Cine y series

Atomic

Gregory Burke

2025



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Un convoy atravesando el desierto del Magreb marca el arranque de ‘Atomic’, serie creada por Gregory Burke y llevada a imágenes por Shariff Korver. Lejos de conformarse con un esquema convencional de intriga televisiva, el proyecto busca cimentar una narrativa internacional que oscila entre la acción física más desatada y la sombra inquietante de un tráfico nuclear con ramificaciones globales. El trabajo de producción en Marruecos aporta un aire tangible a sus paisajes, otorgando una textura reconocible a un relato que se mueve por rutas de contrabando y enclaves de difícil acceso.

La premisa sitúa a Max, interpretado por Alfie Allen, como un contrabandista que inicia su periplo con un encargo aparentemente menor. La misión se tuerce tras un tiroteo y la irrupción de JJ, encarnado por Shazad Latif, cuyo carácter ambiguo convierte la convivencia entre ambos en un terreno imprevisible. A partir de ese encuentro, la narración se transforma en una carrera constante por distintos escenarios de Oriente Medio y el norte de África. Burke se apoya en la tradición del thriller de espionaje, aunque introduce capas de sátira ligera y vínculos emocionales que desestabilizan el tono clásico del género.

El guion construye un itinerario plagado de persecuciones, enfrentamientos con milicias y acuerdos rotos, al mismo tiempo que introduce a un niño huérfano como acompañante involuntario. Este elemento añade tensión dramática y sirve como contrapunto a la relación tirante entre Max y JJ. Lejos de buscar la figura del héroe inmaculado, los personajes se mueven en un terreno gris, marcado por intereses particulares y por una supervivencia que obliga a pactos incómodos.

La trama se complica cuando aparecen unas estatuillas que, bajo una apariencia inofensiva, contienen uranio enriquecido. La introducción de este elemento desvela un entramado de alcance internacional en el que participan mafias locales, mercenarios de distinto pelaje y agentes estatales con lealtades difusas. La amenaza se presenta sin retórica grandilocuente: se transmite como un riesgo técnico descrito con precisión científica, reforzado por la presencia de Cassie Elliott, interpretada por Samira Wiley, agente encubierta de la CIA que se disfraza de profesora universitaria. Su papel actúa como bisagra entre el relato de acción pura y la dimensión política de la historia.

Los cinco episodios se apoyan en un montaje frenético, que no concede pausas extensas y obliga a encadenar set pieces de combate, huidas y diálogos tensos. Sin embargo, la velocidad narrativa no impide que asome un trasfondo sobre el negocio armamentístico y las dinámicas de poder en un mercado clandestino donde convergen carteles, oligarquías y servicios secretos. Burke, que ya había mostrado interés por los conflictos armados en ‘71, recupera aquí esa mirada sobre territorios marcados por la violencia estructural y el intervencionismo.

En lo interpretativo, Allen compone un contrabandista con un aire despreocupado que bordea la caricatura, aunque logra imprimir un matiz de vulnerabilidad en sus intercambios con Latif. Este último, en cambio, opta por la contención, lo que intensifica la tensión entre ambos y genera una dinámica de extraña camaradería. Wiley aporta solidez en cada aparición, funcionando como ancla racional frente al caos que rodea a los protagonistas. La variedad del reparto secundario, desde mafiosos rusos hasta militares corruptos, ofrece un mosaico reconocible del thriller global contemporáneo.

El trabajo de Korver en la dirección potencia una estética seca, con paisajes áridos filmados con crudeza y escenas de violencia tratadas sin regodeo cómico. El resultado se acerca más a un drama bélico con ribetes de espionaje que a un mero espectáculo de evasión. La puesta en escena concede importancia al espacio: carreteras solitarias, hoteles de paso y fronteras difusas se convierten en escenarios que remarcan la sensación de inestabilidad constante.

El origen literario de la serie, basado de forma libre en el libro ‘Atomic Bazaar’ de William Langewiesche, asoma en la manera en que se describen los mecanismos del contrabando nuclear. Aunque la adaptación ficcionaliza gran parte del material, la base periodística dota a la narración de un aire de verosimilitud. La miniserie se presenta como entretenimiento de ritmo alto, pero bajo esa superficie también proyecta un retrato del mercado negro de armas atómicas y de la fragilidad de los equilibrios internacionales.

‘Atomic’ se inscribe así en la tradición de las ficciones televisivas que mezclan aventura, acción y espionaje con escenarios geopolíticos reconocibles. Burke propone un juego narrativo donde la adrenalina convive con la sospecha permanente de que cualquier movimiento puede desencadenar consecuencias irreversibles. Sin concesiones a la exaltación ni a la comedia fácil, la serie se ubica en un espacio intermedio que busca combinar espectáculo y análisis, sin resolver la tensión entre ambos polos.

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