El paisaje que abre 'Confinados' despliega un aire de fatiga social, donde las ilusiones de quienes intentan avanzar se enredan con la rigidez de un país en crisis. Neeraj Ghaywan sitúa su relato en la India del confinamiento, con una mirada que se desliza sin artificio entre los pliegues de la desigualdad. Su enfoque parte del reencuentro con un realismo que no busca consuelo, sino una observación sostenida sobre el vínculo entre dos jóvenes que persiguen una mínima mejora vital en un entorno que se resiste a ceder. Desde los primeros planos, la cámara de Pratik Shah se impregna del polvo de los caminos y de la opacidad de los interiores domésticos, sin cargar el dramatismo ni la denuncia, más bien componiendo un cuadro donde las fronteras entre lo público y lo íntimo se confunden. Ghaywan, conocido por la sensibilidad social de su debut, construye aquí un espacio en el que las emociones se filtran a través del cansancio colectivo, sin dejar espacio al artificio. Netflix incorpora esta película a su catálogo, pero su carácter se mantiene ajeno a la producción de consumo rápido, rescatando una voz que se alza desde lo cotidiano y que observa la fractura del país con una serenidad implacable.
El desarrollo de 'Confinados' se articula alrededor de Shoaib y Chandan, dos jóvenes que representan castas y religiones distintas, aunque comparten la precariedad y el deseo de integrarse en un sistema que los margina. Ambos buscan una plaza en la policía, convencidos de que el uniforme los convertirá en ciudadanos sin etiqueta. La espera de los resultados marca el comienzo de su deriva: el tiempo se dilata, los empleos temporales se suceden y la frustración se instala como parte de la rutina. Lo que en un principio parece una historia de camaradería deriva en una exploración de las jerarquías invisibles que dividen al país. La dirección se apoya en la naturalidad de los actores, y el guion, escrito por Ghaywan junto a Basharat Peer y Sumit Roy, da cuerpo a una amistad que se resquebraja sin grandes gestos, solo con la acumulación de pequeñas humillaciones. La pandemia interrumpe el ritmo de sus aspiraciones, los aísla y los obliga a enfrentarse al desplazamiento forzoso que resume toda una historia de exclusión. La trama fluye sin giros abruptos, con una claridad que subraya la distancia entre la aspiración y la realidad.
Cada personaje de 'Confinados' encarna una capa social distinta dentro del mismo malestar. Shoaib, de origen musulmán, soporta la sospecha permanente de quienes lo rodean; Chandan, perteneciente a una casta baja, asume con resignación el desprecio que le dirige la comunidad. Su vínculo funciona como refugio frente a un entorno que los empuja a justificar su existencia. En esta tensión se percibe la mano del director, interesado en observar las fisuras morales de un país que aún reproduce las mismas jerarquías que pretendió abolir. Las mujeres del relato, aunque con menor presencia, aparecen como figuras de resistencia silenciosa: la madre de Chandan, la joven Sudha, o la desconocida que les ofrece agua cuando el miedo domina la carretera. Estos personajes secundarios sostienen el tejido ético de la narración, recordando que la solidaridad también se filtra por los márgenes. Ghaywan los retrata con discreción, alejándose del melodrama y del paternalismo. La cámara evita cualquier ornamentación, busca el contacto directo con los cuerpos, con los silencios, con los espacios en los que el aire parece detenerse. Esa contención formal refuerza el contraste entre la dureza de las circunstancias y la obstinación de quienes continúan caminando.
La película se adentra en un territorio donde la política se infiltra en los gestos cotidianos: el acceso a un trabajo, la manera de hablar, el simple acto de cruzar un pueblo. Ghaywan utiliza la estructura del viaje para exponer la estructura social de la India contemporánea, donde religión y casta se entrelazan con la burocracia y la pobreza. La pandemia, más que un contexto, se convierte en el mecanismo que desnuda la fragilidad del sistema. Las restricciones, los toques de queda, la imposibilidad de desplazarse revelan cómo las normas de emergencia consolidan las diferencias previas. En ese tránsito hacia el hogar, los protagonistas se enfrentan al abandono del Estado y al rechazo de sus semejantes, lo que transforma la carretera en una metáfora del país entero. Sin recurrir a discursos, el relato muestra cómo la desigualdad se normaliza y cómo el miedo colectivo legitima la violencia. La dirección mantiene un ritmo contenido, apoyado en una fotografía que oscila entre la calidez de los amaneceres rurales y la frialdad de los interiores urbanos, sugiriendo que la distancia entre ambos mundos es menos geográfica que moral.
El último tramo de 'Confinados' concentra la fuerza del relato en la relación entre los dos amigos. La enfermedad de uno de ellos, la extenuación física y el entorno hostil que los rodea, generan una tensión que nunca se resuelve en espectáculo. Ghaywan opta por una puesta en escena austera, donde los cuerpos se convierten en portadores del peso de la historia reciente. La carga simbólica del viaje se intensifica con cada paso, sin que el relato abandone su tono contenido. En ese punto, la película se acerca a los dramas sociales de realizadores como Ritesh Batra o Cristian Mungiu, que también exploran las fracturas morales desde el detalle y la contención. Sin recurrir a sentimentalismos, el director hace visible la ternura que sobrevive a la adversidad, y la transforma en un gesto de resistencia silenciosa. El sonido, reducido casi a lo esencial, acompaña el esfuerzo físico de los protagonistas y las pausas en las que el tiempo parece dilatarse. La conclusión del relato se despliega sin estridencias, dejando al espectador frente a la evidencia de un mundo que se descompone sin estrépito.
La obra se mantiene fiel a una tradición de cine social que en India apenas encuentra espacio en los circuitos comerciales. Ghaywan trabaja desde una convicción política que evita el panfleto, interesándose más por las dinámicas de poder que por los símbolos evidentes. 'Confinados' traza una línea de continuidad con su anterior 'Masaan', pero abandona la ingenuidad juvenil para adentrarse en una mirada más seca, más contenida, donde cada silencio adquiere un peso moral. La puesta en escena, de un realismo ajustado, recuerda a los primeros trabajos de Ken Loach, no por la estética, sino por la voluntad de captar la dignidad dentro de la miseria. La película encuentra su mayor eficacia en los momentos donde la acción se detiene y los personajes se enfrentan a su propia impotencia. En esos instantes, la dirección consigue que lo político y lo íntimo se fundan sin esfuerzo. La fotografía de Shah, con su equilibrio entre luz natural y penumbra, ofrece la textura de un país que se mira en el espejo de la desigualdad. Y el montaje de Nitin Baid imprime al relato un pulso que evita el sentimentalismo, optando por la continuidad silenciosa de los hechos.
