La nueva película de Isabel Coixet supone una arriesgada exploración sobre el perturbador territorio de la pasión carnal y el tortuoso camino hacia la propia liberación personal. Inspirada en la abrasadora novela de Sara Mesa, la cinta sigue los tortuosos pasos de Nat, una mujer atrapada en un agotador bucle existencial del que intenta escapar refugiándose en un ignoto pueblo rural.
Encarnada por una sublime Laia Costa, el personaje de Nat está lejos de encontrar la ansiada calma en este recóndito paraje. Más bien todo lo contrario. La hostil actitud de los parcos lugareños, empezando por un casero particularmente hosco, sumergen a Nat en un inquietante ambiente enrarecido por la desconfianza y los cuchicheos a sus espaldas. Sólo su perro callejero Surly y un enigmático vecino apodado "el Alemán" parecen otorgarle un halo de comprensión en medio de la creciente alienación.
A través de una angosta fotografía granulosa y una narrativa visual opresiva, Isabel Coixet consigue transmitir el agobio existencial de su protagonista, retratando sin concesiones la hipocresía de una sociedad que se empeña en imponer sus rígidos cánones morales sobre aquellos que se niegan a plegarse sumisamente a ellos. Así, lejos de idealizar un bucólico edén rural, la directora catalana destripa las miserias morales que se esconden tras la aparente monotonía de la vida en el campo.
Pero el meollo argumental de la historia reside en la controvertida exploración sexual que Nat emprende junto al hosco "El Alemán", encarnado por un carismático Hovik Keuchkerian. Sin ambages, Coixet muestra el fogoso despertar carnal de su protagonista, quien en brazos de este enigmático vecino descubre intensos placeres nuevos para ella. La cineasta disecciona sin cortapisas la sexualidad de Nat, desafiando no pocos tabúes y tópicos sobre el deseo femenino. No hay espacio para juicios morales en estas escenas, solo para retratar con crudeza la intensa y visceral relación sexual de los personajes, muy lejos de cualquier idealización romántica al uso.
Aunque quizás no alcance la radicalidad más absoluta del original literario, el gran acierto de Coixet es proporcionar a su historia un final más esperanzador, donde Nat parece al fin liberarse de la losa opresora de esa sociedad hipócrita, alzando su voz contra quienes pretenden señalarla. Una escena que proporciona la catarsis necesaria a un metraje plagado de situaciones agrias e incómodas.
En conclusión, con Un Amor Isabel Coixet firma una de sus cintas más rompedoras hasta la fecha. Una película que no rehuye adentrarse en las zonas más oscuras y espinosas del alma humana. Y que lo hace de la mano de una sublime Laia Costa, cuyo talento interpretativo sostiene con maestría una historia que interpelará al espectador sobre universales como el deseo, la pasión o el derecho a la propia libertad personal.
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