Cine y series

El Llanto

Pedro Martín-Calero

2024



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En ‘El Llanto’, Pedro Martín-Calero esculpe una visión pesadillesca de un mundo en el que lo inexplicable resuena como un eco que atraviesa generaciones. Nos adentra en un relato de violencia persistente, un susurro ominoso que se cierne sobre el espacio y el tiempo y se torna tangible solo para aquellos que se convierten en su blanco. Esta obra no pretende ofrecer una lógica satisfactoria; más bien, parece diseñada para incomodar, para recordarnos cuán perturbador puede ser lo que no comprendemos plenamente.

La película se abre a la manera de una pesadilla en movimiento, situándonos en un presente que parece estar en conflicto constante con un pasado turbio y persistente. Andrea, Camila y Marie son tres mujeres que viven separadas por décadas y continentes, pero unidas por una misma maldición insondable. A lo largo de tres episodios, ‘El Llanto’ se revela como un relato de sufrimiento heredado, uno que no termina, como si el dolor de sus protagonistas fuera una herida abierta por los caprichos del tiempo y la incapacidad de quienes las rodean para reconocer lo que ocurre. La pregunta que subyace es, entonces, inevitable: ¿cuánto de lo invisible que nos rodea se entrelaza, de forma siniestra, con nuestra realidad cotidiana?

La construcción de los personajes en ‘El Llanto’ es otro aspecto esencial. Martín-Calero y Peña han esbozado figuras atrapadas en el espacio, en sus rutinas, y sobre todo, en su soledad. Andrea es la primera en toparse con la amenaza en su vida cotidiana, al vislumbrar una figura misteriosa a través de la cámara de su teléfono móvil. Su impotencia no radica en la falta de pruebas, sino en que el mismo mundo que debería darle credibilidad no la escucha. Como en tantas experiencias femeninas de incomprensión y rechazo, las dudas de los demás se transforman en una celda asfixiante para estas mujeres. Este es un tipo de horror que no se disuelve con el final de cada episodio, sino que se refuerza en la incapacidad de escapar de una espiral de soledad e incredulidad que las envuelve a todas.

Es aquí donde la película se conecta de forma orgánica con su enfoque visual. La atmósfera es opresiva, inmersiva, cargada de referencias a la vulnerabilidad y la violencia soterrada. Martín-Calero se sirve de una estética gélida, donde los detalles cotidianos adquieren un tinte amenazante y cada rincón se percibe como un espacio invadido. El juego con los dispositivos y la tecnología añade un nivel más de incomodidad: pantallas, teléfonos y cámaras actúan como espejos rotos de un mundo sin paz, distorsionando la realidad que las protagonistas tratan de asir sin éxito. En este sentido, las imágenes grabadas, que siempre parecen sugerir más de lo que muestran, se convierten en un espacio donde lo real y lo ilusorio se entrelazan en una narrativa que exige interpretación y, al mismo tiempo, niega respuestas.

A medida que la trama avanza, también lo hace la carga de metáforas visuales que la sostienen, enriqueciendo una historia que, aunque rebosa simbolismo, no deja de lado la intensidad emocional de su relato. Hay un ritmo que parece habitar entre el realismo descarnado y el simbolismo espeluznante, donde la conexión entre España y Argentina se vuelve un juego de espejos en el que cada lado refleja los miedos del otro. La estructura fragmentada, compuesta de episodios, intensifica la sensación de un rompecabezas cuya solución no busca responder preguntas, sino plantear interrogantes más profundos. La presencia de un pasado que persiste sin remedio, a través de generaciones y continentes, es el verdadero protagonista de ‘El Llanto’, que como la sombra de un mal que nadie quiere reconocer, traspasa las pantallas, generando un malestar que late incluso cuando el metraje termina.

El guion, de la mano de Isabel Peña y Martín-Calero, resulta una pieza inquietante que se mueve entre la ambigüedad y la metáfora, un recurso que, a pesar de sus intenciones, puede dejar a algunos espectadores con más preguntas que respuestas. La elección de una narrativa pausada y densa permite una introspección a la psicología de los personajes, aunque también contribuye a crear un ambiente de confusión que puede oscurecer el mensaje central. Aún así, la película no se esfuerza por buscar coherencia absoluta, sino por ser un reflejo de la incertidumbre inherente a sus temas: la violencia inexplicada, la duda persistente y el silencio impuesto.

En cuanto a las interpretaciones, Ester Expósito, Mathilde Ollivier y Malena Villa construyen personajes que, más que protagonistas, parecen recipientes de un dolor colectivo, compartido y replicado. La sutileza en sus gestos, la expresión de una vulnerabilidad constante, parecen ser el alma de una película donde la emoción contenida y el miedo no se declaran a gritos, sino que se susurran, envolviendo al espectador en una sensación de inquietud sostenida. Esta moderación actoral no solo evita el melodrama, sino que potencia el impacto de una violencia que se percibe, paradójicamente, más intensa.

Es cierto que el final de ‘El Llanto’ es tan inquietante como su planteamiento, dejando al espectador sin una conclusión clara, casi como si fuera una provocación a que complete el relato con sus propias conjeturas. La resolución, sin embargo, no decepciona por falta de ambición; en todo caso, añade un nivel más de ambigüedad que fortalece la sensación de que el verdadero horror es la imposibilidad de cerrar un círculo que, para las protagonistas, seguirá abierto y sangrante.

‘El Llanto’ representa una propuesta diferente en el panorama cinematográfico español, atreviéndose a romper con las convenciones para narrar una historia donde el mal no necesita de una forma tangible para ser temido. Es un relato de violencia, incomprensión y resistencia, donde las respuestas no se encuentran en el exterior, sino en el vacío dejado por el tiempo.

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