Una mesa de madera cubierta de platos humeantes, voces que se cruzan con confianza y una cámara que se cuela entre risas y silencios sirven de entrada a 'A comer con los Kapoor', la serie documental que Smriti Mundhra dirige para Netflix a partir de una idea de Armaan Jain. El punto de partida es tan sencillo como simbólico: reunir a varias generaciones del clan Kapoor en un almuerzo conmemorativo por el centenario de Raj Kapoor. Lo que podría haberse limitado a un ejercicio de nostalgia se transforma en un retrato doméstico de una familia acostumbrada a vivir frente al público. Mundhra, sin recurrir a artificios, se adentra en esa intimidad controlada con un pulso tranquilo, construyendo una narración que combina memoria, tradición y cierta observación crítica sobre el lugar que ocupa la herencia cinematográfica en la India contemporánea.
El argumento gira en torno a esa reunión que funciona como homenaje y como espejo. Alrededor de la mesa se sientan Kareena, Karisma y Ranbir Kapoor junto a Neetu, Randhir, Rima, Aadar y Armaan, todos vinculados por la sangre y por la pantalla. Las conversaciones se entrelazan con naturalidad aparente, aunque se percibe el cálculo propio de quien conoce la cámara. Cada historia que se cuenta, desde la elección de los nombres hasta los recuerdos del viejo bungalow familiar, ayuda a entender cómo el apellido Kapoor se convirtió en sinónimo de industria cinematográfica india. La estructura se sostiene sobre los recuerdos personales, y a la vez sobre una reflexión implícita acerca de lo que significa crecer dentro de una leyenda colectiva. Mundhra retrata ese espacio familiar sin dramatismo, y el resultado, lejos de la caricatura, sugiere una lectura sobre la convivencia de generaciones que comparten historia, pero también diferentes modos de entender el legado.
La dirección de Mundhra opta por un tono sereno, sin excesos ni ornamentaciones. La cámara permanece cercana a los rostros, a los gestos que marcan la confianza y a los silencios que interrumpen las bromas. La directora mantiene la distancia justa para que la reunión se perciba real, aunque en ocasiones la conciencia de los participantes sobre el dispositivo se hace visible. El montaje, de Geeta Singh, da ritmo a esa mezcla de improvisación y memoria, intercalando imágenes del viejo hogar familiar demolido en 2019 con escenas de la comida. Esa alternancia entre el pasado físico, representado por los objetos salvados del bungalow, y el presente sentimental de la familia dota al relato de una textura visual coherente. El documental encuentra así su sentido en los detalles: el columpio donde se sentaba Raj Kapoor, las recetas rescatadas del cuaderno de la abuela o las fotografías que decoran el comedor.
Los personajes, que se interpretan a sí mismos, expresan de manera directa el contraste entre quienes crecieron bajo la sombra del patriarca y quienes viven su legado como parte de la cultura popular. Kareena y Ranbir encarnan la modernidad mediática, mientras que Randhir y Rima representan la memoria de una época donde la fama no dependía de las redes, sino del trabajo en los estudios. Armaan Jain, creador de la serie, actúa como mediador entre esas etapas, dirigiendo la reunión y recordando la figura de su abuelo con un tono sobrio. A través de ellos, la serie analiza la evolución de una familia que, sin renegar de su historia, trata de adaptarse a un panorama audiovisual más diverso y global. El guion evita los discursos solemnes y se apoya en la conversación espontánea, lo que permite que la historia avance desde el cariño y la observación más que desde la exaltación.
El tema de la comida vertebra la estructura de la serie, aunque lo culinario tiene aquí una función simbólica más que gastronómica. Los platos se convierten en el hilo que une generaciones, un vehículo de memoria que permite expresar afecto y pertenencia. Las recetas tradicionales se mencionan como herencia, y la preparación del menú actúa como ritual que reafirma la identidad familiar. Esa relación entre la comida y la historia personal confiere a la obra un tono íntimo. En el almuerzo se cruzan recuerdos, anécdotas y pequeñas tensiones que hablan del modo en que las familias construyen su relato colectivo. Lo que se sirve sobre la mesa no es solo comida, sino una forma de resistir al paso del tiempo y mantener viva una tradición que, sin embargo, se expone con naturalidad a la mirada de Netflix y, por tanto, del mundo.
