La nueva película del director canadiense Pascal Plante, Red Rooms, que ha sido proyectada en la gala de clausura de la más reciente edición del Festival Márgenes, es un intenso thriller psicológico que examina la obsesión contemporánea con el true crime a través de su protagonista, Kelly-Anne. Esta misteriosa modelo y jugadora de póker en línea se ve consumida por el juicio a Ludovic Chevalier, acusado de secuestrar, torturar y asesinar a tres adolescentes en una "habitación roja" para clientes que pagaban por verlo en vivo a través de la dark web.
Mientras el sensacionalista caso atrae a una gran variedad de personas al tribunal, Kelly-Anne destaca por su calculada y metódica devoción. Duerrme en un callejón para asegurarse un asiento, absorbe ávidamente cada detalle y gesto de Chevalier, e investiga obsesivamente en los rincones más oscuros de internet en busca de respuestas.
Su fría e impasible fachada inicial esconde una mente atormentada y posiblemente retorcida. A medida que avanza el caso, surgen grietas en su comportamiento que sugieren motivos siniestros detrás de su fascinación. Plante cultiva lentamente esta ambigüedad moral, negándose a revelar las verdaderas intenciones de Kelly-Anne hasta los explosivos momentos finales.
Gran parte del suspense proviene de imaginar lo inimaginable más que de mostrarlo. Escuchamos descripciones gráficas de los horrendos crímenes, pero las imágenes explícitas permanecen fuera de cuadro. Esta elegante moderación, junto con la cautivadora y crípticamente seductora interpretación de Juliette Gariépy, hacen de la película una experiencia inquietante.
Mientras nos adentramos en la mente de Kelly-Anne, Plante también expone las motivaciones retorcidas detrás de la popularidad del true crime. Clementine, una admiradora de Chevalier, representa a aquellos que romantizan a notorios asesinos. La madre de una víctima critica mordazmente a las "groupies" como ella, pero su indignación parece sospechosamente excesiva.
Incluso los fiscales, periodistas y público en general que condenan los crímenes no están exentos del voyerismo. Todos parecen ansiosos por presenciar el sufrimiento ajeno, ya sea por morbo, justicia, rating televisivo o algún otro motivo.
Esta dualidad se refleja visualmente en el contraste entre la luminosa sala de la corte donde se juzga públicamente el caso y el lúgubre apartamento de Kelly-Anne donde ella juzga en privado. La película misma nos convierte en observadores y potenciales perpetradores de esa violencia voyerista.
Con su estilo austero, desgarradoramente bello y repleto de reflexiones, Red Rooms recuerda a ciertos thrillers psicológicos de Michael Haneke. Pero logra trascender sus influencias con un enfoque totalmente inquietante sobre la anonimidad de internet y la hipocresía colectiva frente al crimen. Una oscura pieza imprescindible del cine quebequense contemporáneo.
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