Cine y series

Abogado de oficio

Sung-Yoon Kim

2025



Por -

Los compases iniciales de ‘Abogado de oficio invitan a entrar en un terreno donde el brillo del éxito jurídico se mezcla con la rutina de quienes ejercen la defensa desde un compromiso silencioso. El director Kim Sung-yoon construye el relato desde una calma aparente, sin urgencia por impresionar, como si el verdadero pulso de la historia residiera en la observación minuciosa de los gestos cotidianos dentro de los despachos. A través de un tono contenido y un ritmo que rehúye el artificio, la serie plantea un retrato lúcido del poder, la culpa y la posibilidad de rectificar sin recurrir a la grandilocuencia. En ese escenario, Kang Da-wit encarna al abogado que pierde su posición privilegiada y se ve obligado a enfrentarse con una justicia que ya no le pertenece. Su descenso profesional no se presenta como tragedia, sino como punto de inflexión que obliga a pensar qué significa realmente ejercer el derecho cuando el prestigio ha desaparecido.

El argumento se articula a partir de una estructura de casos judiciales que funcionan como piezas de un tablero donde cada decisión tiene consecuencias éticas concretas. No se trata solo de resolver litigios, sino de revelar cómo las leyes se ajustan o se tuercen para servir a quienes las financian. El relato propone observar las grietas del sistema jurídico y el modo en que el trabajo gratuito, representado por el servicio pro bono, intenta sostener una justicia social que apenas sobrevive entre la burocracia y el interés privado. Kang Da-wit se enfrenta a cada cliente como quien busca entender su propio pasado, y esa búsqueda, más que una redención, se convierte en aprendizaje. La serie consigue que la empatía no nazca del sentimentalismo, sino del contraste entre los privilegios perdidos y la dignidad que emerge al comprender las desigualdades estructurales.

El protagonista evoluciona desde la arrogancia de quien domina el lenguaje técnico hasta la prudencia de quien escucha sin interrumpir. Ese cambio no se explica en grandes discursos, sino en detalles que el espectador capta a través de su cuerpo, su mirada o la forma en que ocupa el espacio. Frente a él, personajes como Jang Young-sil o Yoon Na-hee aportan otros matices: uno muestra la experiencia práctica que convierte la teoría en oficio, mientras la otra encarna la convicción de que la abogacía puede servir para proteger lo vulnerable. La relación entre ellos no se basa en el afecto, sino en la fricción productiva de quienes discrepan pero cooperan. Así, la serie construye un retrato coral en el que cada personaje representa una postura moral distinta ante el mismo dilema: cómo administrar justicia cuando el propio sistema premia la obediencia más que la verdad.

Kim Sung-yoon elige una puesta en escena contenida, casi invisible, que permite al espectador observar sin que la cámara imponga su presencia. Los espacios transmiten una sensación de realidad palpable: salas iluminadas por fluorescentes gastados, archivos acumulados en pasillos angostos, despachos donde las conversaciones se mezclan con el ruido de los ventiladores. Esa atmósfera convierte lo cotidiano en materia narrativa y revela la distancia entre la frialdad institucional y las vidas que allí se deciden. La fotografía evita el exceso estético y privilegia la naturalidad, con una claridad que recuerda el realismo depurado de un director como Ryusuke Hamaguchi, que también encuentra profundidad en lo aparentemente banal. Esa elección refuerza la sensación de que los grandes conflictos morales se desarrollan sin estridencias, en el silencio de un despacho o en la pausa antes de firmar un documento.

La dimensión política de ‘Abogado de oficio’ resulta evidente. Cada caso se convierte en un reflejo de un país que mide el valor de sus ciudadanos en función de su capacidad de pago. La serie denuncia, con sutileza pero sin evasivas, el modo en que el poder económico impone sus normas incluso dentro de los tribunales. Los personajes se mueven entre dos mundos: el del derecho entendido como herramienta de dominio y el del derecho concebido como instrumento de justicia. La tensión entre ambos marca el tono general y otorga coherencia al relato. A través de los juicios, los interrogatorios y las reuniones en los cafés cercanos al juzgado, la serie retrata un sistema en el que la lealtad y la conveniencia compiten con la conciencia. Ese equilibrio inestable se convierte en su verdadero tema.

El montaje mantiene un ritmo medido que permite que las palabras tengan peso y que los silencios adquieran sentido. Los diálogos nunca se reducen a explicaciones, sino que funcionan como choques de perspectiva entre quienes defienden la ley como ideal y quienes la conciben como negocio. La música acompaña sin interferir, reforzando una atmósfera donde el drama no proviene del llanto o la violencia, sino de la frustración que produce intentar hacer justicia en un entorno adverso. Las escenas de juicio, precisas y tensas, revelan cómo el lenguaje puede servir tanto para liberar como para oprimir. Allí se observa con claridad cómo el poder se construye a través de la palabra y cómo su control determina la posición de cada personaje dentro del tablero institucional.

El desenlace no busca redenciones espectaculares. Kang Da-wit alcanza una comprensión distinta del ejercicio profesional: la justicia se convierte en una práctica diaria más que en una meta ideal. La serie sugiere que la ética no se alcanza a través del sacrificio heroico, sino mediante la constancia, la autocrítica y la atención al otro. Esa conclusión convierte la historia en algo más que un drama judicial. Funciona como una mirada sobre la sociedad coreana contemporánea, donde las jerarquías continúan marcando las oportunidades de cada individuo. La cámara, sin dramatizar, permite ver cómo esa jerarquía se cuela en cada gesto de cortesía, en cada silencio impuesto por el rango o la clase. Esa observación meticulosa dota a la serie de una verosimilitud que la distancia de los clichés televisivos.

Abogado de oficio’ encuentra su fuerza en esa mezcla entre realismo y reflexión moral. Netflix la presenta al público global como una historia sobre abogados, pero en realidad es una exploración sobre el poder, la ética y las relaciones sociales que sostienen el entramado institucional. Su narrativa, sostenida en actuaciones contenidas y una dirección sin ornamentos, demuestra que el drama jurídico puede convertirse en espejo político sin perder ritmo ni interés. En ese equilibrio entre lo personal y lo estructural reside su mayor acierto. Cada episodio deja la impresión de que la justicia, más que un ideal abstracto, es un territorio en disputa donde cada individuo define el sentido de su oficio y de su vida.

MindiesCine

Buscando acercarte todo lo que ocurre en las salas de cine y el panorama televisivo.