Rituales que buscan domar lo impredecible, estructuras sociales que se empeñan en aferrarse a una idea estable del porvenir y el desconcierto cuando esa ilusión se desmorona de un golpe. La fragilidad de lo cotidiano aparece con un brutal desconcierto en 'A muerte', una serie que juega con la contradicción inherente a la vida misma: el equilibrio entre la desesperanza y el absurdo. La narración transita por terrenos que, en otros contextos, habrían desembocado en un drama introspectivo, pero en manos de Dani de la Orden, el material se pliega sobre sí mismo y estalla en una amalgama de gags y despropósitos que transforman la tragedia en algo extrañamente festivo.
Raúl, interpretado por Joan Amargós, lleva una existencia meticulosamente ordenada, una coreografía de rutinas inamovibles que se desmorona cuando recibe un diagnóstico médico devastador. En paralelo, Marta (Verónica Echegui), inmersa en una adolescencia tardía que amenaza con prolongarse indefinidamente, también se enfrenta a un giro vital inesperado: un embarazo que se siente como una sentencia de madurez forzada. En circunstancias normales, sus caminos no se habrían cruzado, pero el azar los empuja a compartir un mismo espacio, obligándolos a lidiar con la incompatibilidad de sus formas de vida y, al mismo tiempo, a encontrar en esa tensión el combustible para una relación que nunca debió ocurrir.
La comedia aquí no es un accesorio, sino la espina dorsal del relato. Los guionistas Oriol Capel y Natalia Durán construyen un entramado que toma la comedia romántica como punto de partida, pero que en su desarrollo se desmarca de cualquier molde convencional. 'A muerte' no pretende disfrazar su irreverencia ni matizar su caótica estructura. La serie abraza la exageración y la incorrección, en una narrativa que a veces parece al borde del descontrol, pero que, de alguna manera, mantiene un precario equilibrio entre el disparate y la coherencia.
Verónica Echegui se desliza con soltura por el torbellino de Marta, un personaje que, en otras manos, podría haber caído en la caricatura, pero que aquí encuentra un punto de ternura en su resistencia a abandonar la despreocupación juvenil. Amargós, por su parte, encarna a Raúl con una contención que funciona como contraste, permitiendo que el humor surja de la tensión entre su rigidez y el caos que lo envuelve. En torno a ellos orbitan una galería de secundarios que aportan una densidad cómica imprescindible: desde el mejor amigo desvergonzado (Cristian Valencia) hasta los absurdos compañeros de trabajo de Raúl, cada uno encuentra su momento para aportar al festín de situaciones disparatadas.
El tono deliberadamente irreverente de la serie se refuerza con una dirección que apuesta por la frescura antes que por el refinamiento. Dani de la Orden adopta un enfoque que recuerda a la improvisación controlada, permitiendo que los momentos de comedia se desplieguen con naturalidad y sin temor al exceso. A nivel visual, 'A muerte' no busca alardes estéticos, sino una fluidez que mantenga la energía de la narrativa sin distracciones innecesarias.
Sin embargo, hay una delgada línea entre la irreverencia y la falta de dirección, y en algunos momentos la serie parece perder el pulso, dejando que la acumulación de situaciones absurdas reemplace el desarrollo emocional de los personajes. En su afán por evitar el sentimentalismo, el relato a veces desatiende las implicaciones emocionales de su premisa, diluyendo el impacto de los conflictos que plantea.
'A muerte' es una ficción que no se toma en serio a sí misma, y ese es, paradójicamente, su mayor acierto y su mayor limitación. Su capacidad para transformar una situación devastadora en un estallido de comedia desenfrenada es un rasgo distintivo, pero también impide que ciertos aspectos de la historia adquieran la densidad que podrían haber alcanzado. La serie no aspira a dejar reflexiones duraderas ni a construir una narrativa que redefina el género, pero logra sostener una atmósfera de entretenimiento que, en sus mejores momentos, alcanza una efectividad notable.
