Hay una inquietud latente que asoma en los márgenes de cualquier convivencia forzada. Como una astilla debajo de la lengua: no se ve, pero molesta cada vez que se intenta pronunciar algo con claridad. Así funciona la dinámica en 'Adults', donde el verbo crecer se conjuga con sarcasmo, y la madurez se diluye entre la mugre de una cocina compartida y la incomodidad de una amistad enquistada en el tiempo. En el Queens que dibuja Ben Kronengold, la adultez aparece como un eco mal interpretado, deformado por los algoritmos, las deudas universitarias y la obsesión por performar autenticidad sin tener del todo claro qué se está representando.
La serie se despliega como una sucesión de impulsos inconexos que, por acumulación, van delineando la textura emocional de una generación que sobrevive entre el cinismo aprendido y la ternura involuntaria. El hogar de Samir, heredado por omisión más que por voluntad, funciona como un útero disfuncional donde cada habitante dramatiza su propia versión del fracaso prematuro. Allí no se reparte el pan, sino las crisis. No hay privacidad, ni higiene emocional, ni un propósito común más allá de reír por encima del abismo. Y es en ese límite, el que separa la carcajada genuina de la incomodidad crónica, donde 'Adults' encuentra su voz más afinada.
Lo que propone Kronengold es una comedia construida sobre la incomodidad, sí, pero también sobre la precariedad como estado permanente. Billie sangra, literalmente, por el ano mientras espera ser despedida; Anton colecciona vínculos como si fuesen filtros de Instagram; Issa hace del narcisismo una forma de activismo caricaturesco. Cada personaje está tallado desde la confusión, no como artificio dramático, sino como materia prima. La comicidad no surge del absurdo, sino del reconocimiento feroz de un presente donde todo vínculo se tensa entre la validación y el hartazgo.
Lo más revelador de la propuesta es su negativa a ornamentar el desorden. El humor no busca ser disruptivo: simplemente reproduce la cadencia errática de cinco personas que comparten techo, afectos y un tedio que parece institucionalizado. Y ahí radica su mayor acierto. No se trata de construir arcos dramáticos pulidos, sino de capturar esa oscilación diaria entre la euforia por un AirTag mal usado y el colapso emocional en un baño de hospital.
'Adults' renuncia a toda épica generacional. El New York que insinúa es periférico, doméstico, casi postergado. Nada aquí pretende ser ejemplar. Por eso sus momentos más logrados emergen cuando los personajes se rinden ante sus propias limitaciones: cuando Billie se da cuenta de que su vida entera puede reducirse a una anécdota de secundaria, cuando Samir se desnuda ante sus potenciales empleadores con una torpeza casi performática, cuando Paul Baker se convierte en un espejo incómodo de lo que los otros temen reconocer.
La primera temporada de 'Adults' ya está disponible en Disney+
