Miguel de Cervantes pasó años preso en Argel durante el siglo XVI, un periodo poco abordado en el cine y que Alejandro Amenábar convierte en la materia central de ‘El Cautivo’. El director regresa al terreno histórico después de ‘Mientras dure la guerra’ con una producción ambiciosa que combina rigor de archivo y licencias creativas. La película propone un relato situado entre el drama de época y el retrato íntimo de un escritor todavía en ciernes, pero su planteamiento termina enredado en una ejecución irregular, marcada más por la recreación del decorado que por la fuerza narrativa.
La historia sitúa a Cervantes en el centro de un juego de poder dentro de la cárcel argelina, con un gobernador que lo toma bajo su protección a cambio de relatos imaginados. Amenábar recurre a la figura de Sherezade como paralelismo, pero lo que en principio promete dinamismo acaba derivando en una sucesión mecánica de episodios. El guion insiste en el mito del narrador que gana favores con su ingenio, aunque sacrifica matices en la construcción de personajes. Cervantes queda dibujado con trazo grueso, más cerca del héroe de novela que de una figura compleja atrapada en un contexto incierto.
La recreación de Argel funciona en términos plásticos, con un despliegue de vestuario, escenografía digital y atmósfera cargada que otorga densidad visual. Sin embargo, esta capa estética convive con una falta de organicidad en la acción. Se percibe un exceso de control en cada movimiento de cámara, en cada acento musical, como si el cineasta priorizara la perfección técnica por encima del pulso dramático. En lugar de sumergirnos en una ciudad caótica y viva, lo que aparece en pantalla recuerda a un decorado que luce sin desbordar.
Los actores se enfrentan a un reto delicado: declamar textos que mezclan modernidad con referencias a la época. Julio Peña interpreta a un Cervantes oscilante entre la candidez juvenil y la voluntad de resistencia, aunque sus diálogos se sienten demasiado calculados. Alessandro Borghi, en el papel de Hasán Bajá, aporta presencia física pero se mueve en un registro previsible, con una relación con Cervantes que se plantea sugerente y termina quedando en un intercambio de gestos forzados. Entre el reparto secundario, Miguel Rellán logra cierta naturalidad, mientras que otros intérpretes parecen atrapados en la rigidez de un libreto que concede poco espacio para la espontaneidad.
El film introduce insinuaciones sexuales y homoeróticas que buscan relecturas contemporáneas de Cervantes. Amenábar proyecta un Argel marcado por la ambigüedad en sus relaciones, con ecos de Pasolini o de la tradición orientalista en la representación de un espacio cargado de deseo. El problema reside en la forma: la puesta en escena subraya en exceso esas ideas, cargándolas de símbolos y afectación hasta volverlas previsibles. La provocación queda enunciada, sin que surja una auténtica tensión entre la represión cultural de la España de Felipe II y la libertad relativa que propone el Bajá.
Más allá de los personajes, el guion se resiente por un ritmo irregular. El arranque promete intensidad con la llegada de Cervantes al cautiverio, pero la narración pierde energía al repetir esquemas. Cada intento de fuga, cada relato inventado, cada enfrentamiento entre presos, aparece estructurado como variaciones de una misma fórmula, lo que limita la progresión dramática. El montaje refuerza esa sensación de reiteración al alargar escenas que reclaman mayor concisión.
La dimensión política aparece de manera lateral. Amenábar insinúa la tensión entre cristianos cautivos y la administración otomana, pero evita profundizar en las implicaciones históricas. El resultado es un retrato que oscila entre lo anecdótico y lo alegórico, sin una mirada clara sobre el choque cultural que marcó el destino de Cervantes. En este sentido, la película parece más interesada en sugerir un mito literario que en contextualizar de manera contundente su cautiverio.
El apartado musical refuerza la sensación de grandilocuencia. Amenábar, que firma la partitura, recurre a composiciones de tono solemne que acompañan cada giro dramático con subrayados constantes. Esta estrategia impide que surja un silencio cargado de tensión o un momento desnudo de artificio, claves que podrían haber otorgado al film una respiración distinta.
‘El Cautivo’ aspira a ser un gran fresco histórico y termina como un ejercicio vistoso sin la solidez necesaria. Amenábar demuestra su pericia para levantar una producción cuidada, pero la película se siente atrapada en su propio diseño, incapaz de sostener el interés más allá de su superficie. El resultado no alcanza la vitalidad que cabría esperar de un relato sobre Cervantes en uno de los episodios decisivos de su vida.
