Cine y series

Cometierra

Daniel Burman, Cris Gris, Martín Hodara

2025



Por -

La tierra, como símbolo de origen y destino, sostiene el relato de 'Cometierra', una serie que traslada a la pantalla la novela de Dolores Reyes bajo la mirada de Daniel Burman, Cris Gris y Martín Hodara. En ella, la Ciudad de México se transforma en un escenario donde el polvo, la violencia y la juventud se mezclan para construir un retrato de resistencia. Desde su concepción, el proyecto parece asumir un propósito: observar cómo la vida cotidiana en los márgenes urbanos puede albergar tanto una carga de desesperanza como una pulsión de búsqueda. La dirección evita el énfasis en la espectacularidad y elige una narrativa más contenida, donde la atmósfera pesa más que el ritmo y cada plano respira con el tiempo de quienes lo habitan.

La historia se centra en Aylín, una adolescente interpretada por Lilith Curiel, cuya existencia se altera tras descubrir un don que surge del contacto con la tierra. Su capacidad para vislumbrar el destino de los desaparecidos se convierte en una condena que arrastra tanto a ella como a su entorno hacia un territorio incierto. En lugar de un relato sobrenatural convencional, la serie elabora una alegoría sobre la memoria colectiva. El don de Aylín actúa como vehículo para rescatar lo que la sociedad ha decidido olvidar, y ese gesto narrativo se despliega sin artificios. La protagonista no representa el heroísmo individual, sino la consecuencia de un entorno marcado por la pérdida, donde cada hallazgo tiene un coste emocional que trasciende el ámbito íntimo. El guion se construye con una precisión que rehúye el sentimentalismo y mantiene siempre un equilibrio entre lo trágico y lo cotidiano.

El universo de 'Cometierra' se sostiene sobre una idea constante: la violencia como herencia y como lenguaje. La desaparición de personas se inscribe en la trama como una herida estructural, no como un suceso aislado. Burman y Gris dirigen con un pulso que privilegia los silencios, los espacios vacíos y los cuerpos que esperan. En ellos se concentra el núcleo político de la serie. La cámara observa los barrios sin caer en la exotización, apostando por una mirada que reconoce la dignidad en la precariedad. El montaje elige un tempo irregular que alterna visiones oníricas con momentos de cruda normalidad, reforzando la sensación de que lo sobrenatural habita en lo cotidiano y que el misterio no interrumpe la realidad, sino que forma parte de ella.

Los personajes secundarios cumplen una función decisiva. Walter, el hermano de Aylín, simboliza la figura del vínculo familiar como último refugio. Vero y Miseria, sus compañeras, aportan una dimensión colectiva que impide que la narración se encierre en la introspección individual. Cada uno encarna una forma de resistencia ante el miedo y el abandono institucional. Su presencia configura una red de afectos que da sentido a la acción y transforma la historia en un relato coral. Las interpretaciones se sostienen en una naturalidad que huye del artificio y contribuye a que la emoción surja sin presión. La dirección de actores privilegia los matices y evita que el dramatismo se imponga, permitiendo que las relaciones respiren en su fragilidad.

La ambientación urbana ofrece una textura visual que no busca la belleza del deterioro, sino la materialidad del entorno. Los muros, las calles y los descampados construyen un paisaje que define a los personajes tanto como su pasado. La luz actúa como un elemento narrativo: diurna, áspera, atravesada por el polvo; nocturna, con reflejos de neón que diluyen los rostros. En esa dualidad, la serie plantea una poética de lo visible y lo oculto. Cada encuadre parece recordarnos que la tierra que Aylín ingiere es la misma que cubre lo que se intenta borrar. El trabajo de fotografía, sin recurrir al efectismo, sostiene esa tensión entre el realismo y la evocación.

