Cine y series

Adiós, June

Kate Winslet

2025



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En el cine, los finales suelen tener fecha, pero en 'Adiós, June' el cierre se retrasa con la lentitud con la que se enfría una taza de té olvidada en la mesilla. Kate Winslet debuta como directora en una historia donde la enfermedad y las fiestas navideñas se cruzan sin melodrama, casi con resignación. El guion, firmado por su hijo Joe Anders, parte de una premisa sencilla: una madre, interpretada por Helen Mirren, pasa sus últimos días en un hospital mientras sus cuatro hijos regresan a su lado. La trama se desarrolla en torno a esa despedida, pero Winslet elige narrarla con una mirada que evita el sentimentalismo impostado, prefiriendo el pulso tranquilo de quien observa una familia desde dentro, sin juicios ni excesos. El resultado es una película que funciona como un espejo empañado donde cada personaje intenta reconocerse antes de que el tiempo borre su reflejo.

La historia avanza entre los pasillos del hospital, donde la rutina de las visitas marca el ritmo del relato. Julia, interpretada por la propia Winslet, vive pendiente de su trabajo y de la imagen que ofrece al mundo; Molly, interpretada por Andrea Riseborough, acumula reproches convertidos en silencios; Connor, el hijo menor, encarnado por Johnny Flynn, se ha quedado en casa cuidando de sus padres, atrapado en una juventud que ya debería haber terminado; y Helen, la hermana mayor que interpreta Toni Collette, llega con su embarazo tardío y sus manías espirituales a un ambiente cargado de tensión. Winslet compone una familia que no busca reconciliarse, sino sobrevivir al cansancio de los vínculos. Cada conversación, cada gesto retenido, expone una forma de amor torpe, donde los afectos se confunden con la costumbre.

June, el eje que sostiene el relato, observa ese caos desde la cama del hospital con la ironía de quien ya lo ha visto todo. Helen Mirren dota al personaje de una fuerza tranquila, casi administrativa, organizando sus últimos días con la precisión de quien no desea dejar cabos sueltos. Su humor, su manera de ordenar las visitas o de pedir que la maquillen, revelan un deseo de dignidad más que de consuelo. La dirección se detiene en esos pequeños actos, mostrando que el control sobre uno mismo puede ser el último gesto de libertad. El padre, interpretado por Timothy Spall, aparece desconectado, refugiado en la televisión y la cerveza, pero su aparente apatía encierra una tristeza tan reconocible como la de cualquiera que evita enfrentarse al final de una vida compartida. Winslet filma estas escenas sin énfasis, permitiendo que los actores respiren dentro del plano y que la emoción surja de la convivencia, no del artificio.

El guion introduce una lectura más amplia sobre el modo en que nuestra sociedad gestiona la enfermedad y el envejecimiento. El hospital no solo es un escenario, sino un símbolo de la distancia emocional con la que se aborda la fragilidad. Cada hijo organiza sus horarios para acompañar a la madre como si fuera una obligación más en la agenda. Winslet retrata ese comportamiento sin sarcasmo, pero con una claridad incómoda: el afecto contemporáneo se ha convertido en una tarea que debe planificarse. En medio de ese sistema de turnos aparece el enfermero Angel, interpretado por Fisayo Akinade, que aporta una mirada exterior, más compasiva, y que subraya una paradoja evidente: quienes cobran por cuidar a veces muestran más ternura que quienes lo hacen por deber familiar.

La fotografía refuerza esa idea de encierro emocional. La luz blanca y constante del hospital apenas deja espacio para la sombra, como si todo se desarrollara bajo un foco que no concede descanso. Los pocos exteriores, decorados con guirnaldas y luces de Navidad, contrastan con la monotonía del interior y recuerdan que la alegría colectiva convive con el dolor privado. Winslet utiliza ese contraste para hablar del modo en que las festividades pueden amplificar la tristeza, más que disimularla. La música, discreta, acompaña sin imponer, y el montaje apuesta por la duración de las escenas, dejando que el tiempo se sienta.

En su trasfondo, 'Adiós, June' plantea una reflexión moral sobre la responsabilidad y el cuidado. Ninguno de los personajes es ejemplar, pero todos encarnan una parte reconocible del miedo a perder. Julia teme parecer fría, Molly teme repetirse en sus reproches, Connor teme quedarse solo, y el padre teme admitir que su mundo se acaba. Winslet, en lugar de redimirlos, los observa con paciencia. La película sugiere que amar no consiste en corregir, sino en soportar la convivencia con las imperfecciones ajenas. Esa lectura convierte el relato en algo más que una historia familiar: es una disección del modo en que las emociones se organizan dentro de los límites de una estructura que finge unidad mientras se resquebraja.

Desde un punto de vista social, la película expone con sutileza la forma en que el sistema sanitario y la familia moderna comparten una misma lógica de eficiencia. Todo debe ser medido, controlado y evaluado. Los personajes intentan hacer lo correcto sin saber muy bien qué significa eso cuando alguien está muriendo. Winslet introduce pequeños detalles que revelan esa contradicción: los mensajes de móvil durante las visitas, las discusiones por los horarios, las llamadas de trabajo que interrumpen los momentos de intimidad. Esa acumulación de gestos cotidianos da al relato una textura reconocible, más cercana al documental que al drama.

El tratamiento visual evita la espectacularidad y se inclina por la observación. Winslet apuesta por planos sostenidos, sin movimientos bruscos, que permiten ver cómo los personajes se mueven dentro del encuadre con la torpeza de quien no sabe qué hacer con su cuerpo. Los objetos, como tazas, mantas o flores marchitas, adquieren un valor simbólico, actuando como testigos silenciosos del paso del tiempo. En ese detalle radica la fuerza de la película: en su capacidad para convertir lo cotidiano en signo de algo mayor. El hospital se transforma así en un espacio donde la vida se resume, donde cada palabra cuenta y cada silencio pesa.

Hacia el final, la narración se desacelera aún más, como si el tiempo se detuviera junto a la respiración de la protagonista. Winslet evita la escena lacrimógena y prefiere un cierre contenido, coherente con el tono general. Lo que queda tras los créditos no es la tristeza por la pérdida, sino la conciencia de que cada relación se construye sobre la fragilidad. 'Adiós, June' transmite que la cercanía puede surgir incluso en medio del desgaste y que acompañar a alguien en su despedida implica aceptar la propia vulnerabilidad. La película no busca consolar, sino mirar de frente aquello que suele ocultarse bajo la rutina festiva. Winslet demuestra una sensibilidad que se expresa en la contención, en la forma en que el relato deja espacio al espectador para pensar, sin imponerse ni moralizar.

'Adiós, June' se sostiene sobre una idea clara: la familia, con todas sus fisuras, sigue siendo el único lugar posible cuando todo lo demás se desmorona. Su dirección convierte el dolor en materia visible, sin adornos ni concesiones, recordando que la dignidad también consiste en aceptar la imperfección. En su debut detrás de la cámara, Winslet firma un retrato de la muerte y del amor que rehúye la solemnidad y prefiere la lucidez. La película, estrenada en Netflix, se instala en la memoria no por lo que dice, sino por lo que deja suspenso entre sus silencios: la certeza de que la vida, incluso al borde del final, conserva una forma obstinada de ternura.

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