Una lancha atraviesa un río amazónico lleno de vegetación artificial mientras un grupo de amigos intenta rodar la película que soñaron en su adolescencia. Con esa imagen arranca 'Anaconda', dirigida por Tom Gormican, que decide tomar la vieja cinta de 1997 y darle un giro humorístico y autorreferencial, alejándose del terror para entrar en el terreno de la comedia y la sátira. El planteamiento parte de una idea clara: mostrar el desgaste creativo de Hollywood a través de un grupo de personajes que buscan recuperar su entusiasmo por el cine cuando su vida profesional se encuentra en plena decadencia. El director convierte ese impulso en una mezcla de parodia y reflexión sobre el propio oficio, con una puesta en escena sencilla, casi teatral, que prioriza el diálogo y la torpeza calculada de cada situación. Gormican, que ya había explorado la autocrítica del sistema con 'El insoportable peso de un talento descomunal', repite la fórmula y la adapta al género de aventuras con resultados irregulares pero sugerentes.
El argumento gira alrededor de Griff, interpretado por Paul Rudd, un actor que ha pasado demasiados años encadenando papeles sin importancia en series mediocres, y Doug, a quien da vida Jack Black, un camarógrafo de bodas que finge satisfacción mientras se consume en la monotonía. Ambos deciden reunirse para rehacer 'Anaconda', convencidos de que ese proyecto amateur puede devolverles la ilusión que perdieron. A ellos se suman Claire, exabogada y antiguo amor de Griff, Kenny, un técnico con problemas de adicción, y Ana, una guía local que introduce un toque de misterio en la expedición. El grupo viaja desde Buffalo hasta el Amazonas, aunque esa selva se presenta más como escenario de plató que como paisaje real. Lo que empieza como una comedia sobre el fracaso se transforma en una sucesión de accidentes, improvisaciones y enredos que revelan la precariedad del propio sistema audiovisual. El guion utiliza la confusión de los protagonistas como reflejo del desorden creativo de una industria obsesionada con revivir sus franquicias. Gormican combina situaciones absurdas con momentos de camaradería y hace que cada diálogo funcione como una observación sobre el cine contemporáneo y su miedo a perder la rentabilidad del pasado.
El ritmo de la narración avanza entre dos líneas que rara vez se equilibran: la sátira del cine comercial y la aventura en clave de parodia. El resultado conserva cierta irregularidad, aunque mantiene la coherencia de un tono que se mueve entre la comedia de enredos y la parodia del género de terror. El director elige mostrar a una serpiente digital que, lejos de inspirar miedo, actúa como símbolo de una ficción agotada que se devora a sí misma. Los intentos de generar tensión o suspense resultan más cómicos que inquietantes, y esa elección parece deliberada. El propio guion subraya la distancia entre el mito del peligro y la artificialidad del espectáculo, introduciendo escenas en las que la selva se comporta como un decorado barato donde todo ocurre sin grandeza. El humor se apoya en los fallos del rodaje y en la torpeza de sus personajes, que filman mientras discuten sobre qué tipo de película están haciendo. Esa confusión constante marca el tono general: un juego de espejos en el que el cine se representa a sí mismo como una industria que sobrevive gracias a su propio reciclaje.
Los personajes están construidos con claridad y sin adornos innecesarios. Griff encarna la frustración del actor que persigue una carrera imposible, mientras Doug refleja la resignación del creador que se ha rendido al conformismo. Ambos representan dos versiones del mismo desencanto y, al reunirse, sacan a la luz una amistad que mezcla cariño, competencia y necesidad de validación. Jack Black aprovecha esa dualidad para interpretar a un hombre atrapado entre la ironía y la desesperación, y Paul Rudd mantiene su habitual tono de falsa serenidad, que se resquebraja cuando el proyecto empieza a desmoronarse. Los secundarios completan el cuadro con precisión: Thandiwe Newton aporta elegancia y contención en un papel con escaso desarrollo, Steve Zahn sirve como alivio cómico y Daniela Melchior encarna la desconfianza hacia los extranjeros que llegan al Amazonas con pretensiones artísticas. Todos comparten un mismo propósito: intentar recuperar la vitalidad que el paso del tiempo les ha arrebatado. Esa búsqueda se percibe en los gestos cotidianos, en las discusiones sobre presupuestos imposibles o en los momentos de improvisación que reflejan la improvisación real de sus vidas.
La dirección de Tom Gormican se apoya en una planificación funcional y en una cámara que prefiere los planos medios para resaltar la interacción entre los personajes. El ritmo no depende de la acción ni de los efectos, sino de la conversación y el conflicto interno del grupo. La selva se convierte en un escenario controlado, donde cada elemento está pensado para reforzar la sensación de simulacro. Los sonidos del entorno, los reflejos en el agua o los ruidos de los animales se utilizan más como acompañamiento cómico que como generadores de tensión. La fotografía evita el exceso de contraste y busca una luminosidad constante, que da a la película un aspecto casi televisivo. Esa decisión elimina cualquier pretensión de épica y coloca al espectador en un terreno familiar, donde la aventura se vive con ligereza. La intención de Gormican no es deslumbrar, sino exponer el artificio y dejar al descubierto los mecanismos del cine de entretenimiento, mostrando cómo incluso una historia de serpientes gigantes puede convertirse en un comentario sobre la fabricación en cadena de películas sin alma.
El contenido político y social de 'Anaconda' se percibe en el modo en que vincula el rodaje con la explotación del territorio. La subtrama de la minería ilegal sirve para relacionar la destrucción del paisaje con la de la imaginación. El Amazonas aparece como un espacio colonizado por personajes que lo utilizan como decorado, igual que Hollywood utiliza sus propias ideas como materia de reciclaje. La película convierte ese paralelismo en una observación sobre la codicia, la falta de propósito y la incapacidad para generar algo nuevo. El viaje de los protagonistas simboliza la frustración de una generación que creció con el sueño del cine como aventura creativa y se encuentra atrapada en un mercado que solo acepta copias de sí mismo. La comedia actúa como defensa frente a esa constatación, y el humor, aunque irregular, mantiene la película en un equilibrio entre el absurdo y la lucidez. La risa se convierte en una forma de resistencia frente a un sistema que solo valora lo rentable, y en esa mezcla de ironía y resignación se encuentra el verdadero sentido del relato.
'Anaconda' concluye con una secuencia que resume su propia tesis: el grupo observa los créditos de su película casera mientras el público del cine ve los de la versión de Gormican. Esa coincidencia entre ficción y realidad expresa la intención de construir un espejo que devuelve una imagen deformada pero reconocible de la industria actual. La obra funciona como una comedia que se observa a sí misma y que utiliza su precariedad como argumento. El valor de la película reside en su capacidad para exponer el cansancio del sistema y convertirlo en material narrativo. Gormican propone una comedia que se alimenta de sus propias contradicciones, consciente de que el cine comercial se sostiene sobre la nostalgia y la repetición. Al final, 'Anaconda' describe un mundo donde la creatividad depende de la memoria, y donde el deseo de reinventarse termina produciendo la copia de una copia. Ese ciclo, asumido con cierta ironía, da lugar a una obra que logra capturar la sensación de un tiempo que ha perdido la confianza en su imaginación.
