Cine y series

Baramulla

Aditya Suhas Jambhale

2025



Por -

Un valle cubierto de nieve se abre paso en los primeros minutos de ‘Baramulla’, dirigida por Aditya Suhas Jambhale y escrita junto a Aditya Dhar. La cámara avanza entre la bruma, mostrando un lugar que guarda cicatrices antiguas y donde el silencio pesa más que las palabras. Desde ese inicio se percibe que la historia no pretende conmover, sino escarbar. Lo que se despliega ante los ojos del espectador es un relato ambientado en Cachemira, donde la calma es solo apariencia y el tiempo parece detenido por la violencia que alguna vez lo arrasó todo. Jambhale se acerca a esa tierra con un pulso contenido: no busca decorarla, prefiere inmovilizarla, retratarla como un lugar donde la belleza duele. La llegada del oficial Ridwaan Sayyed al pueblo marca el punto de partida de un argumento que se mueve entre el suspense y el drama familiar, pero pronto deja claro que lo que está en juego no es una investigación cualquiera, sino la memoria entera de un territorio partido en dos.

La trama parte de una desaparición que en apariencia responde a un caso policial, pero pronto se convierte en algo más hondo y complejo. Ridwaan, interpretado por Manav Kaul, se instala junto a su esposa y sus hijos en una casa de madera que parece respirar por sí misma. Cada ruido, cada sombra y cada puerta que se abre sugieren que esa vivienda arrastra su propio pasado. Lo que empieza como una investigación rutinaria acaba transformándose en un recorrido por la historia del lugar. Las desapariciones de niños se entrelazan con antiguas expulsiones, con desplazamientos forzados que el tiempo no consiguió borrar. El guion sitúa a los personajes dentro de un espacio cargado de ecos, donde lo sobrenatural surge como prolongación de lo histórico. Esa idea de que los fantasmas pertenecen tanto al presente como al pasado es lo que da sentido al relato y lo convierte en algo más que un thriller psicológico.

El protagonista se presenta como un hombre disciplinado, acostumbrado a seguir las reglas y a mantener la distancia emocional. Sin embargo, esa rigidez es solo una máscara. Detrás de su mirada contenida late una conciencia cargada de culpa. Su forma de tratar a la familia, la frialdad con que responde a las sospechas y su empeño en sostener el orden revelan un miedo a enfrentarse con lo que ha provocado su propio trabajo. Su esposa, interpretada por Bhasha Sumbli, percibe ese silencio como una pared. La hija adolescente se rebela con una mezcla de furia y tristeza, y el hijo pequeño intenta mediar sin entender del todo lo que ocurre. Esa convivencia helada se parece al paisaje que los rodea: hermosa, pero inmóvil. A través de esa familia, la película examina cómo la disciplina impuesta por las instituciones se cuela dentro de los hogares y los vacía. Ridwaan encarna a una sociedad que pretende mantener la compostura cuando todo lo que la sostiene ya se ha resquebrajado.

En medio de esa tensión, el tulipán blanco aparece como una figura constante, casi un presagio. En lugar de representar la pureza, se convierte en símbolo de advertencia. Brota entre la nieve con una fragilidad engañosa, como si recordara que hasta la belleza puede ser un recordatorio del peligro. Jambhale utiliza ese contraste con precisión: los paisajes abiertos frente al encierro del interior, la claridad de las montañas frente a los rincones oscuros de la casa. Cada imagen está pensada para que el espectador perciba la contradicción entre lo visible y lo que se oculta. A través de esa composición, el director introduce una lectura política que no necesita ser subrayada. Cachemira se muestra como un lugar donde la tierra misma lleva grabada la división, un territorio en disputa no solo entre bandos, sino entre memorias que se resisten a ser borradas.

El relato plantea una mirada sobre la herencia del dolor. Los niños desaparecidos representan a las generaciones que se pierden entre discursos enfrentados, mientras los adultos permanecen atrapados en la repetición de las mismas culpas. Jambhale convierte el misterio policial en una forma de analizar cómo los conflictos se perpetúan porque se transmiten sin ser reconocidos. Los elementos sobrenaturales sirven para explicar esa herida colectiva que se niega a cerrarse. Lo que asusta en ‘Baramulla’ no son las apariciones, sino la evidencia de que el pasado sigue dentro de los cuerpos y de las casas. A medida que la investigación avanza, surgen las tensiones entre religión, política e identidad, y cada descubrimiento policial se convierte en una metáfora sobre el peso de las narraciones impuestas. El film retrata la violencia como un relato heredado, un discurso que se reproduce en el silencio.

