Cine y series

El gatopardo

Tom Shankland

2025



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Los tiempos de cambio tienen un peso diferente cuando se observan desde la cima de una dinastía en declive. La historia, inquebrantable en su paso, moldea a quienes la desafían y consume a aquellos que no saben adaptarse. 'El gatopardo', la nueva serie de Tom Shankland para Netflix, se sumerge en ese instante suspendido en el que el ayer aún no ha desaparecido del todo y el mañana ya se anuncia con implacable certeza. En Sicilia, en pleno siglo XIX, la aristocracia se tambalea y el destino de un linaje no es más que un reflejo de los vaivenes políticos que sacuden a una Italia en busca de su identidad unificada.

A diferencia de una crónica histórica que se limita a narrar los acontecimientos, esta adaptación coloca la mirada en las fisuras que se abren en el corazón de la nobleza siciliana. Don Fabrizio, Príncipe de Salina (Kim Rossi Stuart), contempla cómo su mundo se resquebraja, atrapado entre la dignidad heredada y la conciencia de su propia obsolescencia. La llegada de los camisas rojas de Garibaldi no solo supone una amenaza política, sino también una disolución de los códigos que han regido su existencia. El pragmatismo de su sobrino Tancredi (Saul Nanni), dispuesto a alinearse con el nuevo orden, dibuja la tensión fundamental que atraviesa la serie: aceptar la mutación o aferrarse a lo que ya está condenado a desaparecer.

La serie, consciente del legado literario y cinematográfico que arrastra, opta por una estética que evoca grandeza sin caer en el encorsetamiento de un museo visual. Las localizaciones sicilianas se despliegan en su esplendor, mientras que el vestuario y la dirección de arte construyen una atmósfera en la que el fasto es también una forma de decadencia. Sin embargo, esa suntuosidad a veces peca de estar demasiado calculada, y en su afán por resultar accesible a una audiencia contemporánea, la serie sacrifica parte de la aspereza política que impregnaba la novela de Giuseppe Tomasi di Lampedusa.

En el centro del relato, las dinámicas familiares refuerzan la dimensión trágica del príncipe. Su hija Concetta (Benedetta Porcaroli), atrapada entre la lealtad a su linaje y un amor no correspondido, encarna el peso de un futuro truncado. Angelica (Deva Cassel), con su deslumbrante irrupción en la familia, simboliza el atractivo de la sangre nueva, aunque bajo su belleza se oculta la evidencia de que el cambio no implica necesariamente regeneración, sino una simple reconfiguración de las mismas jerarquías con nuevos actores.

Shankland maneja con solvencia el ritmo de una narración que alterna introspección y grandilocuencia. Los silencios de Fabrizio pesan tanto como sus discursos, y el tempo pausado de algunas escenas refuerza la sensación de un tiempo que se desliza inexorablemente hacia su final. No obstante, la serie tropieza cuando intenta expandir su marco con subtramas que, lejos de enriquecer el conjunto, terminan diluyendo la tensión principal.

En su ambición por trasladar 'El gatopardo' al formato seriado, Netflix apuesta por una producción que no escatima en recursos, pero que a ratos deja entrever las limitaciones de su aproximación. La sutileza con la que la novela desentrañaba los matices de una sociedad en transformación se ve a veces simplificada en favor de una narrativa más directa. Sin embargo, en sus mejores momentos, la serie logra transmitir el eco de una época que se disuelve, con una puesta en escena que atrapa y una interpretación protagonista que sostiene el peso del relato.

Netflix ha confeccionado un 'Gatopardo' que, sin renegar de su linaje, se esfuerza por ajustarse a los códigos actuales del entretenimiento. No es un simple ejercicio de nostalgia, ni un intento de imitar sin cuestionar. Se trata de una revisión consciente de su herencia y de sus limitaciones, que encuentra su fuerza en la mirada de Fabrizio: la de un hombre que observa el final de su mundo sin poder detenerlo.

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