Las ficciones firmadas por Althaf Salim acostumbran a situar a sus protagonistas en terrenos inestables, donde el humor sirve de disfraz a sentimientos que rozan lo doloroso. ‘Caballo galopante’, su segunda película, llega a Netflix con la ambición de trazar un relato que oscila entre la comedia absurda y la melancolía, un equilibrio que plantea riesgos en el momento de sostener la narración. La propuesta parte de un impulso aparentemente liviano que pronto se convierte en detonante de un cúmulo de situaciones disparatadas. Salim insiste en moldear un universo excéntrico, donde los vínculos familiares, los deseos románticos y las cargas emocionales se enredan hasta el extremo.
El arranque de la trama se sitúa en la víspera de una boda. El futuro esposo, Aby, interpretado por Fahadh Faasil, se ve arrastrado por un capricho de su prometida Nidhi, encarnada por Kalyani Priyadarshan. Esa ocurrencia, que exige su llegada al enlace montado sobre un caballo blanco, desencadena un accidente con repercusiones físicas y anímicas que trastocan las dinámicas de los personajes. La historia avanza desde ese punto inicial hacia derivas imprevisibles: la vida en pausa, los compromisos impuestos por la familia y la aparición de nuevos rostros que alteran el rumbo previsto. El guion convierte cada giro en un recordatorio de lo azaroso que puede ser un destino condicionado por la obsesión de cumplir deseos ajenos.
El personaje de Aby funciona como eje alrededor del cual orbitan figuras de distinta naturaleza. Su padre, interpretado por Lal, introduce un humor que roza lo macabro, con líneas de diálogo que mezclan desesperanza y comicidad en partes iguales. El hermano, encarnado por Vinay Forrt, aporta un contrapunto marcado por la ruina económica y la frustración, lo que dibuja un retrato familiar atravesado por tensiones constantes. Entre ellos se mueve Revathi, interpretada por Revathi Pillai, cuya presencia enriquece la trama al servir de espejo de los conflictos internos del protagonista. Esta red de relaciones convierte la película en un mosaico de fragilidades, donde la risa y el desencanto conviven con idéntica intensidad.
La construcción de Nidhi, la prometida, reproduce un arquetipo que en otros proyectos de la actriz ya había aparecido: mujer risueña, vital y con inclinación hacia lo extravagante. En este caso, esa ligereza inicial contrasta con las consecuencias de su deseo, al convertirse en detonante de los sucesos posteriores. La química con Faasil resulta intermitente, y esa irregularidad debilita el núcleo de un relato que debería sostenerse en la fuerza de su vínculo. El guion prefiere multiplicar las subtramas en lugar de fortalecer esa relación central, y en ese desvío se resiente el pulso de la película.
La elección de Salim de envolver una historia de frustración y pérdidas bajo un envoltorio cómico genera momentos de energía contagiosa en el primer tramo, con secuencias que apelan al ritmo de los diálogos rápidos y a la exageración gestual de sus intérpretes. Sin embargo, conforme la narración avanza, se acumulan bifurcaciones que dispersan el interés: viajes a nuevas ciudades, personajes que irrumpen sin un desarrollo sólido y episodios que se sienten ajenos al planteamiento inicial. Esa dispersión resta cohesión al conjunto y provoca que lo excéntrico se perciba más como artificio que como herramienta narrativa.
La puesta en escena alterna entre la composición estática y el exceso visual. Se emplean ángulos inclinados, cortes acelerados y una fotografía que oscila entre tonos apagados y secuencias de luminosidad exagerada. Tales recursos pretenden reflejar el estado mental de los personajes, pero en repetidas ocasiones terminan por imponerse al relato, generando una sensación de desconcierto que se extiende más allá de lo intencional. La música de Justin Varghese aporta dinamismo a ciertos pasajes, aunque queda subordinada a un montaje que busca constantemente subrayar lo extravagante.
En el trasfondo se advierte la voluntad de hablar de salud mental y de la manera en que las familias gestionan esos silencios que acompañan a la tristeza. El guion introduce el tema desde un prisma cómico, sin caer en discursos solemnes, y eso lo convierte en un terreno delicado. Cuando la narración se concentra en esas contradicciones, la película adquiere relieve. Sin embargo, la reiteración de chistes que no alcanzan a mantener el ritmo necesario termina por diluir ese propósito.
El reparto se enfrenta a un texto que exige modulaciones precisas. Fahadh Faasil, habitual en personajes de complejidad psicológica, se encuentra aquí con un rol que exige ligereza verbal y fisicidad cómica. Sus registros resultan forzados en varias escenas, especialmente cuando la exageración se impone sobre la naturalidad. Kalyani Priyadarshan mantiene el tono que el guion le asigna, aunque sin un arco de transformación convincente. Revathi Pillai se muestra contenida y logra aportar veracidad a su papel, mientras que Lal y Vinay Forrt extraen del absurdo algunos de los momentos más sólidos de la película.
‘Caballo galopante’ se presenta como una comedia extravagante que busca disimular bajo su superficie ligera un retrato sobre la fragilidad y los vínculos dañados. Su osadía radica en atreverse a mezclar estilos, aunque esa mezcla en ocasiones se desborde y deje un sabor irregular. Althaf Salim intenta reproducir la combinación que ya había planteado en su debut, con humor colocado frente al dolor, pero el resultado se queda atrapado entre el deseo de construir un espectáculo ágil y la necesidad de sostener un relato con mayor consistencia. El desenlace confirma la apuesta arriesgada de un director que prefiere avanzar en la cuerda floja antes que repetir fórmulas seguras.