Cine y series

Black Rabbit

Zach Baylin

2025



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En las calles de Brooklyn, a la sombra de locales donde el lujo convive con los restos de una ciudad que nunca duerme, surge ‘Black Rabbit’, la serie creada por Zach Baylin que desembarca en Netflix con ocho episodios de tensión y silencios incómodos. Baylin, conocido por firmar el guion de ‘King Richard’, se rodea aquí de un conjunto de directores entre los que figuran Jason Bateman, Laura Linney, Justin Kurzel y Benjamin Semanoff, una combinación que marca el pulso de un relato donde la familia se convierte en un campo de batalla. Desde el arranque queda claro que el escenario urbano no es un simple telón, sino un engranaje esencial para comprender la atmósfera que envuelve a los Friedken.

El relato se construye en torno a Jake, interpretado por Jude Law, un empresario empeñado en consolidar su restaurante en un rincón competitivo de Manhattan. Su establecimiento, que lleva el mismo nombre que la serie, funciona como epicentro narrativo: un espacio de fachada brillante, frecuentado por clientes influyentes, pero con grietas que amenazan con arrastrar todo lo que se ha levantado sobre ellas. La llegada de Vince, encarnado por Jason Bateman, altera ese frágil equilibrio. El hermano pródigo regresa cargado de deudas, recuerdos inconclusos y un carisma que mezcla la simpatía con la ruina.

El guion utiliza la tensión fraternal como columna vertebral. Jake representa la estabilidad aparente, el hombre de negocios capaz de sonreír en la adversidad mientras mantiene un engranaje que depende de apariencias. Vince, en cambio, simboliza la chispa caótica, el jugador que siempre apuesta más de lo que puede perder y arrastra consigo una estela de compromisos incumplidos. Juntos conforman una pareja donde el afecto convive con el resentimiento, y donde cada decisión parece un eco de heridas pasadas. La serie insiste en que los lazos de sangre actúan como un imán inevitable, incluso cuando las consecuencias se vuelven devastadoras.

El trabajo de dirección refuerza ese contraste. Bateman, en los episodios iniciales, opta por una cámara cercana, con luces bajas y ambientes cargados que transmiten la presión de las cocinas y la densidad de la noche neoyorquina. Kurzel, en los capítulos finales, expone la historia a la claridad del día, mostrando a los personajes fuera de los escondites habituales, obligados a confrontar lo que antes permanecía oculto entre sombras. Linney y Semanoff, por su parte, aportan matices intermedios, jugando con la confusión de las líneas temporales y con la intensidad de un thriller que se abre paso a base de giros.

El contexto cultural de la serie resulta clave. Baylin se adentra en la vida nocturna de Nueva York para examinar el brillo superficial de locales que viven pendientes de críticas, inversiones y modas pasajeras. La cocina del ‘Black Rabbit’ remite a ese mundo de aspiraciones artísticas donde la creación se convierte en una forma de resistencia. Sin embargo, detrás de los platos y de los cócteles, la trama expone dinámicas de poder, abusos silenciados y negocios paralelos que revelan hasta qué punto el entretenimiento puede servir de pantalla para actividades mucho más turbias.

El reparto secundario ofrece contrapuntos decisivos. Cleopatra Coleman da vida a Estelle, una diseñadora atrapada entre intereses profesionales y personales; Amaka Okafor encarna a Roxie, una chef cuya creatividad se ve tensionada por jerarquías y compromisos dudosos; Sope Dirisu aporta solidez como Wes, inversor con aspiraciones musicales. Todos orbitan alrededor de los Friedken, pero cada uno aporta una mirada sobre cómo se negocian el éxito y la supervivencia en un ecosistema marcado por la velocidad y el dinero.

Especial atención merece la participación de Troy Kotsur como Joe Mancuso, un personaje que imprime a la trama un nivel distinto. Con un uso magistral de la lengua de signos, cada una de sus apariciones concentra la atención y quiebra el ritmo habitual de las escenas. Su relación con los Friedken pone sobre la mesa la idea de deuda y castigo como motores narrativos, mientras introduce una dimensión de vulnerabilidad que rara vez alcanza un antagonista en este género. La combinación de ternura y dureza en su interpretación deja una huella que trasciende el tiempo limitado en pantalla.

La serie apuesta por un tono que se mueve entre el thriller clásico y el drama familiar. El atraco inicial, que funciona como detonante, marca un camino de saltos temporales que obligan a recomponer piezas dispersas. Esa estructura convierte al espectador en cómplice de un rompecabezas donde pasado y presente se entrelazan, sugiriendo que las decisiones de los protagonistas no pueden entenderse sin mirar atrás. Al mismo tiempo, la narrativa recuerda que la ciudad nunca se detiene, que cada esquina de Nueva York encierra un secreto dispuesto a estallar en cualquier momento.

Las referencias culturales son evidentes. Se perciben ecos de cine setentero, con personajes que parecen salidos de un universo de bares oscuros y callejones húmedos. También se intuyen paralelismos con ficciones recientes ambientadas en cocinas de ritmo frenético. Sin embargo, ‘Black Rabbit’ evita convertirse en simple pastiche: su fuerza radica en el retrato de vínculos familiares donde el afecto y la traición se confunden de manera constante. Cada mirada entre los hermanos funciona como detonante de nuevas tensiones, y el guion nunca permite que el espectador se relaje.

Visualmente, la serie aprovecha localizaciones reales para reforzar la sensación de autenticidad. Calles empedradas, interiores de clubes privados, tejados al amanecer o rincones anónimos de Manhattan sirven como escenarios de encuentros y desencuentros. El contraste entre la opulencia de algunos espacios y la precariedad de otros refleja la desigualdad de una ciudad que se presenta tanto como escaparate de lujo como territorio de supervivencia. La música y el diseño sonoro acompañan ese vaivén, alternando el bullicio de la noche con silencios que cortan el aliento.

El resultado es una serie que se mueve con solvencia entre la tensión criminal y la crónica familiar. Sus ocho capítulos construyen una atmósfera cargada, en la que los personajes se enfrentan a dilemas donde cada decisión implica riesgos que trascienden lo económico. ‘Black Rabbit’ habla de hermanos que se necesitan y se destruyen, de negocios que prosperan sobre cimientos inestables, y de una ciudad que magnifica tanto los éxitos como los fracasos. Netflix suma así una producción ambiciosa que, más que centrarse en la acción, apuesta por el retrato de relaciones complejas, dejando al espectador la tarea de seguir los hilos que unen y separan a sus protagonistas.

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