La aclamada opera prima de la directora Celine Song, Vidas Pasadas, se estrenó recientemente ofreciendo una conmovedora historia sobre el amor, la memoria y el azar. Esta película sigue a Nora y Hae Sung, dos amigos coreanos que se reencuentran en Nueva York después de dos décadas separados por el destino y las circunstancias de la vida.
La película comienza en el presente, con un trío de personajes en un bar, dos coreanos y un occidental, generando interés sobre cuál será la relación entre ellos. Luego nos transportamos al pasado, a la década de los 80 en Seúl, donde conocemos a la pequeña Na Young, nombre que cambiará después por Nora, y su amigo Hae Sung. Los niños viven una inocente amistad y cercanía que se verá abruptamente interrumpida cuando la familia de Nora emigra a Canadá.
Avanzando en el tiempo, Song va mostrando el reencuentro virtual de Nora y Hae Sung ya adultos, ella una dramaturga en Nueva York y él un ingeniero en Corea. Aunque la comunicación a distancia despierta el interés romántico, sus caminos vuelven a bifurcarse cuando Nora conoce y se casa con Arthur, un novelista neoyorquino. La trama da un giro años más tarde, cuando Hae Sung decide viajar para visitar a Nora, poniendo en juego las emociones del trío.
La directora desarrolla la historia tomándose su tiempo, profundizando paso a paso en la psicología de los personajes, sus motivaciones y conflictos internos. La compleja relación entre Nora y Hae Sung se construye sobre miradas, gestos, silencios y conversaciones que develan la melancolía de ambos por lo que pudo ser y no fue. Sus interacciones están cargadas de una química y tensión que Song capta magistralmente.
Greta Lee como Nora ofrece una actuación sublime, transmitiendo con sutileza la dualidad de una mujer dividida entre la vida cómoda junto a su esposo, y la nostalgia por ese amor de juventud que parece tener pendiente. Teo Yoo, por su parte, compone un Hae Sung lleno de inseguridades y anhelos insatisfechos, mientras que John Magaro logra conmover como el comprensivo pero temeroso Arthur.
La influencia del teatro se nota en el inteligente guion de Song, where los diálogos fluye con naturalidad al tiempo que profundizan en los dilemas existenciales de la trama. La voz en off inicial que especula sobre la relación del trío es un ingenioso recurso para presentar la historia. Pero la directora también demuestra gran maestría cinematográfica en el uso sugerente de la imagen: la fotografía de Kirchner, de una belleza exquisita, dice tanto como las palabras.
Un acierto de la cinta es la manera en que Song entrelaza lo universal con lo específicamente coreano: desde el concepto del in-yun o destino que une a las personas, hasta las presiones sociales que Hae Sung sufre en Seúl, reflejo de esa cultura. Ese trasfondo le da singularidad al relato.
La banda sonora, con piezas como "That's No Way to Say Goodbye" de Leonard Cohen, refuerza el tono melancólico y poético de la trama. Y el minimalismo en la puesta en escena, lejos de restarle fuerza, la potencia al concentrarse en la esencia: las miradas y silencios entre los personajes transmiten más que cualquier palabra.
El final de Vidas Pasadas es tan sobrio como conmovedor, una escena cotidiana que sintetiza todo el camino recorrido hasta allí. Song se las arregla para crear una experiencia profundamente emotiva sin necesidad de grandes acontecimientos dramáticos. Esta película se queda grabada en la memoria mucho después de verla, invitándonos a reflexionar sobre las oportunidades perdidas, los caminos no tomados y la belleza agridulce de las relaciones humanas.
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