. Sin embargo, no consigue escapar completamente de ciertos clichés del género y su resolución final puede dejar a algunos espectadores con una sensación de insatisfacción.
A pesar de sus defectos, la película ofrece una experiencia cinematográfica intensa que aprovecha eficazmente el potencial terrorífico de un espacio tan cotidiano como el metro. 'Estación Rocafort' invita a reflexionar sobre los miedos urbanos contemporáneos y cómo las leyendas pueden cobrar vida en los rincones más insospechados de nuestras ciudades. Aunque no revoluciona el género, sí que aporta una voz fresca al panorama del cine de terror español, dejando la puerta abierta a futuras exploraciones de las leyendas urbanas que pueblan nuestro imaginario colectivo.

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