Cine y series

El comisario Zende

Chinmay Mandlekar

2025



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El cine indio contemporáneo ha encontrado en la crónica criminal un terreno fértil para cruzar géneros y reinterpretar figuras del pasado. En este contexto surge ‘El comisario Zende’, debut en la dirección de Chinmay Mandlekar que aterriza en Netflix con la intención de rescatar un episodio conocido de la policía de Bombay en los años ochenta. La película toma como eje a Madhukar Zende, inspector que alcanzó notoriedad tras atrapar al célebre Charles Sobhraj, apodado en la ficción Carl Bhojraj, y lo sitúa en un territorio a medio camino entre la sátira, el retrato costumbrista y la comedia ligera.

El relato arranca con una fuga de prisión que marca el tono del conjunto. Bhojraj, interpretado por Jim Sarbh, aprovecha un descuido para huir y reanudar su carrera criminal. La trama retrocede al pasado para mostrar cómo Zende lo detuvo años antes y retoma después su empeño por volver a capturarlo. Ese vaivén temporal introduce al espectador en un juego de gato y ratón que, lejos de apostar por la solemnidad, se decanta por la farsa, el slapstick y una ironía permanente. El director elige distanciarse del drama carcelario o del thriller de persecuciones para construir un híbrido que alterna gags visuales con alusiones sangrientas.

Manoj Bajpayee encarna al inspector con un registro distinto al habitual en sus papeles de carácter. Aquí aparece como funcionario de apariencia corriente, marido entregado y padre preocupado, pero que al mismo tiempo proyecta convicción en su labor policial. Su relación con la esposa, a la que llama en broma “la comisionada”, aporta un aire doméstico que suaviza la crudeza de los crímenes y otorga al personaje una dimensión más cercana. Esa dinámica se convierte en uno de los pilares narrativos, ya que enfrenta la rutina familiar con la obsesión por capturar al fugitivo.

El antagonista, por su parte, es retratado como un delincuente refinado, vanidoso y con cierta caricatura estética. Sarbh aprovecha esa veta para exagerar sus gestos, exagerar sus disfraces y moverse entre el encanto y la amenaza. El contraste entre la gravedad de sus actos y el tono humorístico con que se filma su persecución genera un efecto discordante que divide la lectura: algunos espectadores pueden verlo como sátira liberadora, mientras otros perciben una falta de equilibrio.

Mandlekar añade al conjunto una serie de elementos que anclan la historia en la India de los ochenta. La música evoca a R. D. Burman y a la época de los cabarets, con persecuciones acompañadas por melodías festivas que rebajan cualquier atisbo de tensión. También aparecen referencias a las tensiones burocráticas entre cuerpos policiales, plasmadas en un pulso entre la autoridad de Bombay y la de Goa, que en ocasiones funciona como comentario político sobre las luchas internas del aparato estatal. Esa dimensión, aunque secundaria, muestra cómo el orgullo institucional y la pugna por el mérito podían condicionar incluso la captura de un asesino buscado internacionalmente.

El desarrollo narrativo apuesta por una sucesión de secuencias encadenadas que alternan comedia, torpezas y escenas delictivas. El patrón se repite con cierta previsibilidad: persecución, gag físico, intento frustrado y regreso al cuartel. La apuesta por ese esquema genera un metraje que se extiende más de lo necesario y pierde intensidad conforme avanza. En lugar de condensar la sátira en un ritmo ágil, la película se recrea en chistes alargados y en montajes que terminan por diluir la tensión del relato.

La puesta en escena se caracteriza por colores vivos, vestuarios recargados y una estética que remite tanto a la comedia televisiva de los ochenta como al Bollywood más festivo. Esa elección visual busca contrarrestar el trasfondo criminal con un aire carnavalesco, aunque en ocasiones produce un choque entre la gravedad de los hechos y la ligereza con que se presentan. El resultado se mueve en una delgada línea que exige del espectador cierta complicidad para aceptar que un asesino serial pueda convivir con gags físicos y números musicales.

En cuanto al reparto secundario, destacan Bhalchandra Kadam y Harish Dudhade, que interpretan a los colegas del inspector y aportan dinamismo al grupo. Sus personajes encarnan la torpeza y la rigidez de la institución, y permiten que Bajpayee se mueva entre la seriedad y la broma. Girija Oak, como esposa del comisario, logra dotar de calidez al relato y equilibra el tono festivo con escenas de intimidad.

‘El comisario Zende’ no oculta sus intenciones de jugar con el mito criminal de Charles Sobhraj para desplazar la atención hacia el policía que lo detuvo. Esa operación narrativa altera el foco habitual en el criminal carismático y convierte al funcionario de mediana edad en protagonista de una sátira sobre la policía india y sus contradicciones. Al mismo tiempo, refleja el interés de Netflix por acercar al público global episodios de la historia reciente de la India mediante un envoltorio accesible y reconocible.

El debut de Chinmay Mandlekar se queda a medio camino entre la parodia y el thriller, sin terminar de consolidar un tono uniforme. La película resulta atractiva en su planteamiento inicial, pero la acumulación de gags y la duración excesiva atenúan su eficacia. Aun así, ofrece un retrato distinto del universo criminal indio, se atreve a jugar con la memoria colectiva y aporta una visión poco frecuente en el género policíaco, más centrada en la sátira que en la solemnidad.

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