Minari es una película que captura la esencia del sueño americano y la dura realidad de perseguirlo. Narra la historia de una familia coreana que se muda a una granja en Arkansas en la década de 1980 en busca de un futuro mejor.
El padre, Jacob, está convencido de que cultivando verduras coreanas en esta tierra encontrará prosperidad y felicidad. Pero su esposa Mónica no comparte su optimismo. La precariedad de la vieja caravana que será su hogar y lo lejos que está el hospital más cercano la llenan de ansiedad.
Vemos esta aventura rural a través de los ojos de su hijo pequeño David de 6 años. Su mirada infantil nos revela las contradicciones y dilemas de la asimilación cultural. David se debate entre la herencia coreana de sus padres y su propia identidad americana en formación.
El paisaje árido que Jacob ve como una tierra prometida, para David es un lienzo para su imaginación donde recrea sus propios westerns. La cámara de Lachlan Milne captura estos campos como la frontera, con hermosos amaneceres y atardeceres bañados en luz dorada.
Steven Yeun interpreta magistralmente la terca determinación de Jacob por labrarse un futuro mejor. En sus ojos vemos el fulgor del optimismo, pero también vislumbramos la ceguera de su obstinación. Mónica encarnada por Yeri Han, transmite con su mirada la amargura y las dudas que la corroen por dentro.
La tensión en su matrimonio es palpable en los fallidos intentos por discutir sus problemas. El pequeño David lo capta todo, y en una escena desgarradora vemos los avioncitos de papel que lanza al aire con las palabras "No peleen".
La abuela de David llega desde Corea y para el niño es una absoluta desconocida con costumbres extrañas. La veterana actriz Yuh-Jung Youn le da un toque pícaro y resistente a este personaje, ganándose el corazón del pequeño David.
Los vecinos blancos de los Yi se muestran de forma bastante positiva. Su racismo se limita a algunos comentarios ignorantes y preguntas intrusivas. Chung evita caer en tópicos rurales edulcorados, filmando los amados campos de Jacob como si fueran un paisaje de ciencia ficción, manteniendo al espectador alerta.
La partitura de Emile Mosseri combina guitarras, piano y sonidos oníricos que realzan la conexión entre lo mundano y lo mágico. Su banda sonora es la clave que dota de atractivo universal a esta historia tan personal.
Minari habla del sueño americano, pero expone los claroscuros de ese ideal. En los matices está la esencia: el amor, la pérdida, la esperanza y el arrepentimiento. Chung relata el dilema del inmigrante, dividido entre el apego al pasado y el anhelo de integrarse.
Lo hace a través de la mirada de un niño, en esa encrucijada vital donde la identidad se debate entre la herencia familiar y la influencia exterior. Una historia extraordinariamente específica que paradójicamente nos habla a todos.
Minari es una joya cinematográfica que captura la grandeza y los sinsabores del pueblo coreano en Estados Unidos. Un drama rural con alma de western, fotografiado con la belleza de un sueño dorado que se desvanece al amanecer. Un cuento sencillo pero profundo, hilvanado con hilos comunes a la experiencia humana.
La calidez de sus personajes imperfectos pero entrañables se queda grabada a fuego en el espectador. Es una película que trasciende lo anecdótico para convertirse en un canto universal sobre los lazos familiares, las raíces, la tradición y el futuro.
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