La serie también sugiere una lectura social y política. El apellido Kapoor simboliza una forma de poder cultural en la India, y la reunión de sus miembros no deja de reflejar las jerarquías y privilegios que acompañan a ese linaje. Mundhra evita convertir el documental en un escaparate promocional, aunque se percibe una tensión constante entre lo íntimo y lo mediático. La demolición del mítico RK Studios, transformado en un complejo de lujo, aparece como metáfora de la mutación de un país donde la memoria artística se convierte en mercancía. La cámara capta esa contradicción sin subrayarla, mostrando cómo la familia busca conservar su historia mientras acepta las reglas del presente. En ese sentido, 'A comer con los Kapoor' funciona como un retrato de la India urbana actual: un espacio que mira con respeto su pasado, pero que se adapta a los mecanismos de una cultura globalizada.
El componente moral aparece ligado al recuerdo y a la pérdida. Raj Kapoor, presente en cada anécdota, representa una figura de autoridad afectiva y un símbolo de continuidad. Su ausencia pesa tanto como su memoria, y cada integrante del clan la gestiona de manera distinta. La conversación entre Rima y Randhir, sentados en el columpio de su padre, es uno de los momentos más reveladores del documental. Allí se evidencia que la herencia no es solo un conjunto de bienes o de películas, sino una forma de mirar el mundo. La comida se convierte entonces en un acto de duelo y de celebración, una manera de mantener el vínculo con lo desaparecido. Esa fusión entre lo cotidiano y lo simbólico constituye uno de los mayores aciertos de la obra, que encuentra emoción sin recurrir a la solemnidad.
Desde el punto de vista técnico, la fotografía utiliza una paleta cálida que envuelve a los personajes en un ambiente familiar. Los planos medios dominan la puesta en escena y refuerzan la sensación de cercanía. La iluminación, cuidada pero sin artificio, refuerza la textura del espacio doméstico, mientras el sonido natural aporta veracidad. Smriti Mundhra demuestra una comprensión exacta del ritmo narrativo y de cómo el tiempo en pantalla puede transformarse en conversación. Su dirección recuerda al estilo de Asif Kapadia por su sensibilidad hacia los personajes, aunque en este caso el tono se mantiene más contenido y observacional.
El valor cultural de la serie reside también en su capacidad para reflejar un fenómeno de transición. En un momento en que la India redefine su identidad audiovisual, 'A comer con los Kapoor' recupera la historia de una familia que sirvió de espejo a varias generaciones. La serie no pretende idealizarla, pero sí retratar su forma de adaptación a un contexto nuevo donde la fama se construye de manera distinta. Netflix actúa como intermediario global, mostrando cómo la tradición local puede transformarse en producto de consumo internacional. A través de esta mirada, la obra expone el conflicto entre autenticidad y exposición pública, un dilema constante en el mundo contemporáneo del entretenimiento.
El desarrollo narrativo mantiene un ritmo estable, sin picos dramáticos ni artificios emocionales. Esta decisión dota al conjunto de una serenidad poco habitual en el género documental televisivo. Mundhra apuesta por observar más que por intervenir, y ese enfoque convierte cada conversación en un fragmento de vida compartida. La coherencia entre lo visual y lo narrativo refuerza la sensación de unidad. Los protagonistas parecen encontrar en ese almuerzo una forma de reconciliarse con su historia, mientras el espectador asiste a la transformación de un mito en una reunión familiar con platos servidos y memorias cruzadas. Esa naturalidad controlada, más allá de sus limitaciones, permite que la serie conserve una voz propia.
'A comer con los Kapoor' se sostiene en la paradoja de ser una celebración pública de lo privado. La serie muestra una familia que se representa a sí misma, consciente de que su imagen forma parte de la historia del cine. Mundhra logra convertir ese retrato en una reflexión sobre la memoria y la identidad, donde la cámara no solo documenta, sino que participa de la conversación. En cada plano se percibe el deseo de conservar lo que el tiempo amenaza con diluir. Sin conclusiones cerradas ni juicios, la serie ofrece una visión directa y accesible de cómo el legado artístico se transforma en un relato íntimo. Lo que queda al final es una comida compartida, una memoria colectiva que se sirve en platos sencillos y una sensación de continuidad que trasciende generaciones.
