Bangkok se convierte en el escenario donde Yanyong Kuruaungkoul construye una historia de comedia y romance con tintes fantásticos. La trama gira en torno a Mesa, una joven cuya vida acomodada se tambalea tras una serie de infortunios encadenados en la jornada más decisiva de su carrera profesional y de su vida personal. Esa misma fecha comienza a repetirse sin tregua, atrapándola en un ciclo que obliga a reconsiderar su entorno, sus vínculos y sus prioridades.
La película arranca con un aire ligero. Mesa, interpretada por Jarinporn Joonkiat, aparece como heredera acomodada y curadora de un museo recién inaugurado. Su jornada, destinada a consolidar su prestigio familiar, se convierte en un desfile de calamidades: un artefacto invaluable se rompe durante la apertura, su prometido corta el compromiso con un discurso ensayado y la sombra de la humillación pública recae sobre su apellido. A partir de ese instante, cada despertar devuelve al punto de partida, configurando un ciclo en el que la protagonista intenta revertir lo ocurrido con estrategias cada vez más desesperadas.
El recurso del día repetido no es novedoso, pero Kuruaungkoul introduce variaciones que matizan el planteamiento. Mesa pronto descubre que su compañero de trabajo, Ben —interpretado por Warintorn Panhakarn—, también queda atrapado en el ciclo. Esta decisión narrativa transforma la dinámica: el relato ya no se centra en una lucha solitaria contra la rutina, sino en una convivencia compartida donde los personajes negocian frustraciones, afectos y nuevas formas de afrontar el desastre. La química entre ambos actores sostiene buena parte del ritmo en la segunda mitad de la cinta, suavizando la reiteración de secuencias.
Uno de los elementos más visibles en la película es la dimensión estética. El vestuario de Mesa, que mezcla referencias tradicionales con estilismos occidentales, funciona casi como un relato paralelo. Cada bucle ofrece una variación en su apariencia, lo que aporta dinamismo a escenas que de otro modo resultarían repetitivas. El trabajo de dirección de arte convierte los espacios del museo y de la ciudad en escenarios vibrantes, llenos de colores vivos que acompañan los vaivenes emocionales de la protagonista.
El guion introduce también un componente mitológico. La diosa del lazo rojo aparece como desencadenante del ciclo, recordando la presencia constante de lo espiritual en la vida cotidiana tailandesa. Sin embargo, el filme no profundiza en ese terreno, y el motivo divino opera más como pretexto narrativo que como reflexión cultural. La lectura política queda sugerida en la representación de los vínculos entre élites familiares y patrimonio nacional, con un eco sobre cómo la riqueza condiciona tanto la vida personal como la pública.
En cuanto al tono, la cinta oscila entre la comedia de enredos y un drama ligero. Algunos pasajes explotan la comicidad física, con repeticiones de situaciones absurdas que buscan la carcajada inmediata. Otros momentos pretenden cierta gravedad, como cuando Mesa debe atender la vulnerabilidad de su amiga Ning, interpretada por Charlette Wasta Hermenau. El equilibrio entre ambas capas resulta irregular: en ocasiones la risa desactiva el peso dramático, en otras la solemnidad corta la fluidez de la comedia. Esa falta de continuidad tonal marca el conjunto de la obra.
Uno de los problemas más notorios se sitúa en el ritmo. El primer tercio se prolonga con una acumulación de bucles que ralentizan el avance sin aportar variaciones significativas. El espectador percibe la repetición como un lastre más que como recurso expresivo. Cuando Ben se suma a la dinámica, el relato gana frescura, pero ya se ha perdido parte de la intensidad inicial. El desenlace llega con cierta previsibilidad: la salida del bucle depende de un cambio de actitud de Mesa, enfocando su atención hacia quienes la rodean en lugar de permanecer centrada en su propio fracaso.
El trabajo interpretativo constituye uno de los aciertos más sólidos. Jarinporn Joonkiat encarna a Mesa con energía, combinando la caricatura de la niña rica caprichosa con una progresiva apertura hacia la empatía. Su capacidad para alternar la exageración cómica con matices de vulnerabilidad permite que el personaje, a pesar de sus excesos, mantenga el interés. Warintorn Panhakarn ofrece una presencia calmada que equilibra el histrionismo de su compañera, y Charlette Wasta Hermenau otorga consistencia a un papel secundario que gana fuerza en los giros finales.
La película introduce una serie de temas que se mantienen en segundo plano. El bucle refleja la dificultad de controlar el entorno, incluso cuando se cuenta con privilegios económicos y sociales. También evidencia cómo la obsesión por la apariencia y el prestigio familiar puede volverse una carga. A través de las repeticiones, el relato insiste en la futilidad de intentar reparar lo material sin prestar atención a las personas cercanas. Aunque el guion evita un discurso explícito, el subtexto sugiere una crítica hacia la frivolidad de las élites urbanas.
El apartado sonoro merece una mención especial. La canción “I can see clearly now” se repite en distintas secuencias, casi con la misma insistencia que el bucle narrativo. El tema funciona como eco irónico de la situación y aporta un contraste entre la ligereza de la melodía y el desgaste acumulado de la protagonista. Sin embargo, la reiteración acaba restando eficacia, volviéndose tan mecánica como la estructura del guion.
En términos generales, ‘El mismo día contigo’ se inscribe en una corriente de producciones asiáticas recientes que buscan seducir a un público amplio con fórmulas accesibles. La propuesta combina ingredientes reconocibles —romance, humor físico, moraleja ligera— con un envoltorio visual atractivo. Aun así, el metraje extenso y la irregularidad de tono limitan el impacto del conjunto. Kuruaungkoul logra entretener, pero se queda en un terreno intermedio que impide al filme consolidarse como referencia del género.
