Cine y series

El conde de Montecristo

Matthieu Delaporte

2024



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La venganza es un plato que se sirve frío, reza el dicho popular. Pero ¿qué sucede cuando ese plato ha estado congelándose durante décadas, alimentado por el rencor y la injusticia? ¿Se convierte en un manjar exquisito o en un veneno que corroe el alma de quien lo cocina? Estas son las preguntas que subyacen en el corazón de 'El conde de Montecristo', la nueva adaptación cinematográfica de la obra de Alexandre Dumas dirigida por Matthieu Delaporte y Alexandre de la Patellière.

La película nos sumerge en la Francia del siglo XIX, un mundo de contrastes donde la opulencia de la alta sociedad coexiste con la miseria de las mazmorras. En este escenario, seguimos la transformación de Edmond Dantès, interpretado por Pierre Niney, de un joven marinero lleno de esperanza a un hombre consumido por el deseo de venganza. La narración arranca con brío, presentando al protagonista en su momento más dichoso, a punto de casarse con su amada Mercedes, encarnada por Anaïs Demoustier. Sin embargo, la felicidad es efímera, y Dantès pronto se ve víctima de una conspiración que lo condena a languidecer en la prisión del Château d'If.

La primera mitad de la película se desarrolla a un ritmo vertiginoso, condensando años de sufrimiento y transformación en secuencias que, si bien efectivas, pueden resultar apresuradas para algunos espectadores. Los directores optan por privilegiar la acción sobre la introspección, lo que en ocasiones dificulta una conexión emocional profunda con el protagonista. No obstante, Niney logra transmitir la evolución de Dantès de manera convincente, su rostro reflejando el peso de los años y el endurecimiento de su espíritu.

La segunda mitad de la película es donde realmente cobra vida la trama de venganza. El ahora Conde de Montecristo regresa a París, convertido en un misterioso aristócrata con recursos ilimitados. Es en esta parte donde la producción despliega todo su esplendor visual, con escenarios suntuosos y vestuarios deslumbrantes que recrean la alta sociedad parisina. Sin embargo, bajo todo este brillo se esconde una crítica mordaz a la corrupción y la hipocresía de las clases privilegiadas.

El guion de Delaporte y de la Patellière realiza algunas modificaciones interesantes respecto a la novela original. La inclusión de nuevos personajes y la alteración de ciertas relaciones sirven para simplificar la trama y hacerla más accesible al público contemporáneo. No obstante, estas decisiones pueden resultar controvertidas para los puristas de la obra de Dumas.

Uno de los aspectos más logrados de la película es la forma en que explora las consecuencias morales de la venganza. A medida que Dantès ejecuta su plan, vemos cómo el odio lo consume, alejándolo cada vez más de aquel joven inocente que alguna vez fue. La película plantea preguntas incómodas sobre el costo personal de la retribución y si el fin justifica los medios.

El reparto secundario ofrece actuaciones sólidas, destacando Bastien Bouillon como Fernand de Morcerf, Laurent Lafitte como Villefort y Patrick Mille como Danglars. Cada uno de ellos aporta matices a sus personajes, evitando caer en el maniqueísmo simplista. Mención especial merece Anamaria Vartolomei en el papel de Haydée, cuya presencia en pantalla resulta magnética.

La cinematografía de Nicolas Bolduc merece elogios por su capacidad para capturar tanto la oscuridad claustrofóbica de la prisión como la opulencia deslumbrante de los salones parisinos. Sin embargo, en ocasiones la dirección recurre a tomas de dron y efectos visuales que, lejos de aportar espectacularidad, resultan distractores y rompen la inmersión en la época.

La banda sonora de Jérôme Rebotier acompaña adecuadamente la acción, aunque por momentos se torna excesivamente enfática, subrayando emociones que la actuación y la puesta en escena ya transmiten por sí solas.

Una de las fortalezas de esta adaptación es su ritmo ágil, que mantiene al espectador enganchado durante sus casi tres horas de duración. Sin embargo, esta misma virtud se convierte en defecto cuando se trata de profundizar en los aspectos más complejos de la historia. Algunos giros argumentales y revelaciones carecen del impacto emocional que podrían haber tenido con un desarrollo más pausado.

La película aborda temas universales como la justicia, el perdón y la redención, pero lo hace de manera superficial, priorizando el espectáculo sobre la reflexión profunda. Esto puede dejar a parte del público con la sensación de haber presenciado un entretenimiento visualmente impresionante, pero emocionalmente poco resonante.

'El conde de Montecristo' es, en definitiva, un ejemplo del cine de gran espectáculo que la industria francesa está produciendo en un intento por competir con las superproducciones hollywoodienses. La película logra su objetivo de entretener y ofrecer un espectáculo visual impresionante, pero sacrifica en el proceso algunas de las complejidades que hacen de la novela de Dumas una obra maestra de la literatura.

La adaptación de Delaporte y de la Patellière funciona mejor como un thriller de época que como una exploración profunda de las consecuencias de la venganza. Los espectadores que busquen una representación fiel de la novela pueden sentirse decepcionados, mientras que aquellos que se acerquen a la película sin expectativas previas encontrarán un entretenimiento competente y visualmente atractivo.

En última instancia, 'El conde de Montecristo' nos recuerda que la venganza, por muy elaborada y justa que parezca, rara vez trae la satisfacción esperada. La película nos invita a reflexionar sobre el precio que pagamos cuando permitimos que el rencor dicte nuestras acciones, y cómo la búsqueda obsesiva de retribución puede convertir a la víctima en verdugo. Aunque no alcanza las alturas de su material de origen, esta adaptación logra transmitir el espíritu de aventura y drama que ha mantenido cautivado al público durante generaciones, ofreciendo una experiencia cinematográfica que, si bien no es perfecta, resulta indudablemente entretenida.

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