Tras más de tres décadas de silencio, el cineasta español Victor Erice regresa al celuloide con Cerrar los ojos, una película crepuscular y delicadamente poética que funciona como una meditación sobre el paso implacable del inescrutable del tiempo, la fragilidad de la memoria y el poder inmortalizador engañoso del cine.
Comenzando con un prólogo ambientado en el otoño francés de 1947, vemos a un detective recibir la misión de encontrar a la hija extraviada de un hombre moribundo. Pero luego descubrimos que estas escenas formaron parte de un filme inconcluso dirigido en 1990 por Miguel Garay, un alter ego ficcional del propio Erice. La producción se vio abruptamente interrumpida cuando su protagonista, Julio Arenas, desapareció sin dejar rastro, sumiendo a Miguel en un estado de estancamiento creativo del que no se ha recuperado en las dos décadas transcurridas.
Ahora un programa televisivo sobre casos sin resolver convoca a Miguel para que relate los detalles de tan enigmática desaparición. Esto lo empuja, no sin resquemor, a reencontrarse con varios fantasmas de ese pasado que creía enterrado: Ana, la hija de Julio, ahora una guía de museo obsesionada con elucidar qué sucedió con su padre; Max, el editor de la película, hoy un archivista melancólico que atesora viejos rollos fílmicos como reliquias de un tiempo perdido; o Marta, antigua amante compartida con el desaparecido actor.
A través de estas conversaciones emergen retazos de la verdad, aunque la madeja del misterio sigue enredada. Pero más importante que la resolución del enigma es cómo este viaje al pretérito fuerza a Miguel a un replanteamiento existencial. ¿Qué huella hemos dejado en este mundo? ¿De qué manera moldea el pasado nuestro presente? ¿Es el arte un bálsamo contra la fugacidad de la vida? Las idas y venidas de la memoria son el verdadero meollo de esta elegía sobre las vidas truncadas y los sueños marchitos que yacen bajo la superficie del tiempo.
La puesta en escena de Erice prioriza la contemplación y la precisión por sobre el artificio. Los interiores aparecen sofocados en penumbras claustrofóbicas mientras los exteriores otoñales exudan una luz natural que asemeja un ocaso. El celuloide tiene una textura cálida y envolvente, corpórea, que contrasta con la definición aséptica de la filmación digital actual. La banda sonora de Federico Jusid se integra armoniosamente a esta melancolía crepuscular.
En su regreso tras un hiato de tres décadas, Erice demuestra que su talento expresivo sigue intacto. Con la serenidad de la madurez, urde una obra de gran calado emocional que recupera el pasado a través de una acuciosa arqueología de imágenes y sonidos. Una película que encuentra en el cine no solo un reflejo de la vida sino también un refugio contra la fuga implacable del tiempo. Una oda agridulce sobre los vestigios que perduran cuando ya no estamos.
Requiere esta una entrega contemplativa del espectador, pero grandes recompensas aguardan a quien se sumerja en sus aguas profundas. Cerrar los ojos reafirma el talento de Erice para esculpir, a partir de la luz y la sombra, espacios de revelación emocional y meditación existencial. Su regreso es celebrable para todos aquellos que aún veneran el cine de autor como un arte eternamente admirable.
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