Cine y series

El gran guerrero

Jason Momoa

2025



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‘El gran guerrero’, creada y liderada por Jason Momoa junto a Thomas Paʻa Sibbett, emerge desde una intención de retratar un momento clave de la historia de Hawaii sin depender de las estructuras narrativas dominantes de la ficción televisiva norteamericana. En lugar de aferrarse a la mirada externa que durante décadas ha enmarcado las islas como postales exóticas o contextos secundarios, esta producción se enfoca en las dinámicas internas, en los enfrentamientos entre clanes, y en la transición de una sociedad oral y ritual hacia un sistema de poder más centralizado. El relato elige posicionarse desde adentro, a través de una reconstrucción detallada de espacios, costumbres, tensiones y alianzas.

En este caso, la historia avanza desde el punto de vista de Kaʻiana, un líder marcado por la ruptura, que navega entre la lealtad familiar, la necesidad estratégica y un deseo de cambiar el rumbo del archipiélago. La serie lo coloca en una encrucijada sin que su arco dependa del drama interior ni de lugares comunes sobre dilemas morales. En cambio, todo gira en torno a decisiones que tienen consecuencias estructurales, militares y territoriales. El personaje de Momoa, más que reflejar emociones, funciona como vector de transformación política y social.

El hilo central se construye mediante enfrentamientos entre distintas facciones de la nobleza nativa hawaiana, sin apelar a los habituales antagonismos maniqueos. Las alianzas se presentan inestables, los vínculos familiares se tensan bajo la presión de intereses cruzados, y la organización política tradicional se somete a procesos de redefinición forzosa. En esa red de choques y estrategias, la serie despliega un mapa donde la traición no es sorpresa, sino herramienta habitual.

‘El gran guerrero’ se distancia de otros dramas históricos al incorporar ritos ancestrales no como elementos simbólicos sino como expresiones activas de poder. La corporeidad, el combate cuerpo a cuerpo y los rituales de sangre articulan el relato tanto como las intrigas políticas. Aquí, la violencia no se presenta como espectáculo sino como lenguaje social. Las batallas no buscan impresionar con efectos visuales, sino marcar transiciones de dominio y legitimar figuras de autoridad. El cuerpo en movimiento reemplaza al discurso; la acción desplaza a la retórica.

Más allá de sus elementos narrativos, la serie también trabaja desde una ambientación que busca precisión. Los paisajes volcánicos, los bosques húmedos, el uso del idioma nativo en momentos clave y la cuidada elección de vestuario, construyen una atmósfera coherente. Todo remite a un espacio aún no intervenido por las potencias coloniales europeas, aunque la amenaza externa sobrevuela como un eco latente. Sin necesidad de introducir personajes blancos, la serie deja claro que ese horizonte de dominación extranjera ya condiciona decisiones internas.

La estructura de los episodios responde a una lógica de acumulación de tensiones. Cada capítulo deja avanzar el conflicto sin precipitarlo, sin resolverlo, y sin imponer desenlaces forzados. La narración permite que los vínculos se reconfiguren de forma gradual, sin necesidad de subrayar la transformación de los personajes. Se nota aquí una voluntad de construir un tempo propio, sin someterse a la ansiedad del cliffhanger. A cambio, se ofrecen paisajes que respiran, conversaciones que omiten y gestos que determinan posiciones políticas sin verbalizarlas.

Al igual que en otras producciones recientes, se detecta una intención de recuperar mitologías locales sin occidentalizarlas. En lugar de adaptar la cosmovisión hawaiana a los formatos narrativos dominantes, ‘El gran guerrero’ apuesta por integrar sus ritmos y estructuras dentro de la lógica de una ficción dramática, sin reducirlos a ornamentación. Esta estrategia aporta densidad al relato, aunque puede resultar exigente para quienes buscan una progresión más directa.

La presencia de Momoa como figura central añade una dimensión extra al proyecto. Su pasado como actor en franquicias globales contrasta con su implicación aquí en un producto que opera con códigos distintos. Su cuerpo deja de ser soporte para la acción hollywoodense y pasa a ser vehículo para transmitir jerarquía, linaje y legitimidad. Su interpretación no busca matices, ni parece necesitar variaciones emocionales. Funciona más como símbolo que como individuo.

Los momentos de mayor tensión no surgen de grandes revelaciones ni de giros dramáticos inesperados. Lo que se produce es una acumulación de disputas que, en conjunto, modelan un contexto de incertidumbre donde el poder se redefine de forma constante. Ninguna decisión queda aislada, cada movimiento altera equilibrios que parecían estables y cada palabra ausente puede volverse determinante.

Sin apoyarse en didactismos, la serie deja ver cómo las estructuras de poder emergen de un choque entre herencias culturales y nuevas formas de gobernar. Se percibe una tensión permanente entre tradición y reorganización. Las reglas del juego cambian, pero no desaparecen. Cambian los nombres, pero las estructuras de dominación permanecen activas, en mutación constante.

‘El gran guerrero’ evita el espectáculo fácil y esquiva la caricatura épica. Su fuerza radica en los silencios prolongados, en las pausas estratégicas, en el ritmo desigual de la negociación política. La crudeza visual no se traduce en exceso, sino en una forma de traducir decisiones sin mediar explicaciones. En ese sentido, se acerca más al lenguaje de las tensiones territoriales que al de la épica convencional.

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