El guion, firmado por Mónica Herrera, Gabriela Guraieb, Camila Bruges, Clara Roquet y Brenda Navarro, combina la estructura del thriller con una narrativa de iniciación. La trama se despliega con una lógica interna que permite que el elemento sobrenatural conviva con la crítica social sin que ninguno domine al otro. La progresión dramática de Aylín, desde la incredulidad hasta la asunción de su poder, se enlaza con una reflexión sobre la memoria y la justicia. A través de su aprendizaje, la serie examina la capacidad de las comunidades para sostenerse frente al abandono estatal. Las desapariciones adquieren así un significado colectivo, y la protagonista se convierte en portavoz involuntaria de una generación que vive entre la violencia y la esperanza de reparación.

La dirección de Burman y Gris adopta una estrategia de contención que potencia la densidad moral del relato. La puesta en escena evita el énfasis melodramático y privilegia los planos sostenidos, la observación del gesto mínimo y la repetición de los rituales cotidianos. Esa decisión estilística refuerza la sensación de realidad y permite que el elemento fantástico se integre con naturalidad. La música compuesta por Natalia Lafourcade amplifica esa dualidad. Su voz no subraya la tragedia, sino que acompaña el ritmo interno de los personajes. En paralelo, la banda sonora introduce temas de Silvana Estrada que refuerzan la idea de comunidad, como si la música emergiera del propio suelo donde transcurre la acción.

En términos temáticos, 'Cometierra' se adentra en la violencia de género, el feminicidio y la impunidad estructural. La serie no se limita a exponer el dolor, sino que examina los mecanismos sociales que lo perpetúan. Cada episodio funciona como una pieza que revela una parte del entramado de silencios que sostiene la injusticia. La mirada femenina se convierte en eje narrativo y político, sin didactismo. Aylín y las mujeres que la rodean representan la posibilidad de reconstrucción desde el duelo compartido. La narración evita el discurso explícito y confía en las imágenes para articular la denuncia, en una línea que recuerda al cine de Lucrecia Martel, donde lo sensorial se convierte en vehículo de pensamiento.

La elección de trasladar la historia a México amplía el alcance simbólico del relato. El país aparece como un territorio donde la violencia convive con la espiritualidad y la solidaridad barrial. La adaptación respeta el espíritu del texto original, pero lo resignifica al inscribirlo en un contexto donde las desapariciones son una realidad diaria. Esa transposición no se limita a un cambio geográfico: supone un desplazamiento cultural que actualiza la narrativa y la conecta con un público que reconoce en ella un reflejo cercano. En este sentido, la dirección logra que el relato adquiera una dimensión latinoamericana sin perder su especificidad.

El desenlace propone una conclusión que no se orienta hacia el cierre, sino hacia la persistencia. La búsqueda de Aylín, más que un recorrido de redención, se convierte en una afirmación de la memoria. Cada descubrimiento reafirma la idea de que los muertos continúan habitando la tierra y que la justicia se construye a partir del recuerdo. La última secuencia, lejos de ofrecer alivio, deja una sensación de continuidad, como si el relato no terminara con la historia individual, sino que se expandiera hacia quienes siguen desaparecidos. Esa elección narrativa confiere a la serie una consistencia ética que la sitúa en el terreno de las ficciones comprometidas con su tiempo.

En su conjunto, 'Cometierra' articula un discurso donde lo místico y lo social se fusionan para revelar una verdad incómoda: la violencia que persiste bajo la superficie y la necesidad de nombrar lo que se ha querido enterrar. Cada capítulo construye una mirada que rehúye el sensacionalismo y apuesta por la observación paciente. La serie convierte el acto de comer tierra en una metáfora del conocimiento, del intento de asimilar el dolor y transformarlo en acción. Su fuerza radica en esa tensión entre lo tangible y lo simbólico, en la forma en que la ficción se aproxima a la realidad para hacer visible lo que permanece oculto.

MindiesCine

Buscando acercarte todo lo que ocurre en las salas de cine y el panorama televisivo.