Cine y series

Aaryan

Praveen K.

2025



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Un estudio de televisión convertido en campo de batalla mediático es la chispa que enciende ‘Aaryan’, el debut de Praveen K., donde la pantalla se vuelve espejo de una sociedad que confunde espectáculo con justicia. La película arranca con un secuestro en directo que trastoca el orden y deja al descubierto la delgada línea entre información y manipulación. Praveen K. utiliza ese arranque para construir un relato que mezcla el ritmo de un thriller con una lectura amarga sobre la exposición pública del crimen. Vishnu Vishal encarna al oficial Nambi, un policía agotado que persigue a un asesino con un plan tan preciso que parece diseñado para que el fracaso ajeno sea parte del guion. Frente a él, Selvaraghavan da vida a Azhagar, un escritor frustrado que decide convertir su mensaje en una serie de homicidios anunciados. La película mantiene la tensión desde los primeros minutos, pero también deja ver una intención más profunda: mostrar cómo la violencia puede disfrazarse de discurso moral cuando el público necesita héroes y verdugos para llenar su vacío.

El argumento se desarrolla a través de una cuenta atrás implacable. Cada asesinato sucede según una planificación minuciosa que pone en jaque a la policía y a la opinión pública. La investigación, más que un procedimiento policial, se transforma en una carrera desesperada contra el tiempo y contra la exposición mediática. Lo que podría haber sido un simple juego de ingenio adquiere un tono más incómodo cuando el guion plantea la idea de que la audiencia participa del crimen al consumirlo como entretenimiento. El espectador asiste a la degradación moral de un sistema que se alimenta del escándalo y convierte la tragedia en contenido viral. Praveen K. combina escenas tensas con un montaje que alterna pantallas, móviles y cámaras, generando una sensación de asfixia continua. En esa atmósfera, cada personaje parece atrapado en un ciclo donde la justicia se mide por la velocidad con que una noticia desaparece del feed.

Azhagar es la figura más perturbadora del relato. Antiguo escritor que siente que el mundo lo ha olvidado, decide “reescribir” la realidad a través del crimen. Su lógica, tan retorcida como convincente dentro de su propio universo, consiste en señalar la hipocresía colectiva: los héroes cotidianos solo son reconocidos cuando dejan de existir. Praveen K. utiliza esta premisa para trazar una crítica abierta a la indiferencia social, pero también a la manera en que los medios amplifican la tragedia sin asumir responsabilidad. El villano no busca redención ni poder, sino atención, y en ese punto la película acierta al conectar el mal con la necesidad de reconocimiento. Nambi, su contrapunto, encarna la rutina institucional, la burocracia de la moral pública. Su investigación se enreda entre la presión mediática y la vida privada que se derrumba, sin que la película pierda de vista la paradoja central: el orden y el caos forman parte del mismo engranaje.

Visualmente, ‘Aaryan’ se apoya en tonos fríos, luces intermitentes y espacios cerrados que refuerzan la sensación de encierro. El ritmo, irregular por momentos, mantiene la urgencia de la persecución aunque sacrifica la coherencia emocional. La música de Ghibran acompaña la acción con acordes repetitivos que subrayan el nerviosismo más que la intriga. Lo más interesante de la propuesta es cómo Praveen K. utiliza los recursos del thriller para hablar del control social. Cada secuencia está pensada como una pieza de un rompecabezas donde la información se filtra en tiempo real, y el espectador se convierte en otro testigo del experimento. No hay espacio para el silencio ni para la reflexión: la película se mueve al ritmo del ruido digital. Esa decisión narrativa funciona como comentario sobre una sociedad incapaz de mirar más allá del titular.

Los personajes femeninos actúan como testigos de la descomposición. Shraddha Srinath interpreta a una periodista que presencia el inicio del horror, atrapada entre la ética profesional y la búsqueda de audiencia. Su figura representa la frontera entre la verdad y la manipulación. Maanasa Choudhary, en el papel de la exesposa de Nambi, simboliza la vida personal que se sacrifica en nombre del deber. Ambas aportan matices sobre la vulnerabilidad y la falta de espacio para la empatía en un entorno que solo entiende de impacto y rating. A pesar de su escaso desarrollo, su presencia contribuye a que el relato no se limite a un duelo masculino, sino que plantee una reflexión sobre la responsabilidad colectiva ante el dolor ajeno.

En conjunto, ‘Aaryan’ se erige como un retrato incómodo de la exposición contemporánea. Praveen K. propone un espejo donde la audiencia se reconoce como parte del mecanismo que legitima la violencia y la convierte en entretenimiento. El guion no busca adornos ni ambigüedades: cada escena subraya la pérdida de límites entre la moral y el espectáculo. La película se sostiene en esa tensión, mostrando cómo el crimen puede transformarse en una forma de discurso cuando la sociedad necesita una historia que distraiga de su propio vacío. Con su tono áspero y su ritmo frenético, ‘Aaryan’ en Netflix deja una impresión clara: el verdadero protagonista es el público, atrapado en un bucle de consumo emocional donde la tragedia ajena se convierte en alimento diario.

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