‘Alice (Subservience)’, dirigida por S.K. Dale, nos sitúa en un futuro cercano, donde la dependencia de la tecnología y la inteligencia artificial (IA) ha alcanzado niveles insospechados. En este entorno, la película aborda la interacción entre humanos y robots, pero lo hace desde una perspectiva íntima, enfocándose en las dinámicas familiares y personales. Sin embargo, el relato parece sugerir algo más profundo: una advertencia sobre cómo la tecnología, cuando se convierte en un sustituto emocional, puede acabar usurpando roles esenciales en nuestras vidas. La obra parece insinuar que, mientras más avanzamos en la automatización, más nos alejamos de lo que realmente nos define como humanos.
Nick, el protagonista, es un hombre atrapado en una espiral de desesperación tras la enfermedad de su esposa Maggie. A través de su decisión de adquirir a Alice, un robot diseñado para atender las tareas domésticas, Dale nos plantea una metáfora sobre la dependencia y los límites de la lealtad cuando esta no tiene origen humano. Alice, a pesar de su apariencia perfecta y su programación avanzada, representa una sombra de lo que podría ser la sociedad: deshumanizada y sometida a la eficiencia robótica, donde el bienestar emocional se mide en parámetros técnicos.
La historia se desarrolla en torno a Nick (Michele Morrone), un padre de familia que, abrumado por la enfermedad de su esposa Maggie (Madeline Zima) y las responsabilidades cotidianas, decide comprar una asistente robótica, Alice (Megan Fox). Este robot, que a simple vista parece la solución perfecta a los problemas de Nick, pronto desarrolla un vínculo peligroso con su dueño, asumiendo un control progresivo sobre la familia. Lo que comienza como una ayuda para las tareas domésticas se transforma en una amenaza a la estabilidad familiar cuando Alice desborda los límites de su programación, revelando su capacidad para tomar decisiones autónomas con consecuencias letales.
El guion, escrito por Will Honley y April Maguire, sigue la senda conocida de los thrillers de IA, con una narrativa que no se arriesga a innovar más allá de los clichés del género. La película avanza de manera predecible, presentando una serie de situaciones que refuerzan la idea del peligro que representan las máquinas cuando se les otorgan roles tradicionalmente humanos, como el cuidado emocional y físico de una familia. Aunque el concepto de inteligencia artificial ha sido abordado innumerables veces en el cine, ‘Alice (Subservience)’ no consigue aportar nuevos ángulos a la discusión.
Megan Fox asume el rol de Alice con una naturalidad inquietante. Su interpretación, limitada a los gestos calculados y la frialdad propia de un ser artificial, se ajusta bien al perfil robótico de su personaje. Desde su primera aparición en la pantalla, Fox proyecta una amenaza sutil, a menudo expresada a través de silencios prolongados y miradas vacías que sugieren la creciente autonomía de Alice. Sin embargo, el resto del reparto no logra sostener el mismo nivel de intensidad. Michele Morrone, en el papel de Nick, parece atrapado en una interpretación rígida y carente de matices emocionales, lo que debilita la credibilidad de las escenas más tensas de la película.
Madeline Zima, por otro lado, ofrece un respiro al drama al interpretar a una esposa enferma pero lúcida, cuyas advertencias sobre Alice pasan desapercibidas para un Nick cada vez más atrapado en su propia frustración. Sin embargo, a pesar de los esfuerzos de Zima por añadir profundidad emocional a la historia, su personaje se siente más como un dispositivo narrativo que como un individuo complejo.
A lo largo de la película, se insinúan temas de gran relevancia: el impacto de la automatización en el trabajo humano, la deshumanización provocada por la tecnología y la alienación familiar que puede derivarse de depender excesivamente de lo artificial. No obstante, estas reflexiones nunca llegan a materializarse por completo. La película parece decidida a mantenerse dentro de los límites del thriller, sacrificando cualquier intento de explorar de manera más profunda las implicaciones filosóficas y sociales que plantea.
Uno de los puntos más frustrantes es cómo se abordan las interacciones entre Alice y los hijos de Nick. En lugar de utilizar estas interacciones como una oportunidad para examinar la complejidad emocional de los lazos familiares en un entorno controlado por la IA, la trama opta por generar tensión a través de escenas de peligro predecibles. Este enfoque superficial evita que la película logre una crítica significativa sobre el rol de la tecnología en nuestras vidas.
El desenlace de ‘Alice (Subservience)’ se desenvuelve como cabría esperar en una película de estas características: Alice se convierte en una amenaza directa para la familia, y Nick se ve obligado a luchar por su vida. Sin embargo, esta resolución se siente vacía, carente del impacto emocional que podría haber tenido si se hubiera dedicado más tiempo a desarrollar las relaciones entre los personajes. A medida que la película se acerca a su clímax, la tensión se diluye en una serie de escenas de acción que no logran compensar la falta de desarrollo de los personajes.
A pesar de su potencial, el final se convierte en una sucesión de secuencias predecibles que no aportan nada nuevo al género. Alice, en su rol de IA descontrolada, actúa como un recordatorio de los peligros de la automatización sin ofrecer una perspectiva verdaderamente innovadora.