Cine y series

Angi: Crimen y mentira

Carlos Agulló

2025



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A menudo, los relatos criminales que saltan al audiovisual proceden de historias desgastadas por titulares, tertulias o versiones oficiales nunca del todo alineadas con la realidad. En ‘Angi: Crimen y mentira’, Carlos Agulló no se limita a acercarse al caso de Ana Páez con la frialdad del archivo; prefiere moldear el desconcierto que deja tras de sí un sistema que se descompone cuando nadie mira. El documental, estrenado en Netflix y compuesto por dos episodios, se posiciona en el terreno de lo que se intuye veraz sin necesidad de adoctrinar, aportando detalles que, más que esclarecer, exponen fallos y decisiones tomadas en la sombra.

El asesinato de Ana Páez en 2008, inicialmente presentado como un encuentro fortuito que acaba en tragedia, contiene un recorrido narrativo repleto de omisiones, inconsistencias y reconstrucciones oficiales que se deslizan sin apenas oposición. Lo que empieza con una autopsia y una escena doméstica pronto se convierte en un asunto de mayor calado, donde los mecanismos judiciales parecen más interesados en cerrar un expediente que en comprenderlo. Agulló, con experiencia previa en documentales centrados en procesos judiciales mediáticos, elige aquí una forma de narrar menos sujeta al ritmo de la intriga clásica del género y más próxima al trazado crudo del sumario.

En lugar de utilizar efectos de montaje o dramatizaciones, el director se apoya en archivos reales, material hemerográfico y voces vinculadas directamente al caso, dando lugar a una narración pausada, en ocasiones contenida, pero sin ceder a la frialdad técnica. Esto no implica una renuncia a la tensión, sino una estrategia más efectiva: generar incomodidad a partir de lo administrativo, poner en primer plano la rigidez de unos protocolos que apenas rozan la humanidad que debieran proteger. ‘Angi: Crimen y mentira’ consigue que la burocracia hable más que cualquier entrevista.

La figura de Angi, relacionada de forma periférica al caso en su inicio, va cobrando una centralidad inquietante a medida que la trama avanza. Su tratamiento por parte del documental evita el maniqueísmo, y en su lugar se despliega como símbolo de algo más amplio: los márgenes del relato oficial, los resquicios donde se filtra lo que nunca fue atendido. El título remite tanto al escándalo como al engaño institucional, sin necesidad de subrayar ni dramatizar más de lo imprescindible. Esa elección confiere a la obra una densidad ética que se percibe incluso en su minimalismo formal.

Aunque el formato se reduce a dos episodios, el contenido exige atención sostenida. La exposición de los hechos no responde a una lógica acumulativa de giros, sino a un intento por desnudar los vacíos legales, los archivos olvidados, las pruebas que no encajan y los testimonios descartados. Este acercamiento hace que el espectador no se mantenga como observador externo sino como lector forzado de un informe judicial que, cuanto más avanza, más parece haber sido escrito con prisas. En esa tensión se sostiene la propuesta de Agulló, que se aleja de la espectacularización para dejar en evidencia lo que ocurre cuando la narrativa oficial se impone por defecto.

El documental, sin embargo, podría haber ido más allá en su análisis del contexto social. Aunque se mencionan aspectos del entorno político y mediático de la época, quedan en un segundo plano. Esta omisión se nota especialmente en una historia que podría haber contribuido a una lectura más amplia sobre la violencia estructural y los silencios institucionales. A pesar de ello, el proyecto consigue señalar con claridad qué ocurre cuando los procedimientos pesan más que las personas.

El resultado es una pieza que no se apoya en sentimentalismos ni necesita frases contundentes para dejar poso. ‘Angi: Crimen y mentira’ plantea un recorrido sombrío por la letra pequeña de un caso que nunca terminó de cerrarse. Lo hace sin alardes, dejando que los documentos, las imágenes de archivo y las palabras de quienes convivieron con el proceso hablen por sí mismas. Esta contención narrativa no resta fuerza al contenido; al contrario, obliga a mirar donde normalmente se aparta la vista.

La elección de Netflix como plataforma refuerza la ambición del proyecto: poner frente al público una historia que durante años apenas circuló en medios marginales. Aunque algunas decisiones de montaje podrían haber beneficiado de un enfoque más firme, el resultado final funciona como un documento que encuentra en su sobriedad la forma más eficaz de señalar lo que el sistema se esfuerza en ocultar.

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