El trabajo actoral refuerza esa lectura. Manav Kaul dota al protagonista de un temple firme, casi militar, que se va resquebrajando poco a poco. Bhasha Sumbli sostiene una serenidad que nunca es pasiva: su personaje observa, espera, comprende antes que nadie. Arista Mehta, como la hija, aporta una energía que rompe la rigidez de la familia, introduciendo una fuerza que se siente necesaria dentro del ambiente opresivo. El reparto actúa con una naturalidad que mantiene la tensión sin exageraciones. Jambhale elige el silencio como forma de expresión, y los actores lo llenan de matices. Las miradas, los movimientos contenidos y la distancia física entre los personajes bastan para expresar todo lo que las palabras omiten. Esa elección da a la película una coherencia interna que la hace avanzar con una calma engañosa.

Los espacios interiores están tratados con una minuciosidad que revela el propósito de asfixiar. Las paredes desconchadas, los pasillos angostos y la luz que apenas entra por las ventanas hacen que cada plano se perciba como un encierro. La casa funciona como un organismo que reacciona a los miedos de quienes la habitan. El viento, el crujido del suelo y el murmullo de voces sin dueño se repiten con la insistencia de una obsesión. El montaje permite respirar a las escenas, pero nunca las libera del peso que cargan. La fotografía, de tonos pálidos, transforma el paisaje en un personaje más: la nieve oculta los rastros del crimen igual que la sociedad intenta cubrir su historia. El ritmo irregular responde a la forma en que el protagonista va perdiendo control sobre la investigación, atrapado en una espiral que lo devuelve siempre al mismo punto.

En su vertiente política, ‘Baramulla’ expone cómo el miedo se utiliza como herramienta de dominio. Las desapariciones se vinculan con intereses que superan a los individuos, con la manipulación de la fe y el poder. El guion retrata instituciones que buscan mantener una apariencia de orden mientras todo se derrumba. La película aborda esa contradicción sin moralizar. Jambhale presenta un mundo donde las creencias se mezclan con la necesidad de pertenecer, y donde la violencia se justifica como defensa de una identidad. Ese enfoque sitúa la historia en un terreno cercano al cine social, pero sin recurrir al discurso. Lo que muestra es una cadena de responsabilidades compartidas, un sistema donde nadie está libre de la culpa que intenta ocultar. La infancia perdida, las familias rotas y el miedo constante se presentan como consecuencias naturales de esa estructura.

El último tramo de la película une lo histórico y lo sobrenatural con una lógica precisa. Las presencias que rodean a la familia actúan como recordatorios de los que fueron expulsados, de los que ya no pueden contar su historia. Cada visión o sonido extraño es una manifestación del duelo que permanece enterrado bajo la nieve. El desenlace mantiene la tensión hasta el final, sin ofrecer alivio ni cierre. Lo que queda es la certeza de que la violencia no desaparece, solo cambia de forma. Las paredes, la tierra y los cuerpos conservan la huella de lo vivido. La película convierte esa persistencia en una reflexión sobre la imposibilidad de desligarse del pasado, y sobre la carga que implica vivir en un lugar donde cada rincón guarda un recuerdo que nadie quiere reconocer.

Jambhale dirige con precisión, sin artificios ni adornos innecesarios. Su manera de filmar apuesta por la contención y la observación. En lugar de subrayar el miedo, lo deja crecer por acumulación. Rodar en escenarios naturales acentúa la sensación de aislamiento y permite que la realidad se imponga sobre la ficción. La música se utiliza con prudencia, casi como un rumor, reforzando la idea de un silencio que amenaza con estallar. En su mirada sobre Cachemira se percibe una intención clara: retratar un lugar hermoso pero marcado por la herida. Esa dualidad se mantiene hasta el final, como si la película quisiera demostrar que la belleza y la violencia forman parte de la misma sustancia.

‘Baramulla’ plantea un retrato de una familia enfrentada a la historia de su propia tierra. En esa convivencia forzada entre lo íntimo y lo político, la película construye un espacio donde la razón se diluye y el pasado vuelve con fuerza. Lo sobrenatural sirve de medio para revelar lo que se oculta en la superficie, para exponer la carga moral que las generaciones arrastran sin saberlo. Jambhale entrega un relato sobrio, consciente de su peso, en el que cada detalle visual y narrativo apunta hacia una misma idea: el tiempo no borra nada, solo entierra. La nieve, la quietud y los silencios forman un lenguaje que recuerda que la memoria no se pierde, simplemente cambia de forma hasta que alguien se atreve a mirarla de frente.

MindiesCine

Buscando acercarte todo lo que ocurre en las salas de cine y el panorama televisivo.